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Una cruel paradoja

Gilberto Serna

En las últimas campañas electorales que han tenido lugar en este país, después de que durante largos años predominó un solo partido, que acaparaba el mayor número de candidatos triunfadores, la gente se ha ido acostumbrando a que sus votos sean tomados en cuenta. Antes era común que las votaciones sufrieran alteraciones, con la bendición de las autoridades electorales, en ese entonces en manos del gobierno. A partir de un poco más de una década atrás, se dieron los primeros casos en que los gobiernos estatales recibieron huéspedes que no pertenecían al partido oficial. ¿A qué se debió esa apertura? Indiscutiblemente al desgaste natural que sufre el ejercicio del poder público, aunado a la irresponsabilidad de gobernantes que agotaron el modelo revolucionario.

En ese momento histórico se abrieron las puertas para que los grandes capitales hicieran su aparición, lo que culminó con la victoria contundente que obtuvo en las urnas el actual presidente Vicente Fox. De ahí en adelante tenemos gobiernos en las entidades federativas resultado de elecciones donde compiten quienes cuentan con enormes recursos pecuniarios –bien o mal habidos-. Podría referirme a muchos casos pero dicen los clásicos que, para muestra, basta un botón. En el estado de Nuevo León disputan la gubernatura quienes han demostrado poseer fortunas inmensas, haciendo la diferencia los grupos de poder locales al inclinarse a uno u otro lado. Los que carecen de ingresos en cantidades ilimitadas deben esperar sentados –para evitar cansarse- a que los grandes electores les permitan acceder al poder.

Es por eso que puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que si hubo un movimiento armado para cambiar el orden imperante en la primera mitad de la centuria pasada, que dejó un saldo de 100 mil mexicanos muertos, las clases pudientes, sin disparar un solo tiro, aprovecharon la corrupción de los gobernantes revolucionarios para hacerse del poder.

En la mayoría de los casos la búsqueda de posiciones políticas tiene tres objetivos: Primero. Obtener las prebendas que se derivan de traer una credencial en el bolsillo que lo acredite como diputado federal; Segundo. Conseguir impunidad para el remoto caso de que incurra en la comisión de delitos no pudiendo sujetársele a los tribunales comunes sin antes pasar por un jurado de instrucción, compuesto por sus propios compañeros legisladores; Tercero. Juntar el poder del dinero con el poder de un cargo en el Gobierno, en una mezcla sumamente sorprendente por lo que habría que acudir al psiquiatra austriaco Sigmund Freud (1856-1939) para explicarlo, con lo que seguramente se llegaría a la conclusión de que en el fondo se trata de llenar al máximo la vanidad de una persona que sólo puede ir por el mundo sabiéndose reconocido. Se le acredita como complejo de inferioridad. Los que lo padecen son jactanciosos, altaneros, arrogantes, pedantes, fatuos, ególatras, presuntuosos, gachos y de mala ley; y, cuarto. Defender los derechos de una élite a la que le importa un ardite el hambre de las clases marginadas

Pero, las preguntas que me hago, a unos cuantos días de que la ciudadanía acuda a depositar su voto, es ¿si en los momentos actuales, en que la ciudadanía ha tenido un despertar cívico, será suficiente que los candidatos hagan una gran derrama de dinero para atraerse los suficientes votos que les den el triunfo? ¿El ciudadano, deslumbrado por costosas campañas, los comprará como si se tratara de un producto comercial? ¿No importará que, en algunos casos, se gaste dinero proveniente del erario público, que son recursos que Usted paga por concepto de impuestos? ¿Se confía en que los ciudadanos carezcan de un gramo de sensatez para no darse cuenta que detrás de las talegas de oro no hay un conocimiento claro de cuál es el verdadero trabajo que implica una labor legislativa en beneficio de las clases necesitadas? En fin, acabemos por decir, en lo que ustedes estarán de acuerdo conmigo, que los candidatos de los dos partidos más fuertes, en una cruel paradoja, serán votados por la enorme masa de ciudadanos que batallan cada día para sobrevivir con salarios ínfimos.

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