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Transición atrancada/El epitafio

Sergio Aguayo Quezada

Ginger Thompson, corresponsal del New York Times en México, publicó una historia sobre el regreso a la vida pública de Carlos Salinas de Gortari. En el escrito, que ha recibido una gran atención en los círculos políticos, aparecen unas declaraciones reveladoras de nuestra atrancada transición. No es el primer campanazo noticioso de Ginger Thompson durante su estancia en México. Hace dos años, el primero de junio del 2001, escribió para el cotidiano neoyorquino sobre el romance secreto que se traían el presidente Vicente Fox y Marta Sahagún. La historia se entrelazó con un reportaje de Proceso y el efecto agregado fue acelerar -o al menos eso dicen los conocedores de las sorpresas del corazón— un matrimonio sorpresivo que alimentó el insaciable apetito que los humanos tenemos por el chisme.

En esta ocasión el reportaje de Thompson incursiona en temas menos luminosos. De hecho nos lleva por las tortuosidades del poder en México. Describe a un Carlos Salinas alegre y seguro de sí mismo que le comenta que ha encontrado en los mexicanos una “nueva actitud” hacia su persona. En su opinión la razón del cambio se debe a que con Vicente Fox terminó la “persecución estatal” en su contra. “El presidente Fox ha sido muy respetuoso conmigo y con mi administración”. Salinas ilustra esa metamorfosis en las actitudes de la siguiente manera: “Me he reunido con jóvenes empresarios y académicos. Y cuando me hacen preguntas, casi nadie habla acerca del pasado. Desean hablar de lo que viene”.

Los comentarios son reveladores del personaje y de los barrocos entresijos del poder mexicano. En la perspectiva de Salinas no aparece ninguna autocrítica sobre la forma como ejerció su tránsito por los cargos públicos. Sus problemas principales vinieron de las acciones de un gobierno priista (el de Ernesto Zedillo) y pudo recuperar la tranquilidad cuando llegó una administración panista (que por cierto ganó las elecciones prometiendo castigar al estilo de ejercer el gobierno que Salinas ejemplificaba). Es innegable que todavía falta una evaluación ponderada sobre los tempestuosos y definitorios años de Carlos Salinas.

Algunas de las reformas que impulsó eran necesarias y él mismo se tomó el tiempo para hacer una glosa en su voluminoso libro “México. Un paso difícil a la modernidad” (Plaza y Janes). Sin embargo, entonces y ahora Salinas pasa por alto las partes más escabrosas de su sexenio, algunas de las cuales tuvieron -y siguen teniendo— un costo altísimo para el país. Seguimos sin conocer la verdad sobre el fraude electoral de 1988, la privatización salvaje de empresas estatales y el destino que tuvieron las fortunas manejadas a través de la Partida Secreta. El ex presidente también sigue desplegando una profunda indiferencia hacia las críticas que salen del Partido de la Revolución Democrática a quienes receta aquella famosa frase de que “ni los veo, ni los oigo”.

Sería, por supuesto, absurdo, esperar una confesión voluntaria y el conocimiento de las tonalidades que tuvo aquella etapa tan importante no se logra de la noche a la mañana. Los acercamientos a la verdad tendrán que ser elaborados y procesados a través de investigaciones oficiales complementadas por lo hecho desde la sociedad.

Con sus declaraciones más recientes Carlos Salinas nos confirma algo evidente: el gobierno de Vicente Fox decretó y aplicó una amnistía deliberadamente sigilosa pero extraordinariamente exitosa que sepultó cualquier exploración sobre el pasado. El gobierno de la alternancia hizo muy poco para exhibir y casi nada para castigar. Prefirió asumir los costos de la voluminosa factura heredada. Sin acceso a información todavía inalcanzable, la sociedad -académicos y periodistas principalmente- se han conformado con ir sacando retacerías que alimentan la sensación de que hay más, mucho más, bajo la epidermis. La amnistía sigilosa seguramente influye en esa pasividad, en ese silencio pasmado, que caracteriza la reacción a ese regreso de Carlos Salinas a la vida pública.

Se esfumaron las reacciones espontáneas de rechazo y algunos de los críticos más tenaces y articulados han bajado discretamente el tono de su voz. Se percibe el miedo o la precaución porque, después de todo, ¿qué caso tiene despertar la animosidad del poderoso ex presidente cuando el actual gobierno, con toda su fuerza, decidió irse por el timorato borrón y cuenta nueva? La reacción social tiene otras implicaciones. Algunos sectores expresan una clara nostalgia por la firmeza como ÉL (y otros como ÉL) tomaban las difíciles decisiones de un país que tiene siglos transitando hacia un futuro que todavía aparece etéreo y gelatinoso.

No se trata solamente de quienes compartieron negocios o intereses con el viejo régimen. También se manifiesta el creciente desencanto, el hastío, que provoca una democracia que, para muchos, trae más problemas que beneficios. Hace días me comentaban de un concesionario de la radio que expresaba su añoranza por la línea que Gobernación le transmitía sobre lo que debía decir o callar. La instrucción le quitaba el reto de elegir entre opciones alternativas de la realidad y sí, la democracia no es fácil porque supone tomar decisiones difíciles.

Las frases de Salinas son una loza sobre la esperanza de una democracia plena porque son como el pico más alto de una cordillera de logros que ha conquistado en las últimas semanas el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Un día antes de que aparecieran las declaraciones de Salinas, Elba Esther Gordillo proclamaba que el “PRI se apresta a (llenar) con responsabilidad, con audacia, con firmeza y con visión... la ausencia de poder que por evasión, temor o por falta de ideas, en otras partes no se ejerce”. ¿Es necesario agregar algo a tan explícita declaración de intenciones?

Se materializa el fantasma de la restauración del viejo régimen mientras se va achicando a la vista de todos el gobierno que revolucionaría a las instituciones nacionales. El retorno se convierte en certidumbre cuando se escucha a los panistas entonar ese coro absurdo de alabanzas a todo lo que han logrado y se esmeran en maquillar una derrota electoral con un ábaco color de rosa en el que se mueven cuentas hechas de buena voluntad.

El regreso parece inevitable cuando crecen las evidencias de que el gobierno de Fox no modificará la política de entendimiento con el viejo régimen.

Vistas así las cosas, las palabras de Carlos Salinas de Gortari marcan simbólicamente el final de esa breve etapa durante la cual tuvimos la ingenua creencia de que la impunidad había terminado. No fue así. Lo dicho por Salinas es como un epitafio pregonando que, al menos en el corto plazo, nos quedamos sin verdad y sin justicia.

Por supuesto que es preferible la certidumbre al engaño porque eso permite abordar una pregunta añeja y actual: ¿qué hacer?

La miscelánea

Elena Poniatowska y Guadalupe Loaeza fueron nombradas miembros de la Orden Nacional de la Legión de Honor, máximo galardón que otorga la República Francesa. El justo reconocimiento a su trabajo literario debe complementarse recordando la calidez de su trato y la firmeza de los principios que las adornan. Comparto y las acompaño en su alegría.

Comentarios: Fax (5) 683 93 75; e-mail: sergioaguayo@infosel.net.mx

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