En estos calurosos días, a escasas dos semanas de que se celebren comicios para elegir a quienes serán nuestros diputados federales, se habla mucho de democracia, desde que Vicente Fox ganó la presidencia, como un modo mediante el cual es el pueblo el que decide quiénes serán sus representantes. Los partidos políticos proponen a las personas que figurarán en las boletas electorales, los ciudadanos acudirán a las casillas donde votarán y ganará el candidato del partido que obtenga el mayor número de votos. Es un sistema que, si se respeta en su integridad, producirá el efecto deseado de que haya tranquilidad social. No se ha encontrado un procedimiento más equitativo que lo substituya en lo que podría llamarse el mando de las mayorías. De ahí surge el gobierno del pueblo.
Aún no estoy muy seguro de qué haya sucedido, mas lo relataré, de todos modos, tal como creo que ocurrió el imaginario episodio. Empezaré por el principio. Recuerdo entre sueños que el astro rey estaba en lo más alto del cielo. Esa luz brillante y cegadora de los últimos días primaverales inundaba el ambiente. Me deslazaba con lentitud por una de las calles de esta ciudad que ha ido perdiendo algo de su inocencia provinciana en aras de la modernidad. Esas calles que se han ido convirtiendo en caudalosos ríos de gente que poco a poco se ha vuelto indiferente privando el egoísmo por encima de la solidaridad.
De repente, en medio de la turba la reconocí de inmediato, estaba de pie, con aire majestuoso. Lucía esplendorosa, con un gorro frigio, sin que, quien la viera, no le dedicara una segunda mirada. Había triunfado sin más armas que su destreza en el manejo de las ideas oponiéndose al poder absoluto. Había derrotado, junto a Carlos de Secondat barón de Montesquieu, Juan Jacobo Rousseau y Alexis de Tocqueville, la tiranía de la aristocracia. Su vestimenta recordaba a las antiguas matronas griegas con largas faldas largas de amplios vuelos. Por azares del destino me hallaba frente a frente nada menos que con una respetable dama, la señora Democracia.
Traía en sus manos la declaración de los derechos del hombre. Me acerqué temeroso de que al abordarla se desvaneciera como pompas de jabón sopladas por un niño. Sí yo soy la Democracia, me dijo antes de que nada le preguntara. Acabo de llegar a este país -prosiguió- en donde he encontrado muchas resistencias. Todos hablan de mí pero ignoran hasta dónde puedo llegar. Creen estos atolondrados que mi misión en la Tierra está dedicada a parir dirigentes que no dirigen nada. Yo no agoto mi trabajo en la celebración de procesos electorales. Muchos gobernantes usan mi nombre para realizar sus chapucerías. Yo combato las desigualdades sociales y las injusticias del poder público, abogo por la libertad irrestricta de los individuos, estoy en contra de la corrupción, predico la legitimidad de los gobiernos. No me detengo en los escritorios para hacer escrutinios en los viejos infolios de la ignorancia. Me afecta profundamente la pobreza de la gente que revela no sólo la ausencia de sentimientos nobles de sus gobernantes sino, además, el fracaso de las políticas emanadas del poder público. No tengo el respeto de las mayorías por lo que la inseguridad y el atraco impregnan todas las capas sociales, a lo que antecedió la privilegiada e impune mano larga de ladrones de cuello blanco.
En ese momento se detuvo una lujosa limousine de la cual descendió la Mentira que, sin disimular su vulgaridad, eructó ruidosamente. Le acompañaban la Hipocresía, el Chisme, el Enredo, la Calumnia, la Apariencia, la Trápala, la Patraña, el Infundio, la Farsa y la Mitomanía. Todos y todas traían en las manos agudos alfanjes con claras intenciones de hundirlos en el cuerpo de su odiada enemiga: la Democracia. Ésta volteó a verlos con una triste mirada, apenas moviendo su rostro, después suspiró con resignación, diciendo: estos aburguesados vuelven a sus antiguas prácticas pretendiendo poner límites a la liberación del hombre. Es la quimérica lucha de clases. No les daré el gusto de servirles de alfiletero, dijo, porque no saben que si yo desaparezco se abre la puerta para que entre la bestia de la Violencia o si lo saben, lo que buscan, con singular afán, es la Anarquía. Esto último lo dijo sin dejar de alejarse de los recién llegados, ocultándose en la masa compacta de ciudadanos que deambulaba sin rumbo fijo.