Ezequiel Romero Hernández dedicó seis años al Museo del Ferrocarril
TORREÓN, COAH.- Un rostro sereno, mirada cálida y amena charla caracterizan a Ezequiel Romero Hernández, hasta hoy director del Museo del Ferrocarril, pero que gracias a su enriquecedora vida y constante actividad, es todo un personaje en el ámbito cultural, así como del fomento a las tradiciones en esta ciudad.
El lunes, por suerte, se le localizó supervisando que todo marchara bien en las instalaciones museográficas y así, se tuvo acceso a una parte de su vida fundamental en la historia de La Laguna. Era su día de descanso.
Aún así dedicó más de dos horas a explicar cada fotografía y cada objeto de los que se exponen en el museo ubicado sobre el bulevar Revolución, en una de esas charlas que se antoja alargar por las anécdotas y relatos que contienen.
Del torreoncito...
“Este es el torreón”, dice suavemente mientras señala en una fotografía panorámica de 1906, la antiquísima torrecilla que dio el nombre a esta ciudad.
Aunque don Ezequiel apenas tiene 57 años, se nota su amplio conocimiento de la historia de la ciudad; explica a detalle cada tramo de la amarillenta fotografía.
“La hacienda dominaba lo que es hoy el primer cuadro de Torreón, donde hoy está la Alianza; ahí estaba el torreón. Enfrente está la Casa del Cerro, donde vivía don Andrés Eppen”.
Y narra un “error” de cálculo que costó mucho dinero, pero que dio al primer cuadro de Torreón sus amplias banquetas: “El ingeniero que planeó el primer cuadro de la ciudad, que vivía en la casa de don Andrés, hizo sus cálculos y entregó todo para la venta de los terrenos; el problema fue que don Andrés pensó que las medidas eran en metros y así las vendió, pero la verdad es que el profesionista había medido en yardas”.
Luego sigue la explicación: “En el lugar donde hoy se encuentra el monumento a don Miguel Hidalgo estaba esa plaza de toros; la primera que se construyó en la región”.
También es un hombre de anécdotas: “Un día varios políticos hicieron un recorrido. Había un representante de Met Mex Peñoles y cuando observaban esta fotografía yo les explicaba cada parte; les dije: y aquella es Peñoles ‘que desde entonces ya contaminaba’, dijo inmediatamente uno de ellos y todos soltaron la carcajada.
Pero es que Peñoles estaba muy lejos de la zona habitada; mi abuela vivía ‘en las orillas’, en lo que hoy es la colonia Luis Echeverría; yo me acuerdo que íbamos porque nos gustaban mucho las tortillas que hacia, a mano, y entonces no nos atrevíamos a pensar en ir hasta allá”.
La danza azteca...
Nosotros íbamos de la Compresora, que estaba en la parte más céntrica. Ahí, mi tío inició una manera distinta de rendir homenaje a la Virgen de Guadalupe: la danza azteca.
Este tipo de danza no era común en La Laguna, y al principio eran sólo vecinos de la Compresora quienes la impulsaron en región. “Éramos seis; de todos, sólo yo sigo vivo”, relata.
Esta danza se distingue de las de pluma, por el llamativo vestuario cuya confección fue aprendida por uno de sus primos en Guanajuato, donde también se le instruyó en “los pasos” y todo lo relacionado a este ritual, el cual se bailó por primera vez en el norte del país, en el pueblo de “El Tizonazo” cerca de Peñón Blanco, Dgo. y luego acá en Torreón.
Pero además, parte de la simbología de la danza azteca consiste en instruir a los danzantes en las ceremonias del “Fuego Nuevo” que se realizan en marzo y en diciembre, durante los equinoccios de Primavera e Invierno.
“Originalmente este ritual se representaba cada 52 años, según la cultura azteca, pues era el período en el cual se cerraban los ciclos; pero el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes decidió promoverlo, para que se realizara todos los años, y la gente pudiera observar, por lo menos alguna vez en su vida, esta ceremonia”, relató.
Así, desde hace algún tiempo don Ezequiel y su grupo de danzantes efectúan la ceremonia del “Fuego Nuevo” cada año, básicamente en Primavera, en diferentes foros.
“Al principio, para cumplir con el compromiso del apoyo que nos dio la Dirección General de Culturas Populares para efectuar esta representación; después, para mantenerlo como una tradición”.
Sin embargo, Ezequiel reconoce que “es difícil” mantener este tipo de actividades, las que se realizan por propia voluntad, por su propia iniciativa y más ahora cuando en el grupo de danzantes “no queda nadie del barrio, sólo yo y mis hijas; pero hay gente de muchas colonias, algunos ya vienen con sus hijos”.
Del ferrocarril a la cultura
Don Ezequiel trabaja desde hace seis años como director del Museo del Ferrocarril, empleo que le permitió sacar adelante a sus tres hijas...
“Una ya es educadora y la otra es licenciada en trabajo social... Todavía me falta otra”, comenta.
Pero antes, trabajó en Ferrocarriles Nacionales de México...
“Yo llegué al ferrocarril cuando no había institutos de capacitación, ni nada. Ahí mismo nos enseñaban los ferrocarrileros de más experiencia; pero había un elemento esencial: El respeto. Había en el trabajo mucho respeto”.
El director del museo recuerda que en ese entonces las charlas con los adultos eran “de Usted” y las contestaciones “sí señor”, “no señor” y compara las diferencias que existen en la actualidad. Don Ezequiel lamenta que este valor se vaya perdiendo en aras de la modernidad.
“Trabajé 25 años; me tocó estar en la venta de los boletos y luego en el área donde se pesaban los vagones para efectuar los cobros. A mí me tocó trabajar en la estación ‘nueva’, pero también estuve en varias ciudades del país; nomás que luego regresé”, cuenta.
Entonces empezó a trabajar en el Ayuntamiento del cual es empleado sindicalizado. Hace seis años se le nombró director del Museo del Ferrocarril que prácticamente levantó con sus propias manos y que conoce palmo a palmo.
“Casi no he podido dormir”... confiesa. Le preocupa un posible cambio de puesto, pero el optimismo se impone; de cualquier forma, los planes y proyectos no terminan; el trabajo nunca acaba.