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Un ataque por si las moscas

Gilberto Serna

Le están fallando las estrategias al presidente George W. Bush. En efecto, primero, contaba con que los iraquíes, el grueso de su población, se alzara en armas contra el gobierno encabezado por Saddam Hussein; segundo, pidió, con ese sabor a exigencia que se desprende de que quien lo hace es una superpotencia, que las legaciones iraquíes fueran expulsadas, de mala manera, en cada país; tercero, les demandó a los rusos que dejasen de enviar pertrechos a los iraquíes; cuarto, pretendió que Saddam Hussein fuese aborrecido, considerando que ejerce una dictadura, pero resultó que lo está convirtiendo en casi un héroe de los países árabes; quinto, pide a los iraquíes que traten bien a prisioneros de acuerdo con los tratados de la convención de Ginebra, mientras EU contraviene las cláusulas de la carta de las Naciones Unidas; sexto, prohíbe a sus medios informativos reproduzcan las escenas donde aparecen soldados muertos o presos, invalidando la libertad de prensa; y, séptimo, si el propósito de la invasión es liberar al pueblo iraquí de su opresor, lo está consiguiendo enviándolos fuera de este mundo.

La aplastante ventaja que le da su tecnología militar, la falta de un argumento verosímil para iniciar las hostilidades, la ausencia del aval de las demás naciones que integran el organismo internacional, lo despiadado de sus bombardeos, mantienen al mundo hundido en la desesperación. Dada la superioridad de uno de los protagonistas los sentimientos de la humanidad se están poniendo del lado del pueblo iraquí considerando a Bush como el villano de esta pavorosa aventura.

El slogan utilizado por el gobierno de Bush de que la violencia era para acabar con el terrorismo, se cae por los suelos, cuando la única forma que hay de acabar con ese foco de maldad, es, paradójicamente, borrando del mapa a los propios Estados Unidos de América que son el blanco favorito del terrorismo mundial. Se trata, dice Bush, de identificar y localizar, con anticipación, los peligros futuros, destruyendo las amenazas antes de que lleguen a su país. Lo malo de ese planteamiento es que son los EU los que deciden qué nación y cuál no, representarán un desafío en el porvenir. Usando un lenguaje coloquial sería: Desbarato a ese país sólo por si las moscas.

La agresión de EU a Iraq abre una anchurosa y profunda brecha entre occidente y los países de religión islámica. La percepción que a estas alturas tienen los países árabes del conflicto es que el grandote se está aprovechando de su fuerza bruta para robarle sus riquezas naturales al pequeño. Hay en las palabras mesiánicas de Bush una clara idea de transformar los problemas políticos en religiosos cuando invoca a un dios iracundo y malévolo que le pide exterminar al dios de los musulmanes. El mundo, teniendo como detonante la agresión injustificada de un país a otro, no será el mismo en el futuro. Si Bush cuenta con los avances tecnológicos en armamento bélico, los países débiles cuentan con la paciencia para atacar cuando menos se lo esperen mediante su única arma: El terrorismo. Nadie en adelante estará seguro ni, por supuesto, tranquilo en parte alguna del planeta Tierra.

Se ha abierto el camino a la ley de la selva al pretender explicar que es un ataque preventivo lo que se hace en Iraq en la lucha de EU contra el terrorismo internacional. Hay que acabar con peligros en potencia, aunque sólo existan en la calenturienta imaginación de quien lo dice. Esto es, que Iraq cuenta con armas de destrucción masiva, que Saddam es un dictadorzuelo de opereta al que hay que derrocar, que su país es refugio de terroristas, que el pueblo de Iraq debe ser liberado de la ferocidad de su caudillo, puede ser que sí, puede ser que no, lo único cierto es que hasta el momento la única que visualiza esas razones, que justificarían una invasión, es la Casa Blanca.

Eso que dijo George W. Bush de que EU tiene la autoridad soberana de usar la fuerza preventiva para salvaguardar su propia seguridad nacional, son sandeces que en el ámbito del derecho internacional nadie se traga, pero eso no le quita el sueño porque en realidad no dirige su retórica al mundo, sino tan sólo a los habitantes de la Unión Americana, que están dispuestos a creerle lo que sea, mientras cómodamente repantigados en su sillón favorito, muerden una hamburguesa y miran las escenas de las bajas enemigas en sus televisores como si se tratara de un juego de video.

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