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Un caminar tranquilo...

Adela Celorio

Un caminar tranquilo,

de estrella o primavera

sin premura.

Octavio Paz

Si el mundo se acaba, yo me voy a Valles, solía decir tío Pato, pero la verdad es que cuando su mundo se acabó, él se fue, como todo el mundo, al panteón.

Yo, por eso, antes de que mi mundo se acabe me propongo volver a Loreto, donde la soledad del desierto y un mar celeste y sereno, imponen su propio ritmo a la vida, el mismo que debe haber tendido cuando Dios separó los cielos de la Tierra. La armonía entre el tiempo y el espacio es tan perfecta en Loreto, que hasta las ballenas, con afinado instinto, han elegido por ahí un puertecito escondido para parir y cobijar a sus crías. Como pueden ver, necesito aferrarme al tibio recuerdo de unas furtivas vacaciones ahora que me encuentro náufraga de nuevo en el mar embravecido que es esta capital, donde la falta de sintonía entre la vida y el tiempo, amenaza con secarme el alma.

Y conste que no voy a hablar aquí de la prematura Navidad que con pinos artificiales y ejércitos de santacloses se hizo presente por acá desde el mes de agosto. Tampoco quiero ocuparme de los buitres hambrientos que se autodestapan todos los días para empezar desde ahora a pelear la candidatura de una remotísima presidencia, cuando todavía no han hecho nada para sacar adelante la de Presidenfox.

Ni siquiera voy a mencionar todas las predicciones y elucubraciones que se escuchan sobre el futuro Papa, cuando todavía Juan XXIII -a pesar de su salud terriblemente quebrantada- está vivo y en plena lucha por sus convicciones. Los acontecimientos se adelantan, se precipitan sin que por tanto madrugar amanezca más temprano. Por lo visto la onda es futurear en vez de aprovechar el presente para construir el futuro que queremos. Cuál es la prisa, digo yo, si como tan luminosamente señala Octavio Paz en su monumental Piedra de Sol; la vida es “Un caminar de río que se curva/ avanza, retrocede, da un rodeo y llega siempre/ ...al panteón.

¿A qué vendrá esa urgencia de atropellar el presente y de saturarnos de acontecimientos que todavía no acontecen, eliminando así la sensación de asombro en nuestras vidas?

Yo por mi parte, me niego a permitir que la prisa me arrastre y para impedirlo, me arropo entre mis amores, cultivo la incondicional amistad de los libros, las virtudes sanadoras de la comida cocinada a fuego lento y todo aquello que hace que valga la pena levantarse cada mañana.

Esta nota estaba destinada a rechinar los dientes por la nueva configuración de la dirección del IFE por el que los mexicanos -para asegurarnos una imparcialidad que debía ser gratuita- pagamos un altísimo precio y que según parece, ha vuelto a quedar a merced de intereses partidarios. Estaba deseando hablar aquí de la frustración constante que sufrimos la mayoría de los ciudadanos que no acabamos de ver el amanecer.

Estaba preparada para chillar con ustedes. Pero resulta que Fernando Savater vino a México a presentar su más reciente libro “El valor de elegir” y me eché el alma a la espalda y corrí a apretujarme con otros cientos de Savater- adictos en el Palacio de las Bellas Artes, para no perderme a mi filósofo favorito cuyas palabras invitan siempre a la vida y a la alegría. Después de escucharlo, me tomé las cosas con calma y elegí refugiarme en los recuerdos de Loreto y en la magna luna que nos acompaña estas noches.

adelace@avantel.net

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