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Un sopapo en la nariz

Gilberto Serna

¿Qué hará el elector serio y responsable, al acudir a votar? Los directivos de casilla siempre amables, sin demasiadas formalidades, pedirán la credencial de elector. Una señorita la tomará en sus manos y verificará que corresponda al nombre y fotografía que aparece en el padrón. Los representantes de los partidos políticos que participan en la contienda estarán atentos. Esto me lleva irremisiblemente al recuerdo de otros tiempos, una mañana en que, con el sombrero calado en su cabeza, bajó de un auto el general Pedro V. Rodríguez Triana, ex gobernador en Coahuila, acercándose tranquilamente a la mesa donde se hallaban las urnas, sin que lograra aproximarse del todo pues en el mismo instante hizo su aparición un jeep del ejército del que bajó presuroso un capitán uniformado, acompañado de un piquete de soldados. Su presencia resultaba ominosa.

El oficial se acercó, los soldados también, estos cortando cartucho. Los que estabamos ahí escuchamos que el uniformado, carraspeando para despejar la garganta o para ocultar su turbación, le decía: mí general hemos recibido informes de que está usted armado, a lo que el aludido contestó, sin dar señales de inquietud, como puede usted ver no lo estoy pero si me acompaña lo llevaré con gente que si trae pistola al cinto. Todos amontonados subieron a los vehículos, parados en los estribos los mílites, para perderse de vista al dar vuelta en la siguiente esquina. Se vivían días azarosos. El general, dueño de un bigote profuso, había andado en la Revolución, era de esos hombres acostumbrados a escuchar el silbido de las balas sin inmutarse, perteneciente a una generación de valientes, tenía ideales, probo como el que más. Uno se queda preguntando ¿qué pasó con esos hombres hechos de una sola pieza, que infundían respeto por su acrisolada honradez? Los señoritingos de hoy en día se valen de la intriga, el embrollo y la treta para trepar por el tronco del árbol que aquellos sembraron cogiendo sus frutos sin más peligro que el de resbalarse para volver e intentarlo. Aquellos adalides de la decencia se jugaban la vida, estos de ahora, los muy taimados, sólo se juegan el botín. Al rememorar esos hechos, me pregunto ¿cómo podemos evitar que México regrese a esos días aciagos? La única fórmula, conocida hasta hoy, es la de mantener a este país bajo el gobierno de las leyes.

En fin, retomando el hilo del relato, una vez comprobado que esta usted empadronado recibirá una boleta en la que aparecen los partidos participantes y el nombre del candidato. Usted tendrá el derecho de cruzar uno de los círculos atendiendo a sus particulares preferencias. Es lo más probable que esté decidido desde antes de llegar a la mampara, aunque no hay que descartar que resuelva por quien votar hasta que tenga el plumón en su mano. Es el momento supremo, cuando la democracia cobra su verdadero dimensión, es el pueblo el que decide quien será su representante. De usted depende el curso que tomen los asuntos en el sector público. Por último, cual si fuera un sacramento del miércoles de ceniza, en vez de en la frente, le mancharán el pulgar derecho. Usted, por su parte, no debe ensuciar, con su abandono, el evento de mayor importancia en la vida republicana de este país.

Es lógico que, como están las cosas, usted pudo haber llegado a tres conclusiones: Primero.- Que no quiere correr el riego de ser burlado con falsas promesas, Segundo.- Que los partidos no ofrecen nada que no sea lo mismo que en ocasiones anteriores y Tercero.- Que los candidatos fueron escogidos “allá arriba”, resultando su elección interna una vil patraña, por lo que una vez sentados en el salón de sesiones se olvidarán que usted votó por ellos. Si esto es lo que usted advierte, con más razón debe acudir a votar el próximo seis de julio. Es la oportunidad que tiene de mostrar su desacuerdo. Es la hora de darles, a los que se entrometen en la vida institucional del país, un contundente sopapo en la nariz para que aprendan que la libertad de los ciudadanos, para elegir a sus gobernantes, llegó para quedarse. Así mismo es el momento de exigir que las ofertas de campaña se cumplan. Eso lo logrará usted deslizando una papeleta en la ranura de una ánfora. No se quede en su casa considerando que no vale la pena votar. La democracia la hacemos todos.

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