En nuestro país, quizá sin la contundencia con la que se da en otros, tanto sudamericanos, como europeos tenemos todavía en algunas regiones la sabia costumbre de aprovechar la temporada vacacional de semana de Pascua para descansar un poco.
Por ello quisiera dedicar este comentario editorial a realizar algunas consideraciones en torno a la importancia que tiene el turismo como detonador económico de muchos países, siempre y cuando se tengan una serie de factores climáticos, arqueológicos, paisajísticos, ecológicos, o bien y especialmente humanos, antropológicos que motiven al visitante a decidirse a acudir ahí para pasar sus vacaciones y lo que es más importante, a regresar, en virtud de haberla pasado bien, sobre todo por el buen servicio recibido.
Pero además del beneficio económico que trae consigo el turismo como sector que promueve importantes ingresos de divisas extranjeras al país, debemos considerar el beneficio que aporta en lo que a generación de empleos conlleva y además la constante capacitación para una óptima disposición hacia el servicio que demanda el sector turístico en aquellas personas que trabajan en él, dado que a fin de cuentas lo que busca la mayoría de los visitantes que se desplazan de su lugar de origen a aquel otro en el que tendrán sus vacaciones es calidad y cordialidad en el servicio que reciban.
Así podemos constatar por ejemplo, que la diferencia entre un hotel gran turismo y cualquier otro que no tenga cuando menos cinco estrellitas al lado de su denominación, está simplemente en la calidad del servicio que brinda el primero y que se manifiesta en el cuidado de los detalles que procura, comparado con la relativa conformidad que pudiera darse en los otros que no gozan de esa categoría y clasificación.
Para que un hotel o un restaurante de gran clase mantengan esa categoría requieren una lucha permanente para mantener esos parámetros de calidad que sorprenden siempre al cliente, haciéndolo sentir persona especial a diferencia del conformismo con que directivos o empleados actúen ante los reclamos del cliente, auto sugestionándose con la justificación de que ese cliente debe ser demasiado exigente o incluso neurótico y “total... para lo que paga”; o “para lo que me pagan a mí en esta empresa”.
Ese cuidado de los detalles se da en pequeños aspectos que muchas veces no pueden ser mesurables cuantitativamente hablando, pero que dejan a quien los goza, con esa sensación que denota una preocupación muy especial del prestador del servicio en la persona del cliente, poniéndose quizá en sus zapatos y pensando en lo que le gustaría recibir para hacer más placentera su estancia en el hotel o restaurante si es que él fuese no el prestador del servicio, sino el cliente.
México cuenta con recursos naturales, climáticos, históricos, arqueológicos y antropológicos óptimos como para poder recibir muchos más turistas de los que ya en este momento se reciben.
Pero la condición requerida para que ello sea posible depende de mejorar la calidad humana del servicio que estamos brindando en la llamada “industria sin chimeneas” y en la actitud ética que lleve al prestador de servicios a brindar más de lo que pudiera esperar el cliente, y no como a veces sucede, tratar de comerse de un bocado “la gallina de los huevos de oro”, “por si acaso es la última vez que me topo con este turista”.