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Una injuria de diccionario

Gilberto Serna

Por ser un término que se encuentra en el diccionario el presidente del Partido (de) Acción Nacional, Luis Felipe Bravo Mena, no se arrepiente de haber calificado como estupideces lo expresado por el presidente priista Roberto Madrazo Pintado, indicando que ese vocablo significa falta de entendimiento claro de la realidad o de los hechos. Añadió que habrá que borrarla del diccionario de la lengua si no quiere que se use, rematando Luis Felipe, que él utilizó castellano puro. Hemos de recordar que Madrazo dijo que Vicente Fox con sus declaraciones, de que votar por el PRI en este año de elecciones para integrar la cámara de Diputados sería un retroceso para el país. Agregando que la petición que hace Fox para que la ciudadanía escoja a sus aliados es una clara injerencia en asuntos que le competen a los partidos políticos.

En lo que no puede menos que tildarse de una vulgaridad está demostrando Luis Felipe que carece de argumentos para rebatir al tabasqueño por lo que tiene que recurrir a la descalificación para, luego que tuvo lo que podía considerarse un desliz, tratar de verle la cara a la opinión publica pretendiendo justificarse con el hecho de que la palabra aparece en las enciclopedias. Nadie estaría de acuerdo en que después de proferir epítetos insultativos contra una persona para justificar su exceso se haga un razonamiento de que el término usado está contenido en un lexicón. Si acudimos al diccionario encontraremos palabrotas que a pesar de hallarse ahí no le gustaría al panista Bravo Mena que se adjetivaran en su persona.

Al buscar las palabras sinónimas de la que usó el destacado panista, encontramos que ninguna le favorece al dirigente priista, a saber: bruto, idiota, cretino, tarugo, badulaque, absurdo y palurdo. Le agregaríamos, de nuestra propia cosecha: loco, mentecato, burro, botarate, aturdido, babieca, obtuso, papanatas, mameluco, zopenco, gaznápiro, animal, zoquete, torpe y bestia. Por cualquier lado que se le busque debe reconocerse que hubo un ultraje a un adversario y que el señor Bravo Mena en vez de disculparse insiste apelando a la real academia de la lengua para repetir su ofensa. Por Dios, no reconocer que se equivocó al injuriar a un miembro prominente de un partido político, contrario al suyo, es abrir la puerta para que la liza política descienda los escalones de lo pedestre en donde debería privar el debate de altura y la lucha de ideas, junto al respeto a las expresiones de los demás.

El uso flagrante de un lenguaje grosero, producto de las emociones que provoca un proceso electoral, no es recomendable para quien está encargado de presidir un partido integrado por personas a los que tirios y troyanos les reconocen su seriedad, criterio y patriotismo. No, no es correcto que con insolencias, denuestos o vituperios se pretenda agredir a los que manifiestan no estar de acuerdo en que el Presidente de la República participe en la contienda electoral que se avecina. Hay de palabras a palabras, unas que emiten sonidos cristalinos que hablan de comprensión entre los hombres y otras ásperas, como lengua de bisonte, que huelen a reyerta en taberna de barriada, quizá demostrativa de la embriaguez que produce el poder en personas carentes de prudencia. En fin, esperemos que este ejemplo no cunda y que las ya cercanas elecciones se desarrollen en un escenario de mesura y ponderación.

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