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Un Papa grande que no tiene necesidad del Nobel

Andrea Tornielli

En las pasadas semanas, atendiendo a la noticia de quién habría ganado el Premio Nobel de la Paz, en ambientes editoriales europeos y americanos se habló de la posibilidad de que esta vez el querido reconocimiento fuera asignado al Papa Juan Pablo II. La decisión sobre el nombre del ganador fue tomada desde el 29 de septiembre, pero solamente el viernes pasado, diez de octubre, fue publicada. No resultó ser el pontífice, candidato por cuarta vez en estos 25 años, sino una mujer que lucha por los derechos humanos en Irán, Shirin Ebadi.

Es interesante notar que en días pasados nadie del Vaticano había comentado oficialmente el asunto ni la posibilidad de que el nombre “secreto” fuera el de Karol Wojtyla. Esto, no porque a la Santa Sede no le gustara este reconocimiento -ya otro importante premio, el “Balzan por la Paz” fue asignado al papa Juan XXIII unas semanas antes de su muerte, después de la publicación de la importante carta encíclica “Pacem in terris”-, sino porque en los “sagrados palacios” casi nadie creía verdaderamente que Juan Pablo II sería el ganador.

¿Por qué? Porque tres de los cinco miembros de la comisión son mujeres, y es mas fácil que reconozcan el Nobel a otra mujer; porque es más fácil que se lo den a un personaje desconocido (para ponerlo en la atención mundial), y finalmente, porque en Noruega son protestantes luteranos, los más lejanos desde las posiciones de la Iglesia católica, con la cual con frecuencia se contrastan en materia de control de los nacimientos en el Tercer Mundo.

La reacción más interesante, desde el interior del Vaticano, fue la del nombrado cardenal Renato Martino, presidente del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, que dijo: “Yo no estoy desilusionado. Creo que es justo que el Nobel haya sido asignado a una mujer, y a una mujer musulmana, la cual necesita que su acción sea reconocida y sustentada en su país y en el mundo. Ya otras veces he juzgado que está bien que el Nobel se otorgue a otras personas, porque el Papa ya tiene como su misión la de predicar la paz y no tiene necesidad de reconocimiento para continuar en esta obra”.

Por su parte, Juan Pablo II habló sobre el tema de la paz también en su peregrinaje por el santuario mariano de Pompeya, donde estuvo la semana pasada para hacer una súplica por la paz. Enfrente de la iglesia dedicada a la oración del rosario, en conclusión del Año del Rosario, el papa Wojtyla habló de la necesidad de tener fe en la Virgen “al inicio de este milenio, ya golpeado por los vientos de guerra y surcado por la sangre en tantas regiones del mundo”.

Es significativa, sobre todo, otra parte del mensaje papal, en la cual nadie fijó su atención, es decir, la dedicada a las ruinas arqueológicas de la antigua ciudad romana de Pompeya, destruida en el año 73 por el volcán Vesubio. Con palabras fuertes y sorprendentes, Juan Pablo II dijo que “hoy, como en el tiempo de la antigua Pompeya, es necesario anunciar a Jesucristo a una sociedad que se destaca desde los valores cristianos y no pierde tampoco la memoria”, comparando el tiempo de hoy con el del mundo pagano. Esta es la raíz de la acción por la paz del Papa. Y puede ser que en verdad sea por esto que no ganó el premio Nobel.

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