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Una ciudad equitativa y justa

Adela Celorio

La ausencia de reconocimiento económico no disminuye el bien ganado reconocimiento social por el trabajo de brújula, motor y ordenador, que realizamos las mujeres en la vida de esos seres laboriosos que salen temprano y regresan tarde y cansados y a quienes llamamos esposo, marido, gordo, prieto. La periodista Elvira Lindo le llama Santo al suyo, yo Querubín al mío y así dependiendo de la imaginación de cada cuál. Dígase lo que se diga, la pareja -cuando es realmente pareja- sigue siendo la opción más entrañable que hemos encontrado los seres humanos para hacer menos áspera nuestra estancia sobre la Tierra. Un territorio íntimo y personal, un pedacito del universo sólo para dos, apoyo y compañía para recorrer el tramo más fascinante y retador de la aventura de vivir, un voto de fe que se renueva cada mañana. Bienaventurado aquel, aquella que encuentra el campo soleado y frutal dónde afincar el alma y florecer sus retoños. Dichosos quienes encontramos a alguien capaz de amarnos a pesar de nuestros defectos y debilidades. Domicilio del alma, frazadita de seguridad, punto de referencia. Alguien que nos necesita porque nos ama y no nos ama porque nos necesita. Por todo lo anterior es lamentable la prematura muerte de Doña Rocío, quien sin afanes de protagonismo fue por muchos años decidido apoyo y firme territorio de nuestro Jefe de Gobierno.

Descanse en paz Doña Rocío Beltrán de López Obrador. Vaya desde aquí mi condolencia para la familia y mi deseo de que Andrés Manuel logre juntar sus pedazos porque lo necesitamos entero para que siga en la dura y difícil tarea de gobernar una ciudad que hace ya bastante tiempo se ha vuelto ingobernable; aunque haya tantos millones de ciudadanos que -con la misma lealtad con que algunos hijos hacen lo posible por encontrarle alguna virtud a una madre fodonga- sigamos haciendo hasta lo imposible para justificar nuestra terquedad de permanecer aquí, donde como afirma el dirigente del PAN-D.F. José Luis Luege “todos los índices que miden la sustentabilidad apuntan a una situación catastrófica”. Las razones de la descomposición y el enrarecimiento de la calidad de vida vienen de muy lejos y como todos sabemos mucho tienen que ver con el absurdo gigantismo que propició el viejo sistema para mantener el control absoluto de todo poder.

Los resultados están a la vista: imposibilidad de mantener el más mínimo orden y una convivencia ciudadana que se ha convertido para todos sin excepción, en un verdadero castigo. Los propietarios de finísimos autos diseñados para desplazarse a altas velocidades, tienen que circular a paso de tortuga como cualquier carcacha. Las magníficas residencias son tan atractivas para los delincuentes como las casas y hasta los cuartuchos de los ciudadanos menos afortunados. Las escoltas que tienen a su servicio los privilegiados son las mismas que con frecuencia se transforman en bandas de secuestradores. Los diarios conflictos que aunque no nos conciernen, tenemos que sufrir los ciudadanos, el aire viciado que respiramos y la constante violación de derechos, han convertido nuestra convivencia en un puros desechos, aunque por lo menos en eso nuestra capital es equitativa y justa porque éstos alcanzan para todos.

Como pueden ustedes ver, aunque duela resulta inevitable darle la razón al señor Luege: llevamos rumbo de colisión y nos queda muy poco tiempo para corregirlo. ace@mx.inter.net

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