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Un nuevo deporte extremo: ver deportes gratis

Francisco José Amparán

Uno de los mejores recuerdos que conservo de mi padre, quien falleciera hace más de un cuarto de siglo, es de cuando veíamos juntos las peleas de campeonato de boxeo. Mi padre era un hombre de pocas palabras y no muy dado a compartir muchas cosas con su unigénito. Sin embargo, el reunirnos en torno al televisor a ver el folklóricamente llamado ?deporte de las orejas de coliflor? era una forma esporádica pero intensa de acercarnos. Yo era entonces un chiquillo, no muy amante que digamos de darse de trompadas con otros, pero que sentía que aquellas ocasiones eran auténticos rituales de hombría.

Recuerdo en particular una vez que fuimos a casa del compadre Jorge para ver la pelea de revancha entre José ?Mantequilla? Nápoles (a quien los cronistas llamaban ?el campeón mexicano? cuando ganaba y ?el boxeador cubano? cuando perdía) y un matalote con técnica de líder sindical petrolero llamado Billy Bacus. Creo que fue la primera vez que vi una televisión portátil, la cual tenía la virtud de poderse sacar al jardín para experimentar un poco más al natural el ambiente de Fistiana. Colocado el aparato en una mesita, los adultos tomaron asiento en torno a ella (y tomaron otras cosas, por supuesto, aunque nunca en exceso), un servidor se dispuso en el pasto y así pudimos ver cómo el ?Mantequilla? (quien terminaría peleando junto al Santo en contra de las Momias de Guanajuato, quién lo diría) demolía a ese bulto de cemento en base a volo-punchs, unos golpes que agarraban como tres metros de vuelo y que bien sorrajados vencían cualquier resistencia, así fuera tan dura y refractaria como el cerebro de José Murat.

También por aquellos años seguíamos con pasión los agarrones clásicos entre el Púas Olivares y Chucho Castillo; o entre Muhammad Alí contra George Foreman (la ?Rumble in the Jungle? en Zaïre de 1974) o contra Joe Frazier (la ?Thrilla en Manila? de 1975). Una de estas últimas peleas (por más que busqué, no hallé el dato preciso; a ver si me ayudan) inauguró una tendencia infausta a la que me quiero referir. Y es que uno de ésos fue el primer combate que yo recuerdo que no pudimos seguir en televisión abierta: sólo quienes pagaron para verlo en lugares y pantallas especiales (y sólo en Estados Unidos) pudieron disfrutar el encontronazo.

La semana pasada la NFL, la organización deportiva mejor manejada del mundo, anunció que no había llegado a ningún arreglo ni con Televisa ni con Televisión Azteca, de manera tal que ambas empresas se iban a quedar sin transmitir los partidos de futbol americano de la presente temporada (que ya empieza a oler como una de ésas en que los demonios andan sueltos... los de Vince Lombardi, no los de Ruiz Massieu). En el caso de la primera televisora, ello rompe 35 años de tradición, a través de los cuales este deporte se hizo fenomenalmente popular, en un país en el que quienes pueden aspirar a practicarlo de manera profesional si acaso llegan a la media docena.

Por supuesto, uno puede ver los partidos de la NFL a través de los sistemas de cable o de satélite (en estos últimos, incluso se puede escoger qué partido disfrutar o sufrir). Pero ello implica que millones de personas no van a poder acercarse a uno de los máximos espectáculos deportivos, no aprenderán a querer espontáneamente a un deporte que se lleva de calle a cualquier otro en términos de organización y profesionalismo y estarán perpetuamente condenados a la mediocridad y marranadas que caracterizan al futbol soccer nacional. Y, peor aún, a creer que así es como se hacen las cosas.

También siendo un chiquillo (bueno, un adolescente), un servidor aprendió a amar al futbol americano merced a las transmisiones de Televisa (entonces Telesistema Mexicano) genial y didácticamente conducidas por Fernando von Rossum (padre, of course), Jorge Berry y el paisano Serrato. Viendo los agarrones de Acereros contra Petroleros muchos le tomamos el gusto a un deporte hasta entonces ignoto. Saboreando esas transmisiones intuimos la enorme contribución que podía hacer el medio televisivo a convertir un deporte en un auténtico espectáculo (y a desfacer entuertos, como viene ocurriendo en la NFL de una fecha a esta parte). Y ahora nos apesadumbra saber que miles, millones de chiquillos y chiquillas se van a perder esa experiencia... lo que hubiera sido nuestro caso hace 30 años, cuando no teníamos para acabalar otra cosa que no fuera una antena que propendía a caerse en tardes de tolvanera.

¿Y qué pasó con aquellas noches de campeonato de box? También pasaron a la Dimensión Desconocida. Ahora no sólo hay que tener sistema de satélite, sino además contratar la pelea en Pago Por Evento para poder ver un combate medianamente decente (o hasta con Mike Tyson). El resultado es obvio: la afición por ese deporte ha mermado de manera notoria. Pregúntele a quien quiera, y la mayoría de los encuestados no sabrá decirle quién es el campeón de los pesos pesados, mucho menos del peso Crucero o no sé qué inventos han sacado para crear una división por cada 30 gramos. Que ésa es otra: la poca seriedad en el manejo de tan sacrificada actividad. En mis tiempos había un solo campeón mundial. Ahora hay como cinco por cada división, debido a como han proliferado las asociaciones, consejos, federaciones, ligas y otros organismos gangsteriles que medran con el deporte de maneras por demás inescrupulosas. Todo con tal de vender en Pago por Evento unas diez peleas de campeonato al mes.

Lo peor es que la tendencia se ha generalizado: ahora no se pueden ver todos los partidos del futbol nacional por televisión abierta. Si uno quiere disfrutar (¿?) cierto juego, hay que hacerle ojitos al vecino que tiene Sky, llevar la carne para asar y mínimo dos sixes, así que el show sale más caro que el mentado Pay per View. O bien, ir a un bar y empanzurrarse con cervezas que realmente no apetecemos y soportar los inclementes, insufribles comentarios de los villamelones que pululan en esos lugares.

Ciertamente el 90% de los partidos de la Primera División mexicana resultan intragables por la indudable mediocridad de nuestro balompié (diga lo que diga la clasificación de Blatter y sus mafiosos). Pero entonces, ¿para qué volaron a la gente? Hay que recordar que antaño sólo se pasaban al aire dos o tres juegos de cada jornada. Luego empezaron a transmitir todos, aunque la teleaudiencia fuera tan baja como la asistencia que aterrizaba en algunos estadios (hubo juegos del Necaxa en el Azteca con taquilla de 524 aficionados... en un coso para 112,000; en el cual, por cierto, se tuvo la mayor asistencia de la historia para un juego de la NFL, uno de pretemporada entre Pittsburgh y Dallas). Y ahora que mucha gente está enganchada peor que si de heroína se tratara, zácatelas, a cortarles la dosis para que hagan de tripas corazón y contraten el servicio de satélite... o se vuelvan una peste gorrona con el vecino o cuñado que sí tiene platito.

Más o menos lo mismo ha ocurrido con el beisbol: los juegos de esta postemporada están siendo transmitidos por ESPN y FoxSports. Así que si usted es aficionado, con las puras antenas de conejo va a poder ver puras habas. Lo cual es también lamentable. Lo mejor de Ligas Mayores ocurre en Octubre. Y ¿qué sentido tiene haber seguido la temporada todo el año, si no se puede ser testigo de lo mero bueno? Con otra: que este año puede ser histórico: todos aquellos que tenemos un corazón en el pecho estamos rezando por una Serie Mundial Cachorros contra Boston: dos equipos que, conjuntamente, tienen 180 años sin ganar un Clásico de Octubre. El problema es que, de darse tal fenómeno, uno de ellos va a tener que perder... Y el complejote mexicano de irle al fracasado va a quedar seriamente lastimado.

Si la tendencia sigue por donde va, me temo que al rato no habrá ningún deporte que valga la pena que sea transmitido por televisión abierta. Lo cual condenará a los adictos a tener que chutarse espectáculos tan lamentables como los llamados ?reality shows? o el campeonato mundial de volibol playero masculino. O de plano tener que seguir algún tipo de terapia de desintoxicación y olvidarse de la televisión (lo que siempre es muy sano consejo, pero rara vez es seguido).

¿Qué hacer, pues? Claro, está la opción de olvidarse de esos eventos y no pagar por ellos ni aunque nos amenacen con una visita de Romero Deschamps. Pero ello implica actitudes vivenciales propias de monjes de clausura. Claro, esperar que los señores del dinero y la comunicación se compadezcan de la perrada es pedirle las consabidas peras al olmo. Así que me temo que no queda de otra: habrá que formar asociaciones civiles que, vía pollocoas y la venta de membresías, organicen a la sociedad y creen clubes en los que, por una muy módica cuota, se pueda contratar cualquier evento pagado. Las sedes podrían ser gimnasios públicos, atrios de iglesia u hogares con salas muy amplias o con señoras harto comprensivas (o sea, ya fallecidas). Propongo, por ejemplo, la constitución de la Benemérita Asociación Todos los Eventos al Alcance (BATEA), A.C. O la Cooperativa Humanista para la Unidad contra la Tiranía de la Avaricia (CHUTA), S. de R.L. En fin. Es cuestión de combatir la codicia de la televisión pagada y ahorrarse los dos sixes por ver un bodrio pasado por agua que termina cero a cero.

Consejo no pedido para festejar el primer fin de semana de octubre: escuchen ?Tug of War? del maestro McCartney; renten ?En busca del récord? (*61, de 2001), la historia del infierno por el que pasó Roger Maris la temporada en que batió el récord de jonrones del Bambino, dirigida por Billy Cristal; y lean ?El ocaso de los héroes? (The Great American Novel) de Philip Roth, una hilarante farsa sobre el equipo de beisbol más alucinante que se pueda uno imaginar. Provecho.

Correo: francisco.amparan@itesm.mx

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