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Transición atrancada en el laberinto

Sergio Aguayo Quezada

Bastaron tres años para que el Presidente de la República y su partido desprendieran las hojas del laurel de la victoria. Puede incluso asegurarse que si el electorado los castigó fue por la tibieza con la que actuaron y la confusión que exhibieron, a la hora de transformar la estructura democrática. Vuelve a confirmarse que la historia es cruel con quienes coquetean con ella para luego desdeñarla. Los resultados de las elecciones del pasado domingo le imponen a Vicente Fox la obligación de que llegue a algún tipo de entendimiento con el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Hace tres años, él y el Partido Acción Nacional (PAN), tuvieron la iniciativa y la capacidad de marcar el ritmo. Ahora es totalmente diferente porque tendrán que marchar a la cadencia que les impondrán Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo. Me atrevo a anticipar que estos veteranos de la política no tendrán consideración o miramiento hacia lo que Fox o el país necesitan. Sus acciones tendrán como único y principal objetivo desbrozar el terreno para la marcha triunfal que desemboca en Los Pinos en el 2006.

Aunque resulta imposible (e imprudente) dar por sentada una victoria del PRI, tampoco podemos desecharla como era el caso hace un trienio. Lo trágico de la situación es que fue el mismísimo Fox quien, en medio de los aplausos y la complacencia panista, forjó los grilletes tricolores que ahora limitan su capacidad de maniobra.

Fox cinceló su identidad política tomando como referencia negativa al PRI. Después del monumental fraude de 1988 ¿quién puede olvidar al diputado Fox ofendiendo a Carlos Salinas cuando se puso en las orejas unas boletas electorales; de aquellas que se encontraban tiradas en baldíos y basureros? Fox estaba psicológicamente preparado para sacar al PRI de Los Pinos y como testigo mudo estaría su florido recuento de las tepocatas, las arañas y las alimañas que aplastaría nomás al llegar al poder. Además del lenguaje, Fox fue construyendo su triunfo en las urnas sobre tres columnas organizativas: la estructura panista, la movilización y entusiasmo de sus millones de Amigos y el voto útil que sonsacó a la izquierda (sin olvidar, por supuesto, el respaldo financiero que recibió de los empresarios). En sólo tres años Fox y su partido crearon las condiciones para el regreso triunfal de Carlos Salinas que se anticipó a la victoria priista de hace días. ¿Cómo pudo darse semejante portento? Se ha iniciado un soterrado minidebate para esclarecer cuál de los dos compadres (Fox y el PAN) fueron más responsables de la catástrofe.

Se trata de una discusión estéril porque ambos contribuyeron, ingenua y/o intencionadamente, pensaron que con la alternancia concluía la transición sin darse cuenta que faltaba la parte más importante: desmantelar el régimen autoritario para, por ese camino, construir una cultura democrática. No se trataba de aniquilar al PRI como algunos piensan. Eso hubiera sido imposible e injusto porque, después de todo, hay un gran número de corrientes al interior de ese partido. La exigencia era que debilitaran a aquella fracción que representaba (y representa) lo peor del autoritarismo y que incluye en sus filas a los violadores de derechos humanos, a los mapaches remisos y a los corruptos compulsivos. A los panistas se les aflojaron los nervios y se dejaron llevar por una curiosa mezcla de generosidad, ingenuidad e intereses creados para concluir que los electores se habían equivocado porque lo que el país necesitaba era un acuerdo -cualquier tipo de acuerdo— con el PRI. Actuaron convencidos -o al menos eso dicen- de que era la mejor forma de garantizar la gobernabilidad del país. Decididos a llegar a algún tipo de entendimiento su primer acto fue derruir a dos de sus columnas electorales. A los Amigos de Fox los dejaron esperando y en la inacción languidecieron. En la decisión influyó que la estructura panista se aterró con la posibilidad de verse desplazados por las multitudes convocadas por los Amigos. También rompieron el compromiso hecho con la izquierda cuando fueron a pedirle aquel voto útil (ese es uno de los significados que tiene la decisión de olvidarse de una Comisión de la Verdad). Hicieron a ambos a un lado porque arrogantemente concluyeron que les bastaba y sobraba con lo que el PAN ofrecía. Ya sin que nadie los presionara desde dentro, se olvidaron de impulsar los cambios estructurales que hubieran permitido democratizar las estructuras. No hubo una reforma a fondo de la legislación electoral, ni tampoco corrigieron el marco en que operan los medios electrónicos a los que, por el contrario, hicieron enormes concesiones.

La única transformación, justo es reconocerlo, fue la Ley de Transparencia y Acceso a la Información. Hay hechos aparentemente aislados que, sin embargo, capturan los hilos por los que se conduce la historia. Las consecuencias de la tibieza se reflejaron la semana pasada cuando Televisa inauguró su Centro de Noticias. Fue una enorme demostración de la fuerza que actualmente tiene el Canal de las Estrellas. Entre la concurrencia deambulaban todos los ex presidentes vivos, ante lo cual, según me dicen fuentes confiables, Vicente Fox prefirió no asistir. Se trató de un acto de mesura presidencial porque hubiera sido imprudente dejarse fotografiar mientras consumía un sope y un agua fresca con Luis Echeverría, que se ha negado a declarar, con éxito, sobre los excesos que cometió durante la guerra sucia. No tuvimos una foto de Fox con Echeverría, pero las elecciones dominicales fueron un mural con mensaje clarísimo: pese a que ya se cumplieron tres años del gobierno del cambio, el PRI y el viejo régimen sobrevivieron y se fortalecieron.

Eso no es lo más lamentable. Lo realmente preocupante de los comicios es haber visto lo bien que incorporaron los usos y costumbres priistas los partidos que mantendrán el registro. Durante la campaña resultó evidente la incorporación del lenguaje frívolo y de la dádiva al elector. El seis de julio fue una competencia de maquinarias electorales que se encargaron de movilizar al voto duro. Ganó quien tiene más experiencia en estas prácticas y, desde este cierto punto de vista, se comprende que la mayor parte del electorado hubiera optado por el maestro y se olvidara de los aprendices (aunque algunos estén bastante adelantados). Nunca se ha establecido con precisión cuándo se inició la transición democrática en México. Tengo algunas razones para proponer como parteaguas al Movimiento de los Médicos que inició en noviembre de 1964 y terminó un año después. Si tomamos esa fecha como criterio, en el 2004 se cumplirá el 40 aniversario del comienzo de una transición que, no hay duda, es la más lenta en la historia de la humanidad del último medio siglo. En ese terreno México es imbatible. La pachorra ha tenido costos evidentes. Cuando se piensa en los responsables de una transición atrancada es imposible hacer a un lado al presidente Fox y a su partido que nunca encontraron la forma de salir del laberinto de la confusión. El resultado es imposible de ignorar: el ritmo del cambio vuelve a estar en las manos y las mañas del PRI de Roberto Madrazo. Malas cuentas, señor Presidente, malas cuentas.

La miscelánea

En las declaraciones de los presidentes de los partidos que estarán representados en la Cámara está ausente el compromiso de que se modificará la legislación electoral. Lamentable el olvido porque resulta urgente corregir la corrupción y el dispendio causados por los excesivos recursos que reciben los partidos.

Comentarios: Fax (5) 683 93 75; e-mail: sergioaguayo@infosel.net.mx

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