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Un viaje por Jimulco| Sobreviven de migajas

INVESTIGACIÓN Y FOTOGRAFÍAS Arturo González González

Primera de tres partes

TORREÓN, COAH.- La riqueza natural e histórica de la región del Cañón de Jimulco, quizá sólo sea comparable, en magnitud, con la pobreza y abandono de sus habitantes. Poca gente sabe y sólo algunos libros lo registran, que esta zona, al sur de Torreón, se desarrolló siglos antes que la propia cabecera municipal. Las comunidades de Juan Eugenio, Jalisco, La Trinidad, Jimulco, La Flor de Jimulco, Barreal de Guadalupe y Pozo de Calvo, junto a sus alrededores, la sierra más alta de la Comarca Lagunera y uno de los dos caudales más importantes de la misma, guardan en sus entrañas las huellas vivas del paso de otras épocas y una gran biodiversidad que apenas hasta ahora se está investigando. Ante la falta de atención por parte de las autoridades y de perspectivas para los pobladores, los más jóvenes tienen que emigrar para encontrar un sustento de vida. El Siglo de Torreón realizó un recorrido para recoger parte de lo que esta zona representa.

Un tal Juan Eugenio

Cerca de cuarenta kilómetros al sur de Torreón, a la orilla del Aguanaval, límite natural entre Coahuila y Durango, Juan Eugenio anuncia el inicio del Cañón y la Sierra de Jimulco. Un viejo letrero informa que ahí viven (o llegaron a vivir) dos mil 200 personas. La carretera y las vías del ferrocarril parten a la comunidad en tres secciones. La actividad comercial sobre la calle principal, única pavimentada, se percibe desde las misceláneas hasta los puestos de venta de carnitas. Casi al concluir el caserío se advierten varios corrales con ganado vacuno, de lo cual se deduce que una de las principales actividades de los habitantes es la producción de leche de traspatio.

El nombre del ejido tiene historia, que es también la del Cañón. Estas tierras formaban parte del latifundio de Amador Cárdenas, que se extendía desde Nazareno hasta Pozo de Calvo, es decir, unos 55 kilómetros de longitud. El libro “Historia de Torreón”, de Eduardo Guerra, establece que este personaje era socio de Juan Gaidor, dueño de esos lares todavía por 1870. Al morir éste, Cárdenas quedó como propietario, dándole gran auge a la región con el cultivo de algodón.

Pero los lugareños tienen sus dudas sobre cómo se hizo de los terrenos “el Patrón Don Amador”. Cuentan que cuando Juan Gaidor recién había muerto, los que le rodeaban en su lecho acercaron a sus manos un documento en donde se daba constancia de que las tierras quedarían bajo el mando de los Cárdenas; luego de acomodarle una pluma entre sus dedos, movieron su brazo para estampar una firma que se dio por la del difunto.

Amador se hizo cargo del latifundio heredado durante más de 40 años. Le ayudaban sus hijos, quienes, al morir su padre, se convirtieron en patrones. Uno de ellos se llamaba Juan Eugenio, como el pueblo.

“Y la estación se llamaba Amador”, comenta Pascual Díaz Martínez, poblador de 66 años de edad y beneficiario de la primera ampliación del ejido solicitada desde 1937 —un año después del reparto agrario del otro Cárdenas, Lázaro— pero que se resolvió hasta 1962. Con su tez enrojecida por el sol de la labor, dice que “hace algunos años si usted quería viajar en tren para acá, tenía que pedir su boleto a Amador... si lo pedía a Juan Eugenio, no se lo vendían”.

Según Pascual, la mejor época de este ejido se desarrolló entre 1946 y 1955, “cosechábamos seis toneladas de algodón y cuatro de trigo por hectárea, sacábamos agua de la noria a 200 pies”, rememora.

En aquellos años, dice, un peón ganaba cinco pesos por seis horas de trabajo. En la pizca se pagaba a diez centavos el kilo y los empacadores recibían 20 pesos por día.

De 1974 a 1978 los campesinos explotaron también la candelilla de la que se produce cera. “Lo dejamos porque se empezó a terminar la planta”.

Hoy, las dificultades agobian a los pobladores de Juan Eugenio. La leche de traspatio no es negocio redituable, ya que, de acuerdo a lo que informa Pascual Díaz, cada litro “lo compran a 2.30 pesos y nada más el alimento para la vaca nos cuesta 84 pesos”. Además, como las calles no están pavimentadas, cuando llueve no pueden sacar la leche que almacenan en los tanques que están cerca de las vías.

Otra actividad de la gente de esta comunidad, en menor escala, es la recolección del orégano que en los cerros crece. Pero el coyotaje, siempre presente, hace estragos en las familias campesinas: “vendemos el kilo a cinco pesos al ‘coyote’ y éste lo da a 32 en Torreón”.

Alrededor de 20 yacimientos de bentonita —mineral utilizado para rellenar los vacíos de las perforaciones petroleras marinas— se encuentran cerca de Juan Eugenio.

“A veces extraemos algo de ahí, pero el gobierno nos dejó puras migajas”, dice Díaz Martínez, quien luego explica que “un compadre de Gustavo Díaz Ordaz, que era doctor, tenía el permiso de explotar las minas en los años sesenta... sacaron toneladas durante 12 ó 14 años”. Los de Juan Eugenio venden ahora a siete pesos la tonelada, mientras que un saco de 15 kilos anda en 300 pesos en el mercado.

A pesar de todo, esta comunidad es la que más movimiento presenta de la parte sur del municipio de Torreón.

Primer paso al Aguanaval

Unos cuantos metros antes de llegar a la segunda población del Cañón de Jimulco, existe un camino de terracería que lleva hasta la orilla del Aguanaval y a la estructura de piedra que lo cruza y que la gente conoce como Puente Canal. Construido entre 1906 y 1907 por los ingenieros civiles F. B. Puga y J. A. Gallo, mide 90 metros de longitud y cuenta con seis pilares de seis metros de diámetro. Amador Cárdenas ordenó la obra debido a que, durante las avenidas del bronco río, no existía otra forma de cruzar de Coahuila a Durango por esta región.

Jalisco en Coahuila

El intenso sol del mediodía acompaña al silencio, al viento y sus polvos del Llano en Llamas donde está Jalisco, a diez minutos de Juan Eugenio. Sus calles terregosas podrán quemarlo todo menos la memoria. Una de las casas de adobe resguarda los recuerdos de Refugio Almeida Chávez de 70 años de edad. Pasito a pasito, camina su historia y la de su comunidad: “yo todavía alcancé el apogeo de este ejido, allá por 1942, cuando trabajábamos siempre con el Banco Ejidal... todo esto estaba bien”.

Antes del reparto, cuando este lugar era todavía conocido como Berlín, sus padres vinieron desde la Hacienda del Mezquite en Zacatecas a labrar las tierras de los Cárdenas hasta que el 19 de noviembre de 1936 se convirtieron en ejidatarios y obtuvieron sus propias parcelas junto a 36 campesinos más.

La infancia de Refugio fue dura. Muy joven quedó huérfano y nunca tuvo hermanos.

“Cuando yo tenía ocho años,” dice, “a mi papá lo mató un trueno, un rayo; mi mamá murió de parto poco después”. La tierra le fue heredada, una vez asignado un albacea y desde los diez años él ya la trabajaba. “Ya andaba yo trastabillando con las mulas y barbechando... bueno, bueno, haciendo todo: ésa fue mi vida”, platica y una sonrisa resalta los pliegues de su moreno rostro.

En aquel entonces, en el Jalisco coahuilense se sembraba maíz, frijol y sobre todo trigo, el cual, según Almeida Chávez, le compraba un dueño de una pequeña (propiedad) a cinco centavos cada kilo.

En la década de 1960, el ejido creció cuando se autorizaron dos ampliaciones hasta alcanzar un total de 105 parcelas. Los nuevos adjudicatarios eran en su mayoría hijos de los beneficiados con el reparto del 36.

-¿Qué fue lo que pasó?

—Todo se desbarató ya. Se acabaron los créditos y todo empezó a bajar y a bajar hasta que quedamos en la vil desgracia... y ahorita estamos sembrando alfalfa en unas parcelas que no sirven.

Comenta Refugio que la noria que tienen es utilizada muy poco debido al alto costo en el consumo de electricidad y que la dotación de las tandas de agua de estiaje del río Aguanaval no les rinde.

“Nos toca de 43 minutos al mes a cada uno, ¿qué haces con eso?”, cuestiona.

La debacle del ejido comenzó a finales de los años ochenta, “fue cuando Salinas privatizó los bancos, desde entonces.... La mayoría ya vendieron sus parcelas”.

Con los ojos clavados en la pared, el anciano Almeida habla de la migración de las nuevas generaciones: “los jóvenes, pos andan trabajando por ‘ai’ donde Dios les dé licencia, unos en Torreón, otros en la frontera, todos andan esparcidos porque aquí no hay nada qué hacer”. Tres de sus hijos viven en Cd. Juárez y uno en la cabecera municipal.

En Jalisco los niños nada más pueden estudiar primaria. Los que quieren hacer secundaria tienen que ir a La Flor de Jimulco o a Juan Eugenio. Para la preparatoria hay que viajar a Picardías.

No hay drenaje en la comunidad y la gente se queja de que la luz les sale muy cara.

“Llegan recibos desde 300 ó 400 pesos hasta mil”, dice.

El edificio del Centro de Salud está prácticamente abandonado. Refugio, quien padece dolores reumáticos, tiene que trasladarse a La Flor para recibir atención médica.

Considera que para no dejar morir el pueblo hacen falta créditos para sembrar y para echar andar las norias. Además, expresa que la gente de la tercera edad como él necesita apoyos económicos, ya que “no alcanzamos pensión, porque cuando esto se acabó, nos dijeron que todavía no cumplíamos los sesenta años”.

Dentro de las agendas de las autoridades municipales y estatales parecen no figurar comunidades como Jalisco. Refugio Almeida, meciendo sus cabellos hacia atrás como tratando de entender la realidad, opina: “Nomás cuando andan en sus campañas políticas vienen... luego ya ni se acuerdan”.

CARENCIAS

Algunas de las necesidades que presentan las comunidades del Cañón de Jimulco son:

* Sistema de suministro de agua.

* Drenaje.

* Pavimento.

* Casetas de policía.

* Materiales de construcción.

* Créditos para producir.

* Alumbrado público.

FUENTE: Pobladores de la región.

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