NUEVA YORK, (Reuters).- En Nueva York, encontrar un apartamento agradable en el que vivir depende de la persona a quien uno conozca. Para las tortugas, esa persona es Richard Ogust.
A pocas cuadras de los mercados de pescado fresco del barrio chino, Ogust ha convertido su piso de Tribeca en un hogar para más de 1.000 tortugas que, de otra forma, acabarían en la mesa de alguien.
En el noveno piso de un edificio con aspecto industrial, su apartamento de 325 metros cuadrados está lleno de tortugas que pasan sus días comiendo, nadando o simplemente desperezándose.
La sala principal del piso está abarrotada desde el suelo al techo de hileras de acuarios de un metro y metro y medio llenos de agua fresca con tortugas que miden entre 2,5 y 45 centímetros de largo. "Este no es un sitio del todo ideal", dijo Ogust.
Con una de las mayores colecciones privadas del país, Ogust quiere trasladar pronto a sus tortugas a un complejo de 20 hectáreas en Nueva Jersey, dentro de una fundación que dará albergue a tortugas de diferentes colecciones.
Algunos de estos animales son especies en vías de extinción o casi extinguidas. Algunas tortugas han sido traídas desde Asia a través de intermediarios, otras proceden de los mercados de pescado fresco del barrio chino, donde Ogust ha trabajado con las autoridades para acabar con las ventas ilegales.
Otras tortugas llegaron hasta Ogust, que desde hace cinco años tiene licencia del estado de Nueva York para rehabilitar a estos reptiles, desde el aeropuerto internacional John F. Kennedy de la ciudad y desde otros puntos donde los agentes de aduanas las requisan.
El comercio de tortugas como alimento comenzó a florecer hace una década, según Rick Hudson, un biólogo del Zoológico de Fort Worth en Texas y copresidente de la Alianza para la Supervivencia de las Tortugas.
"En todo el sudeste asiático, la carne de tortuga se está acabando drásticamente. Los chinos no van a dejar de comer tortugas. La única esperanza es crear granjas para la crianza de tortugas", dijo Hudson.
Los coleccionistas como Ogust son una parte importante del esfuerzo global para impedir la extinción de las tortugas, dijo Hudson, quien ayudó a poner en contacto a particulares con zoológicos y otras organizaciones con ese fin.
Salvar a las tortugas no es barato. Cuesta alrededor de 1.000 dólares alimentar a las tortugas cada semana, ya que consumen una media semanal de 545 kilos de verdura, 135 kilos de fruta y 30.000 gusanos.
Además de la factura del mercado, Ogust, que trabaja como escritor, paga a tres personas para que le ayuden con los animales. Confía en las donaciones de otros amantes de las tortugas para financiar su aventura.
En el apartamento de Ogust, el zumbido de los burbujeantes acuarios contrarresta el ruido de la calle. El lento avance de dos tortugas birmanas de 13,5 kilos de peso dentro de sus grandes recipientes de cristal produce un sonido metálico.
Las moscas sobrevuelan alrededor de los contenedores de plástico donde están las tortugas heridas.
Con tantas tortugas amigas, Ogust duerme en cualquier otro lugar, entre otras cosas porque el piso tiene el mismo olor a pescado que el restaurante donde encontró y rescató a su primera tortuga, una especie de tortuga marítima de color diamante. "Oh, Dios! Tengo que sacarla de aquí", recordó Ogust sobre el inicio de su peculiar obsesión.
El escritor, de 50 años, ha traído poco a poco más tortugas a su grupo. Primero de dos en dos y después grupos de 40 ó 50 a la vez. Entre las tortugas en peligro en su colección están la deprimida Heosemys, la Tortuga del Bosque Akaran, o la tortuga Moneda de Oro. Con su brillante cabeza amarilla y su carne color rojizo, se cotiza a 1.000 dólares los 30 gramos en China, porque se cree que cura el cáncer, dijo.
"Eso es mucho dinero para una familia típica china. Con eso se puede alimentar toda una familia durante un año", dijo Ogust.