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Última llamada/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

Con excesiva premura, se consideró que el Tercer Informe del presidente Fox tenía el carácter de una última llamada. No es para tanto, ya que ni siquiera estamos a la mitad del sexenio (que rigurosamente se cumple dentro de tres meses, el primero de diciembre), no obstante que el dos de julio y después con motivo de esta comparecencia supongamos que se cubrió ya el primer trienio.

Caracterizar con dramatismo como última llamada a la exposición presidencial de ayer es incurrir de varios modos en un franco exceso. Si bien la suerte de millones de mexicanos es triste y aun desesperada, el país no está cayéndose a pedazos, ni naufraga como sugieren en imagen fácil no pocas caricaturas. Hay un sedimento institucional, una acumulación de experiencia histórica y aun de patrimonio público que, pese a su deterioro no amenaza derrumbarse de un día a otro. La última llamada no significa el postrer grito de socorro lanzado por quien está en trance de perecer.

Más semejanza tiene ese término con el teatro o los toros. Estaríamos ante la tercera y última llamada previa a una representación sobre el escenario. Tiene parecido, también, con el tercer aviso que se estila en la lidia taurina. A la hora de la suerte suprema, cuando el diestro falla con el estoque la autoridad ordena dar una clarinada, que se repite cuando hay un segundo intento. El tercer aviso previene al matador de que su burel se irá de regreso a los corrales, lo que si bien es sano para la bestia significa un fracaso para el torero.

Contra ese fracaso, en cuya pendiente se ha deslizado el actual Gobierno, previenen varias clases de alerta. Una muy relevante para el Presidente, que se mueve al influjo de las mediciones de opinión pública, son las encuestas sobre su desempeño. El Grupo Reforma ha seguido la evolución del asentimiento público al Presidente, y sus cifras no dejan lugar a duda. En febrero del 2001, tres meses después de su asunción al Gobierno, Fox era dueño de una altísima aprobación, de setenta por ciento. En los siguientes cuatro sondeos, uno por trimestre, su grado de aprobación no hizo más que caer: a 65, a 64, a 61 por ciento, hasta que tocó fondo en marzo del año pasado, con una marca de 47 por ciento, 23 por ciento menos que al comenzar las mediciones. A partir de allí tuvo una recuperación incierta que lo llevó en junio pasado a un 64 por ciento.

Pero después de esa encuesta ocurrieron las elecciones, que fueron causa y efecto de una nueva disminución en la aprobación a la figura presidencial, que en agosto fue de 57 por ciento. Los comicios se anticiparon a esta calificación, aportaron la suya propia. De por sí la elección intermedia sirve para calibrar la aceptación pública de un Gobierno. Lo fue en mayor medida, sin embargo, porque el Presidente, aunque pretendiera desdecirse después, se colocó en el centro de la disputa electoral, le imprimió tal carácter que adquirió la dimensión de un plebiscito. Y el resultado operativo, práctico, fue desastroso: de 206 curules en la Cámara de Diputados el PAN cayó a 151, incluida la anulación de dos distritos que el propio panismo había ganado en Torreón y en Zamora.

Ese resultado empeoró con la pretensión presidencial de presentarse, a posteriori, como alguien ajeno a la contienda. Dijo no sentirse derrotado porque no había sido candidato en la elección.

Tampoco ha quedado indemne a ese desdoramiento de la figura presidencial la imagen de su esposa, factor que es imprescindible medir por el protagonismo oscilante que ha adoptado la primera dama. Igualmente, según es razonable conjeturar, en razón de su activismo electoral, su posición en el Popularómetro de Reforma disminuyó dos puntos, de 55 a 53 por ciento, lo que le hizo perder el liderazgo en ese instrumento de medición. Fue desplazada en la punta por el jefe de gobierno del Distrito Federal. Quizá también como causa y efecto de las elecciones, Andrés Manuel López Obrador pasó al primer lugar (estaba en el segundo sitio) al ganar entre junio y agosto cinco puntos, de 54 a 59 por ciento. Tómese en cuenta que la medición de Reforma es nacional, no sólo capitalina, y que a la señora Fox no la conoce el 11 por ciento, mientras que López Obrador es desconocido por el 17 por ciento de los entrevistados. (En otra encuesta sin rigor científico, pero ilustrativa, López Obrador resultó “el más querido” de una lista de personajes públicos. Como continuación a su elenco de los 25 más odiados, la revista Día Siete, editada por varios diarios conjuntamente, solicitó respuestas por vía electrónica para enlistar a los 25 más queridos. El Presidente Fox quedó incluido en tercer lugar, tras el jefe de gobierno del DF y Ana Gabriela Guevara. Y la señora Sahagún aparece en el lugar número 16, después de Galilea Montijo, triunfadora de Big Brother, y antes del subcomandante Marcos).

Más que opiniones a bote pronto, minutos después de pronunciado, el tercer informe merece un análisis reflexivo, que lo compare con los anteriores mensajes presidenciales, para medir su congruencia y su credibilidad. Téngase en cuenta que esta va a la baja también. En torno al primer informe, Reforma halló que 56 por ciento creía mucho o algo en la palabra presidencial. Ese porcentaje disminuyó seis por ciento al año siguiente, y en torno de este tercer informe quedó por abajo de la mitad, en 46 por ciento.

Pero desdramaticemos: el país no desaparecerá aun si los llamados presidenciales son desatendidos. Aunque, claro, pese marchar cuesta arriba.

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