En una cantina de la Ciudad de México tres rufianes celebran el éxito de sus atracos. Uno a uno relata con desprecio y burla la manera en que despojaron a sus víctimas de joyas, medallas y relojes. Las mujeres que los acompañan, con traza de que nunca serán invitadas a Los Pinos, festejan ruidosamente la aparición de cada joya, confiadas en que en las próximas horas podrían hacerlas suyas gracias a su cuerpo y al alcohol. Los ladrones están en jauja. Uno de ellos se congratula de las facilidades que ofrecen las autoridades para cometer todo tipo de delitos; nunca habían estado mejor. Otro asegura que Giuliani les hace lo que el viento a Juárez (dicho sea de paso, ¿alguien sabe cómo se origina esta extraña expresión?). Al final, una voz asegura que en la ciudad de México se han cometido 1’800,000 delitos en los últimos años.
Se trata del nuevo anuncio del PRI para derrotar al PRD en los comicios por las delegaciones y los distritos electorales de la capital. Desde luego, el comercial está hecho por profesionales. La ambientación, la selección de actores y la calidad de la filmación son dignas de Tarantino. Es uno de esos anuncios hipnóticos en los que el televidente olvida el zapping y se concentra en la imagen.
Pero lo que sobra de talento en la excelente producción del comercial, falta en materia de cálculo político. Para empezar, no está claro en qué medida el televidente termine por asociar el mensaje con el mensajero. Es decir, los ladrones son el PRI. La escena es inquietante y poderosa. Para cualquiera de nosotros encontrarse con cualquiera de los rufianes caracterizados constituiría la peor de las pesadillas. El desprecio que muestran y la impunidad que exhiben es ofensiva y termina por dejar un mal sabor de boca. Al final del anuncio, un breve comentario solicita votar por el PRI.
No hay duda que el PRI aún tiene banderas para enarbolar en una campaña: su política social, su oficio político, la estabilidad, etc. Pero la honestidad no es una virtud de la que pueda presumir frente a las tribunas. Más aún, entre menos referencias haga a la corrupción más posibilidades tendría el PRI de que la gente olvide sus defectos y recuerde sus virtudes. Por eso es que el costoso anuncio parece una pieza de humor involuntario.
Por otra parte, además de contraproducente, la moraleja del comercial es falsa. La mayor parte de los índices que dan cuenta de la inseguridad han descendido en la Ciudad de México en los últimos dos años. Las cifras siguen siendo muy altas, pero la tendencia en la mayoría de los tipos de delito está a la baja. Por eso es que el comercial cita una cifra absoluta, porque es incapaz de afirmar que la inseguridad haya aumentado. Después de todo, la publicidad es el arte de inducir, aunque para ello sacrifique veracidad.
Y ese es justamente el mayor problema de este tipo de publicidad política. En la costosa producción del comercial de la cantina (y aún más costosa exhibición: es transmitido una y otra vez en la televisión) el PRI está tratando de “vender” un defecto de su adversario, en este caso el PRD. En el comercial no se plantea una propuesta, sino un problema (con datos distorsionados, por lo demás). No se dice cómo habrá de resolverse el tema de la inseguridad, simplemente se deja constancia y se remite al PRI para resolverlo.
Está comprobado que la publicidad negativa lejos de provocar afluencia de votantes en los comicios, suele inhibirla. Exhibir un problema sin precisarlo simplemente provoca el hastío del auditorio hacia los asuntos públicos, lo cual propicia la despolitización, el escepticismo y en última instancia el abstencionismo.
En realidad, el anuncio coloca en la picota a todos los partidos. Los ladrones se mofan de la autoridad sin precisar a cuál se refieren. Teóricamente los productores atacan al gobierno perredista del Distrito Federal, pero terminan por acribillar a diestra y siniestra a toda la franja política. Desde luego al gobierno federal panista, responsable de buena parte de las fuerzas de seguridad. Pero también al gobierno priista del Estado de México en el que se encuentra más de la mitad de la población que vive en la capital.
Saturday Night Live es uno de los programas más antiguos de la televisión estadounidense. Ha sobrevivido gracias a un corrosivo sentido del humor, capaz de ironizar y ridiculizar los valores más tradicionales de la vida norteamericana. Uno de sus mejores recursos es la producción de “comerciales” con los que satirizan la hipocresía de los anunciantes. Coca Cola para mantener los dientes sanos; o un anuncio de Bill Clinton ofreciendo visitas guiadas a la Casa Blanca con descuentos especiales a los colegios de señoritas. Otro ejemplo podría ser una reunión de rufianes en una cantina festejando la complicidad de las autoridades y lamentándose de la posibilidad de que el PRI llegue al gobierno y termine con la corrupción.
Carlos Alazraky ha producido una inmejorable muestra de humor involuntario. No ganará una elección para el PRI, pero ha demostrado que tiene los tamaños para producir en Nueva York. (jzepeda52@aol.com)