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Un referéndum

Gilberto Serna

No es nada raro en estos días encontrar conduciendo un automóvil del servicio público a un profesionista desempleado o realizando cualquier otra tarea para la que no se requiere más que la destreza que cada persona trae consigo desde que nace. Es decir desempeñando un trabajo que en nada corresponde a los estudios que durante años ha realizado. Un sentimiento de frustración, que aun no sabemos a donde vaya a desembocar, se apodera de los egresados de las escuelas universitarias que no encuentran acomodo en el mundo laboral, después de años de sacrificios económicos. Este panorama se viene presentando con características cada vez más agudas. No es un hito encontrar a jóvenes que han cursado una carrera, a nivel de licenciatura, enfrascados en derrotar las penurias de un México sin oportunidades. Lo que llegado el caso produce un odio contra todo y contra todos, que se mantiene escondido en lo más recóndito del alma, como el magma ardiente que se mueve en los complejos subterráneos de la costra terrestre amenazando con hacer erupción.

A principios de la semana pasada una estudiante de la Escuela de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional, sin ambages ni retruécanos, dijo, en una ceremonia donde fue galardonada por el presidente Vicente Fox, que “sería muy triste desperdiciar la estructura acumulada durante 67 años, sólo para producir desempleados con diploma”. El reclamo, que no era otra cosa que eso, un reproche verbal en que no se requiere el uso de groserías para que los rostros demudados de los circunstantes lograsen darse cuenta de que algo están haciendo mal. En lo más profundo de su ser a los presentes debió arderles la cara de vergüenza, sobretodo a los encargados de dirigir la economía del país. Las palabras de una muchacha, con ojos de papel volando, recién salida de su adolescencia, con un chongo encima de su bruna cabellera, la tez morena, bajita de estatura, grande de ideas, con voz serena censuraba, refiriéndose a las consecuencias de una política equivocada, que “hoy, la juventud mexicana enfrenta graves problemas; muchos no tienen escuela y otros tienen libro y maestro, pero cuando terminan su educación no tienen donde trabajar”.

Tenía que ser una mujercita la que, aprovechando la tribuna que le proporcionaba el festejo, les arrojó a la cara las desgracias que padece la juventud mexicana. Las mujeres por lo común tienen la decencia de reconocer lo que está ocurriendo en este país y no les tiembla la lengua para decirlo. Las generaciones de jóvenes no suelen quedarse calladas ante las injusticias, tienen el enorme valor de decirlo a voz en cuello. Lo que sucede es que hay que acabar con los lastres en que surgen la mentira y la demagogia. El Presidente reviró diciendo que el gobierno trabaja intensamente para remediar los problemas que aquejan a la comunidad. No lo creo. No hay nada que indique que dejaremos de seguir vendiendo gorditas -las hay de frijoles, de papas, de guisado, de nopales, pásele marchante- como una forma de subempleo. Estos negocios están brotando como hongos después de la lluvia. Los jóvenes sin escuela seguirán acudiendo con un trapo a los cruceros de las avenidas citadinas a solicitar una dádiva por limpiar coches, en lo que es una juventud desperdiciada. Otros, desesperados, recurrirán al desvalijamiento de casas habitación de vecinos incautos. Habrá quienes formen bandas dedicadas al latrocinio. Es la supervivencia lo que está en juego.

Júntele a lo anterior que hay oídos sordos. La solución sería, dicen algunos, que se estableciera un referéndum revocatorio dentro de cualquier lapso de un período de gobierno, solicitado por un número determinado de firmas de ciudadanos para, mediante la evaluación de lo que se ha hecho, decidir si es conveniente que un Presidente deba seguir en su cargo o si debe salir para dejar que gente más capaz pueda encargarse de la administración pública. Eso precisamente están haciendo en el estado de California, allá en la Unión Americana, con el gobernador Gray Davis, donde habrá nuevas elecciones cuando aun no termina su mandato. En fin, usando términos taurinos, para que mejor me entiendan, si un toro de lidia le rehuye al caballo del picador, no embiste, no demuestra bravura, es lógico que los espectadores aúllen para que lo saquen del ruedo y lo manden a los corrales, por manso.

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