ha pasado tiempo, buen tiempo. No obstante ello, te recuerdo juvenil, tranquila y hermosa. Así fue desde la primera vez que mis ojos se posaron en ti, aunque en ese entonces nunca imaginé que podía pasar tantos y tan maravillosos años a tu lado.
Era el verano del setenta. Te contemplé como quien ve pasar frente a sí la representación carnal de un ideal. No puedo mentir. Primero me fijé en tu figura, después en la tranquilidad con la que caminabas y luego me propuse conocerte.
De vez en cuando la vida, ya lo sabes, juega sus propias cartas y las acomoda de manera tal que lo dispone todo para que dos almas se encuentren en un determinado momento.
Así sucedió aquel día en que te reconocí al entrar al salón de clases. Fue entonces cuando supe que la suerte estaba echada. Era el momento de hacer dos o tres jugadas de sondeo para luego realizar la apuesta definitiva. Esa en la que sabes que estas apostando a todo o nada.
Y fue un once de noviembre cuando decidiste que te podía tomar de la mano e iniciar una marcha en la que si bien conocía el rumbo y el posible puerto de llegada, nada me garantizaba que anclaría en él.
Andar la senda de la vida tomado de la mano de alguien a quien quieres, nunca es sencillo. Porque debes asirla de manera tal que sea con firmeza, pero al mismo tiempo que no cause dolor. Ni tan fuerte que se sienta aprisionada, ni tan débil que el contacto se pueda romper por cualquier movimiento brusco o por torpeza.
De esa forma he sentido tu mano durante estos años. Nunca me he sentido prisionero. Siempre compañero.
Caminamos juntos. Pero no por una estrecha senda, sino por una amplia en la que hemos andado el uno al lado del otro. Apoyándonos mutuamente pero sin preeminencias de ninguna naturaleza. Cada cual siguiendo su propia estrella, pero viendo ambos el mismo firmamento.
Pasó el tiempo y aunque la vida nos separaba por momentos jamás dejamos de vernos a los ojos. Cómo podría dejar de hacerlo si en ellos encuentro todo cuanto necesito para seguir viviendo.
Un paso trascendente lo dimos aquel ocho de julio. Lo califico así, porque pienso que en la vida no hay pasos definitivos. De entonces a la fecha hemos dado muchos pasos más tan importantes como el de ese día.
Creo que, cuando se vive en pareja, cada día es en sí una oportunidad para dar un paso trascendente. Porque nos hace avanzar y nos conduce a mejores niveles de comprensión, de amor, de afecto e identificación.
A veces perdemos esto de vista y es cuando caemos en la rutina que conduce al tedio y de ahí al despego y al abandono. Perdemos de vista que cada día es especial porque es un día que no habíamos vivido y que como tal en él debemos renovar los votos más importantes que hayamos formulado para ir construyendo nuestra felicidad.
Aquel paso trascendente del setenta y ocho nos condujo de inmediato a un viaje maravilloso en el que recorrimos juntos una parte del mundo. Vivimos experiencias nuevas y disfrutamos cada momento sin pensar en el mañana. Éramos lo que se dice libres y navegábamos sin prisas al impulso de suaves vientos y frescas brisas.
Comenzamos como se iniciaban en ese entonces la mayoría de estas relaciones: prácticamente sin nada. Pero al mismo tiempo lo teníamos todo. Nos teníamos el uno al otro.
¿Momentos de tristeza? Claro que los hubo. Pero jamás permanecimos en ellos, porque estamos convencidos de que la vida es un estado de felicidad con pequeños momentos de infelicidad y que somos nosotros quienes por lo común nos empeñamos en resaltar y entristecernos por lo que no tenemos y no valoramos lo que poseemos.
Pero aún en esos momentos de tristeza inevitables, tu mano ha estado ahí, asida a la mía, para hacerlos menos pesados y mucho más cortos.
Contigo he sabido lo que es el cariño; el valor de la comprensión y la paciencia. Conocí lo que es la pasión sin límites. La dulce sensación de una caricia. La calidez de una mirada y el suave roce de unos labios llenos de ternura.
Contigo he vivido. Simplemente vivido. Pero lo he hecho como alguna vez lo imaginé. Y eso es mucho más de lo que cualquiera podría decir.
Así ha sido, porque todo cuanto por mí haz hecho, lo hiciste y lo sigues haciendo por amor. Un amor inmenso que todo lo abarca. Que no conoce tiempos ni distancias. Un amor que siendo sólo eso, lo es todo para mí.