El Palavicini es el único reloj que toca el Himno Nacional Mexicano
SUN-AEE
MÉXICO, DF.- En México existen más de dos mil relojes monumentales, de los cuales más de la mitad no funcionan, no obstante su valor histórico.
Esta situación ha sido señalada por el técnico e investigador Luis Hernández Estrada, luego de estar más de 41 años inmerso en el mundo de la relojería, y quien es considerado uno de los principales restauradores de relojes monumentales en México.
“Hay muchos relojes que no están a la vista del público, como en haciendas. Sin embargo, están abandonados. Eso es lamentable porque quizá somos de los países que tienen más relojes monumentales antiguos”.
Este hombre es uno de los dos únicos mexicanos que han podido subir a la torre del reloj más famoso del mundo, el Big Ben de Londres, para conocer su máquina y funcionamiento.
Para el especialista no ha sido fácil realizar sus investigaciones pues, dice, existen muy pocos documentos sobre la historia de los relojes en México.
Sin embargo, su trayectoria como investigador del tema -es fundador de la Asociación Interamericana sobre estudios del Tiempo- le permite asegurar que pocos relojes con alto valor histórico y estético pudieron sobrevivir al paso del tiempo, como el del edificio Félix F. Palavicini: el único reloj en el mundo que toca el Himno Nacional Mexicano y que desde 1921 adorna la fachada principal del inmueble de Bucareli 12, donde se encuentran instalaciones del periódico El Universal.
Único en su género
Se trata de un aparato alemán que fue dispuesto hace más de ocho décadas en el que fue, en ese entonces, el edificio más alto del viejo Paseo de Bucareli, propiedad del ingeniero Félix F. Palavicini.
Es un reloj único en su género porque toca en forma mecánica y con un juego de 14 campanas el Himno Nacional de nuestro país, con un carillón (cilindro) de 264 dientes, explica el estudioso graduado en el Centro Relojero Suizo.
Pero esta maquinaria enmudeció durante 33 años. El temblor de 1957 afectó la edificación que lo albergaba y se detuvo. No fue sino hasta 1990 que es rescatado y restaurado por órdenes del actual presidente y director general de esta compañía periodística, Juan Francisco Ealy Ortiz.
“Un reloj de 1920 que es electromecánico, es decir, que se da cuerda solito a través de un par de motores, era súper moderno para la época. Las nuevas tecnologías jamás podrán compararse nunca con este reloj que es muestra de la ciencia, la micromecánica de precisión y el arte de la relojería”, expresa Hernández, quien se ha encargado de su mantenimiento desde 1990.
Todos los días, en punto de las 6:00 y 18:00 horas, se dejan escuchar sobre Bucareli las cuatro primeras estrofas del Himno Nacional: provienen de las campanas del Palavicini hechas de bronce y alpaca.
Inicialmente sonaban a las 12:00 y 24:00 horas pero la Secretaría de la Defensa Nacional sugirió que fuera en el otro horario, cuando la bandera mexicana del Zócalo capitalino se iza y se arria.
El técnico trae a la memoria el año de 1910, cuando entraron a nuestro país muchos relojes monumentales con motivo del Centenario de la Independencia de México y que actualmente se encuentran distribuidos en ciudades como San Luis Potosí, Puebla, Morelia, Guanajuato, Querétaro y la Ciudad de México.
Eran piezas con manufacturas diferentes: inglesas, francesas y alemanas, siendo de ésta última el Palavicini.
Se trata de una maquinaria que pesa aproximadamente diez toneladas. Está hecha de bronce, hierro y acero. La conforman un total de 640 piezas, todas desmontables, de las cuales 98 por ciento son originales. Su carátula de cristal opalescente cuenta con manecillas de 15 y 20 kilogramos.
Su funcionamiento se explica en cuatro módulos: El mecanismo del tiempo, al que pertenece el péndulo; el mecanismo de los cuartos, que hace sonar las campanas cada 15 minutos; el mecanismo de las horas, para hacer sonar las campanas cada 60 minutos; el mecanismo que activa el Himno Nacional: al girar el carillón con los 264 dientes se manda una señal a los martillos que golpean las campanas.
Bastaría una pluma de paloma, una telaraña o polvo para que el Palavicini se parara, pues sus engranajes tienen milésimas de precisión.
Don Luis da consulta al reloj cada año. Sin embargo, considera que al ser una maquinaria que trabaja día y noche, es ideal darle mantenimiento cada seis meses.
A dos grandes limitantes se ha enfrentado el técnico: conseguir las piezas de refacción y encontrar una aseguradora.
Cuenta que una vez quiso asegurar el reloj contra robos, porque tuvo que trasladarlo a su casa desmontado y ninguna empresa se responsabilizó.
Y es que asegura que más allá del valor económico, está el del trabajo invertido: “para construir un reloj así, se necesitaron por lo menos 30 personas trabajando mínimo durante un año”.
Recuerda que hace muchos años unos vándalos robaron la campana del Do sostenido menor, pues son las únicas piezas que están a la intemperie aunque techadas (la máquina está resguardada en un cuarto especial). Ante ese ultraje se tuvo que buscar una pieza similar y se consiguió en un lugar donde se vendían piezas viejas de un tren.
Con el pesimismo reflejado en el rostro, Hernández confiesa: “Es una ciencia de fabricación que ya se está perdiendo”.
Sin embargo, recuerda que aún existen dos empresas que se dedican a construir relojes monumentales: Relojes Olvera y El Centenario, ubicados en el pequeño poblado de Zacatlán de la Sierra Norte de Puebla.
En el último se encuentra el museo del tiempo y relojes Alberto Olvera Hernández, un hombre autodidacta que en 1912 construyó su primer reloj.
El investigador recuerda que aún están esos más de dos mil relojes “que están abandonados porque dicen que no hay presupuesto para repararlos”.
Un ejemplo claro de ello -continúa- es el reloj de la iglesia de Nuestra Señora del Calvario, en la ciudad de Jalapa, Veracruz: sus poleas están carcomidas por el abandono. Hay heces de palomas, telarañas y polvo. Es de origen inglés.
El relojero hace hincapié en que podría ayudar que existiera una carrera técnica en instituciones de prestigio como el Instituto Politécnico Nacional (IPN) para dedicarse a la restauración de relojes monumentales y por ello deja un mensaje final: “Hoy tal vez alguno de ustedes pudiera imaginarse rescatando uno de estos tesoros y exhibirlo dignamente en un museo o mantenerlo en lo alto de una torre, marcando el pasado de la luna y despertando al Sol con el cantar de sus campanas, donde lo antiguo se escape y el presente se extienda ampliamente alrededor del Tiempo”.
Una vida consagrada a las máquinas del tiempo
Cuando era niño descompuso el reloj de bolsillo de su abuelo: quería descubrir de dónde venía ese tic-tac, saciar su curiosidad.
Luis Hernández Estrada no podía saber entonces que intentar descubrir los secretos de aquella pieza antigua era el inicio de una fructífera trayectoria en el mundo de la relojería, que lo ha colocado como uno de los principales técnicos especializados de estas maquinarias del tiempo, sobre todo monumentales.
El barrio bravo de Tepito vio nacer a este hombre, quien se ha especializado y ofrecido cursos en países como Suiza, Estados Unidos, Egipto y Cuba.
Un personaje cuyas manos han restaurado más de 50 relojes monumentales, como el Otomano, ubicado en la esquina de Bolívar y Venustiano Carranza, en el Centro Histórico.
A más de cuatro décadas de haberse iniciado profesionalmente, recuerda otro de los pasajes que lo hicieron reafirmar su interés por los relojes: “Con gran cariño recuerdo cuando me llevaron de paseo a Pachuca, Hidalgo. Sorpresivamente, mis oídos fueron cautivados por armoniosos sonidos. Al principio no supe de dónde venía hasta que mis ojos descubrieron que provenían de las campanas del reloj monumental de Pachuca. Fue inolvidable”.
A partir de ahí iniciaría su aventura por el tiempo, cuyo arranque no fue tan fácil, recuerda: “El mejor maestro es la necesidad de ganar el pan. Venía de una familia modesta. Por ello, mi padrino me llevó a su puesto de relojero cuando yo tenía 15 años”.Pero tras las limitaciones vinieron las satisfacciones para quien fuera presidente de la Federación de Relojeros Técnicos de México (1995-1997), pues pudo fundar su propio taller y estudiar en el Centro Relojero Suizo.
Viajó a Estados Unidos para ampliar sus conocimientos de relojería. Esta vez, los relojes de cuarzo fueron su objeto de estudio, conocimientos que más tarde compartió en este centro de donde egresó y del que fue maestro.
Su mayor sueño alcanzado: visitar el Big Ben de Londres, pues pocos pueden gozar de ese privilegio. En el libro de registro de visitantes especiales aparece el nombre de Luis Hernández, uno de los dos únicos mexicanos que hasta el momento conocen el interior de este famoso reloj.
LA MEDICIÓN
Don Luis Hernández aportó sus conocimientos acerca de la medición del tiempo, a lo largo de la historia de la humanidad.
-Reloj biológico del cuerpo humano.
-Gnomón: Reloj solar que podía ser cualquier objeto que proyectara sombra.
-Grandes horas: Los babilonios dividieron el día solar en cuatro partes: prima, tercia, sexta y nona. Cada una consideraba tres horas.
-Horas Canónicas: Con la caída del Imperio Romano, en cada monasterio un monje anunciaba con campanadas las ocho horas canónicas: Maitines (después de la media noche), Laudes (al canto del gallo), Prima (a las 6 de la mañana), Tercia (a las 9), Sexta (a las 12), Nona (a las 15), Vísperas (a las 18) y Completas (antes de acostarse).
Otros métodos: Rezar plegarias por cada nudo en una cuerda, por filtraje o goteo de agua en depósitos de piedra (clepsidras) o consultando relojes de arena, vela o sol.
-Aspas del Tiempo: los antiguos mexicanos cronometraban el paso de los eventos cósmicos, cuyo conocimiento quedó registrado en el Tonalmachiotl (Calendario Azteca). El primer reloj mecánico (de torre): Se atribuye al monje Gerberto de Aurilac, que más tarde llegaría a ser el Papa Silvestre II (947-1003). Su ingenioso mecanismo hacía sonar una campana cada determinado lapso.
-Los primeros relojes de torre: Carecían de precisión. Utilizaban la fuerza de gravedad de un peso que obligaba a un tren de ruedas a girar, frenadas por una rueda en forma de corona, y a mantener el constante vaivén del llamado Foliot.
-Un gran avance: el holandés Christian Huygens se basa en el descubrimiento de Galileo (15421642) de las leyes pendulares. Por el cambio de Foliot a péndulo, en 1680 se colocan a relojes públicos manecillas de minutos.
FUENTE:SUN-AEE