Para Ricardo Urquijo Beltrán
Todo comenzó en esa vecindad de Nueva York conocida como “Hell’s Kitchen” (la Cocina Infernal) por su historia de rijosa criminalidad entre los primeros inmigrantes irlandeses e italianos. Ese miserable barrio acaba de reconstruirse para la más reciente película de Scorcese, “Las pandillas de Nueva York”. Pero el “todo” al que me refiero es otra cosa: la ONG “Coming up taller” (Creciendo más alto), que se dedica al salvataje de niños nacidos en ese ambiente por medio del arte y las humanidades.
Tal empeño parecería destinado al fracaso y, sin embargo, ha triunfado con muchas posibilidades de ser irreversible. Así suele suceder donde se siembran las semillas del arte, único medio que trasciende al tiempo y sus estragos. Si no tenemos más monumentos artísticos de la antigüedad, no es por culpa del tiempo sino del hombre, como lo acabamos de ver con la destrucción de los dos Budas monumentales y las Torres Gemelas de Nueva York.
Hay otra condición que, en última instancia, resulta tan destructiva como el fanatismo religioso o cultural: la indiferencia. Eso lo hemos vivido los mazatlecos de mi edad cuando presenciamos la demolición de algunos bellos edificios decimonónicos en aras de una modernidad espuria. Ahora, en cambio, tras la reconstrucción del Teatro Ángela Peralta, un buen número de casas y aun de manzanas enteras se han rescatado, aunque, triste es decirlo, más por extranjeros que por mexicanos (con la notable excepción de Ernesto Coppel Kelly, mazatleco por los cuatro costados, que remozó una manzana entera que ni siquiera es de su propiedad).
Lo cierto es que poco o nada se habría hecho en el Centro Histórico sin la ayuda de José Ángel Pescador en la alcaldía y de Francisco Labastida Ochoa en la gubernatura. El primero creó las escuelas de arte y el segundo, el nuevo teatro corregido y aumentado. Tal es la combinación orgánica ideal ya que las escuelas de arte están produciendo un público mazatleco antes inexistente, un público de jóvenes que son también participantes y ya saben escuchar, ver y aplaudir todo lo plausible.
Gracias a esas escuelas, el TAP ya tiene un ballet folclórico así como un cuerpo de ballet clásico creado y dirigido por maestras cubanas de la escuela de Alicia Alonso. Tiene además dos coros, uno infantil y otro de adultos por obra del magnífico maestro Antonio González. Prueba de su éxito es que ya se presentaron una “Traviata” y una “Madama Butterfly” para las cuales sólo la soprano se tuvo que traer de fuera, y luego una “Turandot” en la cual el coro de 60 voces demostró que no le quedaba grande su papel prácticamente protagónico en esa difícil obra.
Pero el teatro, el cuerpo de ballet y los coros no se manejan ni se coordinan solos, y la persona que ha realizado esa peliaguda labor erizada de problemas presupuestales y de temperamentos, es precisamente la persona a quien le dedico este artículo: Ricardo Urquijo Beltrán. Él merece todo el apoyo y agradecimiento de los mazatlecos por el tacto, la energía y la imaginación con que se ha dedicado al desempeño de su trabajo. Tiene, además, la virtud que todo enaltece: su modestia. Siendo tan amigos él y yo, tuve que ir a Culiacán y enterarme allá que él había recibido un premio en Washington de manos de doña Laura Bush por su trabajo como director de Difusión Cultural y de los Talleres Culturales en Zonas Marginadas. Este es el organismo que lleva el programa de artes a diversos pueblos, dando clases en las plazuelas y repartiendo crayones y otros útiles. Con un presupuesto anual asaz exiguo, el Cayito declaró que “Estamos llevando la cultura más allá de nuestras salas de acá para que los chamacos en áreas rurales puedan conocer la alegría de crear y aprender”.
Ese fue el trabajo merecedor el premio. La ceremonia se verificó en un salón de la Casa Blanca, pero acá en Mazatlán pasó prácticamente inadvertida.