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Turismo

Miguel Ángel Granados Chapa

La Secretaría de Turismo, a que renunció Leticia Navarro y en que a partir de mañana despachará Rodolfo Elizondo ha sido una dependencia vista más como lugar de acomodos políticos que como una oficina propulsora de esa actividad, económicamente tan importante.

A pesar de su vecindad con los Estados Unidos, una de la fuentes más numerosas de turismo; y no obstante la diversidad de sus riquezas naturales y culturales, cuya búsqueda motiva los viajes de descanso y diversión, México desarrolló lentamente una infraestructura material, cultural y legal en materia turística. Claro que desde el siglo XIX viajeros notables se hicieron lenguas de la belleza de nuestro paisaje y la calidad humana de la gente, pero la inestabilidad social que prevaleció en aquella centuria y perduró hasta la cuarta década del siglo XX constituyó un factor que inhibió el desenvolvimiento de las actividades de transporte, hospedaje, gastronomía y otras aledañas. Apenas durante el gobierno del presidente Cárdenas se advirtió la necesidad de crear un departamento de Turismo, como dependencia de la Secretaría de Gobernación y de expedir una ley sobre la materia. Años después creció su categoría administrativa hasta ser un departamento autónomo, como el Agrario y el del Distrito Federal, pero sólo en 1974 se convirtió en secretaría de Estado.

Su primer titular fue Julio Hirschfeld Almada, que contaba con experiencia empresarial pero no específicamente en el ramo turístico. Tampoco la tuvieron los dos secretarios designados por José López Portillo, Guillermo Rossel de la Lama y Rosa Luz Alegría. Sucedió a ésta, la primera mujer que llegó al gabinete, un profesional en la materia, el único secretario que antes de serlo había tenido experiencia duradera, en la promoción financiera del turismo, J. Antonio Enríquez Savignac. Director del Fondo Nacional de Fomento al Turismo, Fonatur, de 1969 a 1976, época en que surgió Cancún y designado secretario por Miguel de la Madrid, Enríquez Savignac tuvo también otra singularidad: ha sido el único entre los once titulares de ese ramo, en menos de treinta años de existencia de la secretaría, que se mantuvo en su lugar un sexenio completo.

Esa estabilidad se convirtió en lo contrario bajo el gobierno de Carlos Salinas, que nombró a tres secretarios de Turismo. El primero fue Carlos Hank González, ducho también en las artes de promoción económica pero no específicamente la turística. En enero de 1990 fue reemplazado (cuando el profesor pasó a Agricultura) por Pedro Joaquín Coldwell. A pesar de que su familia se dedica a negocios turísticos en Cozumel y él despachó trece meses como director de Fonatur, no puede decirse que su desempeño en el ramo, sino su carrera política, llevó a ese cargo al ex gobernador de Quintana Roo. Y mucho menos puede atribuírsele competencia en el tema a Jesús Silva Herzog, que lo sustituyó en 1994, para los once meses finales del salinato.

También Ernesto Zedillo utilizó a la secretaría de Turismo para resolver problemas políticos (o crearlos). A mitad del camino despidió a Silvia Hernández, notable por su carrera política, no por su conocimiento del área turística, para hacer lugar a Óscar Espinosa Villarreal. El Presidente estaba urgido de no dejar en la indefensión jurídica a quien había sido el tesorero de su campaña, por lo que el mismo día en que cesó en sus funciones de jefe del Departamento del Distrito Federal lo hizo secretario de Turismo. Conforme a las previsiones, el cargo impidió que la acusación de peculado por la que todavía se le procesa tuviera libre curso, hasta que el 7 de agosto del 2000, ya perdida la Presidencia, Zedillo creyera oportuno no continuar vinculado con un colaborador en entredicho y solicitó la renuncia de Espinosa Villarreal. Los restantes casi cuatro meses fueron cubiertos por el subsecretario Héctor Flores Santana.

El presidente Fox hubiera podido contar entre sus allegados con alguien experimentado en la materia para encargarle la secretaría. Se habló de que nombraría a Gastón Azcárraga, protagonista de historias de éxito en la industria hotelera y que había cooperado con Fox en su campaña. Pero la búsqueda de titular se orientó a esperar que aptitudes empresariales resultaran suficientes para el desempeño de una función de Estado, por más cercana que ella esté a las actividades privadas. Por eso se erró al solicitar a los buscadores de talento una ejecutiva sobresaliente, en vez de que una decisión política, como corresponde al acto de integrar un gabinete, escogiera al responsable de turismo entre personas vinculadas previamente al ramo.

La secretaria Navarro decidió marcharse, no fue despedida. Se refirió en su ceremonia del adiós a circunstancias personales. Se dice que entre ellas está el monto de su remuneración. Ingresar al servicio público significó para ella una disminución de sus ingresos. No debe haber recibido las gratificaciones distintas de las pecuniarias que se espera de la realización de una tarea y resolvió por eso retornar al ámbito de la dirección de empresas, en que sus servicios están bien cotizados.

La función pública no reclama sólo calificaciones altas para el buen desempeño, como en la gestión privada. Se requiere una sensibilidad (una forma de neurosis, dicen con ánimo autocrítico los que la padecen) que la distinguen de la empresa privada. Sus fines son también diversos, pues aunque parezca recitación ingenua en la acción estatal se persigue no la ganancia sino el bien común.

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