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Una crisis inevitable

Gaby Vargas

Todo requiere más tiempo del que quisiéramos, menos envejecer. A esta cita llegamos con increíble puntualidad. No es nada fácil aceptar esta realidad.

En nuestra sociedad, el camino entre los veinte y los cuarenta años es muy claro: establecer un hogar y una familia e impulsar una carrera profesional ascendente. Esto nos mantiene ocupados y podríamos decir, satisfechos. Sin embargo, al llegar a los cuarenta, con metas logradas, hijos adolescentes y varios años de esfuerzo, de pronto, al ver hacia delante, el camino no parece ser tan claro.

¿Y, ahora, adónde vamos? Comienza una nueva etapa. Se cruza el umbral hacia un mundo desconocido. Esto provoca un poco, o un mucho, de ansiedad.

Hombres y mujeres capoteamos esta etapa en diferente forma. Comenzaré por decir que, en una cultura donde la mujer joven es idealizada, vernos al espejo, después de los cuarenta, se convierte en un acto de heroísmo. ¿Cómo enfrentar la realidad, de que nuestros mejores años ya van de salida? Si entendemos esta etapa de transición, se nos facilitará cambiar la mentalidad de algo está mal conmigo a lo que siento es un proceso natural.

El mejor panorama que se le puede presentar a la mujer en esta etapa, es que su crisis no coincida con la de su esposo o con la adolescencia de sus hijos.

Síntomas

La primera señal... Comienza a sentirse invisible a la mirada de los hombres. Le halaga que le hablen de tú. Estar en forma se convierte en un esfuerzo constante y una prioridad para mantener su autoestima, que amenaza con devaluarse. Se da cuenta de que un día amaneció con cara de cansada... y que así se quedó.

Lleva un inventario de las manchas, arrugas y canas que le aparecen. Por primera vez no le parece tan descabellada la idea de visitar al cirujano plástico. Le invaden sentimientos de inseguridad y de soledad. Le anima ir de compras, siempre y cuando no se vea en los espejos trípticos de los vestidores.

Cada vez es más grande el kit de viaje y esto se debe a las mascarillas, los antiácidos y los antioxidantes que, entre otras cosas, se tornan indispensables.

Las hormonas bailan y juegan a su antojo. De la nada, la mujer se vuelve más irritable y de lágrima pronta; ¡llora hasta cuando oye el Himno Nacional! Cuando se enoja, se desquita con la persona equivocada, en el momento erróneo y con la intensidad inapropiada.

Su marido le parece poco tolerante, nada comprensivo y más demandante. De un día para otro, con asombro e incredulidad, nota que para leer el periódico tiene que estirar el brazo y le aterra la idea de verse con unos lentes a la mitad de la nariz. Si va a un restaurante con alguien con quien quiere quedar bien, duda entre sacar los mentados lentes o pedir la sugerencia del capitán.

Se empieza a sentir ridícula en una pista de baile poblada de jóvenes. El panorama de la mesita de noche comienza a cambiar por completo; los adornos que solía tener, se ven sustituidos por la pomada, los lentes, la pastilla para dormir y los tapones para disminuir los ronquidos del marido.

Su memoria la traiciona con frecuencia. Necesita más tiempo para arreglarse por las mañanas. Con frecuencia, siente que “arrastra la cobija’’ lo que le provoca un sentimiento de culpa y frustración.

¿Qué hacer?

En esta etapa, es imprescindible que la mujer haya construido, o este dispuesta a construir, su propio castillo; que se mantenga activa en algo que la apasione y vaya más allá de un placer personal. De no ser así, es fácil que opte por cualquiera de los siguientes caminos:

a) La depresión y la autocompasión, lo cual no ayuda en nada, b) Le da el síndrome de Barbie. Sueña ser la muñeca que ya cumplió cincuenta años y sigue perfecta, que nunca ha engordado ni se ha arrugado.

Viste entallada, a la última moda, con faldas cortas y amplios escotes, para reafirmar su atractivo físico. Hacer lo posible para conservarse está bien, pero sin exagerar. La Barbie no envejece, cierto, pero tampoco ha vivido.

c) Se refugia en el “club de la vela consagrada’’, o la tendencia espiritual que esté de moda, no como camino, sino como evasión.

A diferencia de los hombres, las mujeres expresamos nuestras emociones y las platicamos, lo cual facilita el paso por este trance.

Estoy convencida de que existe una fuente de la eterna juventud y no es otra que la actitud positiva, el desarrollo de la vida interior, de la mente y del talento. La creatividad que le pongamos a nuestra vida y a la de quienes amamos es lo que nos hará verdaderamente jóvenes y productivos. Sólo cuando nos demos cuenta de ello, habremos superado airosamente esta etapa. No olvidemos que se es tan joven o tan viejo como se quiera ser.

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