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Una fábrica de monstruos

José Santiago Healy

Ocurrió recientemente en el exclusivo poblado de Vail, Colorado, pero pudo haber sucedido en cualesquier ciudad de Estados Unidos o del mundo entero.

El afamado basquetbolista Kobe Bryant de 24 años sedujo voluntariamente o a la fuerza a una joven recepcionista de hotel de 19 años, quien un día después lo acusó de abuso sexual.

Los cargos fueron confirmados por un fiscal de Distrito del condado de Eagle, Colorado, de ahí que el estrella de los Lakers enfrenta el riesgo de pasar varios años en prisión con todo y que pagó una jugosa fianza.

Bryant es uno de los atletas más remunerados en el orbe y con este caso ingresa a la lista cada vez más numerosa de celebridades del deporte que tienen conflictos con la justicia.

¿Por qué Kobe Bryant cuando se trata de un hombre casado, exitoso y quien a los 17 años brincó de la preparatoria al profesionalismo para firmar un contrato por cinco millones de dólares con Adidas y un lustro después concretó un acuerdo comercial por más de 45 millones de dólares con la firma Nike?

Kobe, considerado el sucesor de Michael Jordan por su carisma y calidad deportiva, de ser declarado culpable muy probablemente renunciará a su carrera profesional como basquetbolista ante el descrédito y la vergüenza pública.

Este enredo amoroso de la estrella de los Lakers se asemeja a otros escándalos de atletas como fue la acusación de homicidio doble en contra de O. J. Simpson y los frecuentes ataques contra mujeres de Mike Tyson.

En décadas atrás estos mitotes eran propios de artistas, políticos y millonarios, pero de un tiempo a la fecha son los deportistas quienes protagonizan “affaires” por demás deplorables y penosos.

Primero fueron las drogas, el alcohol e incluso las apuestas los principales motivos de líos legales en el medio deportivo profesional. Ahí tenemos los casos de Pete Rose y de José Canseco, entre muchos más.

Luego llegaron los escándalos de Sida y otras enfermedades sexuales como sucedió con Earvin “Magic” Johnson, quien malamente fue convertido en un mártir cuando en realidad contrajo el Sida por su desordenada vida personal y no por su trabajo como deportista.

Pero a estas alturas no debíamos impresionarnos ni alarmarnos por tantos sainetes públicos protagonizados por estas celebridades que todo lo tienen y aquello que no poseen lo consiguen con tal sólo firmar un cheque o a través de una orden a sus subordinados.

Sería iluso pensar que un joven como Bryant mantenga una vida normal y tranquila cuando a los 17 años dejó a un lado sus estudios universitarios para convertirse en uno de los basquetbolistas más famosos y mejor pagados.

En cinco años Kobe ha sido campeón tres veces con los Lakers de Los Ángeles; “Hombre del Año 2001” para la revista GQ; considerado por la revista People entre las 40 personas más bonitas del 2001 y en el mismo año un canal televisivo lo situó “entre los 25 hombres más sexys del entretenimiento”.

Bryant ganó 12.3 millones de dólares con los Lakers en la reciente temporada, obtuvo doce millones más por promocionar Sprite y McDonald’s y una semana antes de la acusación penal había firmado un contrato con Nike cercano a los 50 millones de dólares.

Con tal fama, despliegue publicitario y poder económico, ¿sería remoto que un ser humano actuara con violencia cuando se le niega obtener una satisfacción personal más?

Algo muy grave está sucediendo en las sociedades capitalistas que premian excesivamente a quienes tienen facultades físicas privilegiadas para el deporte, pero no sucede lo mismo para quienes destacan en el saber, el arte y el conocimiento.

No sabemos qué tipos de monstruos podrían engendrarse en los zapatos de otros jóvenes deportistas famosos como Tiger Woods o LeBron James, quien en mayo pasado y a sus escasos 18 años logró un contrato de 90 millones de dólares por siete años con Nike, incluso antes de firmar con los Cavaliers de Cleveland y de terminar sus estudios de preparatoria.

Por lo anterior creemos que llegó el momento para poner un alto a estos contratos inexplicables y fuera de toda lógica que sólo contribuyen a crear monstruos humanos y a situar al deporte muy por encima de su verdadera dimensión.

Por supuesto Jordan, Tiger o Kobe tienen todo el derecho a ser ricos y a ganar tanto dinero como Bill Gates, pero lo que no tiene nombre es que lo reciban a los 18 ó 21 años de edad cuando ningún joven tiene la sensatez ni el juicio suficiente para mantenerse ecuánime ante tanta fama y riqueza.

Así como se fijan topes para los médicos, abogados y dentistas, así deberían los gobiernos establecer límites para los ingresos de los deportistas antes que ellos terminen por destruir al deporte profesional y a la juventud que los sigue. Lo mismo a las empresas patrocinadores que han inflado en demasía a las estrellas del deporte.

Por el bien del deporte, de sus seguidores y de su familia, Dios quiera y Kobe Bryant sea inocente y todo sea parte de un complot de algún enemigo o competidor. Pero lo más importante es que la verdad salga a flote y que Bryant afronte las consecuencias pase lo que pase. Lo peor sería comprar la justicia como ocurrió con O. J. Simpson.

* Licenciado en Comunicación por la Universidad Iberoamericana con Maestría en Administración de Empresas en la Universidad Estatal de San Diego. Comentarios a josahealy@hotmail.com

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