Lo vimos en la pantalla de nuestro receptor anunciando la muerte de Luis Donaldo Colosio que había recibido dos tiros en hechos sucedidos hace cerca de diez años. Todo México estaba atento a lo que decía Liébano Sáenz cuyas palabras iban poco a poco horadando la conciencia de lo mexicanos. ¿Un candidato a la presidencia de la República asesinado? ¡increíble!. Después del Presidente en funciones ¿quién más cuidado por cuerpos de protección que el aspirante a sucederlo?. Era sospechoso que sus guardaespaldas no hubieran reaccionado cuando el brazo asomó, pistola en mano, descerrajándole un tiro en la cabeza. Se desempeñó los siguientes seis años, vuelvo a Liébano, como secretario particular del presidente Ernesto Zedillo. En ese importante puesto le tocó vivir el proceso electoral para renovar la presidencia.
Lo que se decía no podía creerse. Había ganado Vicente Fox, abanderado del PAN. Iba a echar al PRI de Los Pinos. Años de priismo en que la costumbre parecía que mantendría el régimen en el poder sin que hubiera nadie capaz de desbancarlo. Los del PAN gastando dinero a carretadas, los del PRI igual. Llegó el día que la gente acudió a las urnas. Los últimos minutos eran de angustia. A esos sucesos se acaban de referir, en relatos encontrados, el propio Liébano Sáenz y Francisco Labastida Ochoa. Momentos postreros del dos de julio del 2000, cuando no había duda de que Vicente Fox Quesada se había alzado con el triunfo. El primero, Liébano, en un artículo publicado en el diario español El País, cuestiona la actitud que asumió Labastida “en esas horas de incertidumbre” al no aceptar de inmediato el triunfo del adversario. A lo que Labastida arguye: Liévano dramatiza, exagera, dice mentiras y es inoportuno, dando una lectura equivocada a los acontecimientos.
Luego, en una insólita declaración, el ex candidato del PRI, añade, que llegó a un acuerdo con el presidente Zedillo en el sentido de que si ganaba la elección interna y la constitucional tomaría el control del partido, regresando el mando del PRI al Presidente si perdía. En esta negociación reside el quid del asunto. Si hemos de creerle a Francisco Labastida Ochoa –¿por qué no?- de un presidente saliente a un presidente entrante se pasaban, como si fuera un balón de fútbol, el dominio de la agrupación. Así como así, sin más ni más: tómalo, dámelo, regrésamelo. Es cierto que, aun con la negativa del titular del ejecutivo, siempre que se hablaba del presidente del PRI se dejaba en claro que era un amanuense del Presidente quien, en la realidad, ejercía el mando de ese partido político. Lo malo del asunto era que, no obstante que era del dominio público que el PRI figuraba como una dependencia más del poder ejecutivo, los Presidentes mentían en un intento inútil por ocultarlo.
En lo que no reparó Francisco es que cuando Ernesto le entregaba el PRI dejó en claro que si perdía, esto es, si no ganaba en la carrera por la presidencia de la República, la estipulación obligaba a Labastida a retornar el control del partido a Zedillo. Si Usted lee con cuidado, lo que dice Labastida acerca de lo concertado con el entonces Presidente, llegará a la misma conclusión, por que no hay otra, que Ernesto Zedillo sabía que Fox iba a ganar por lo que se incluyó esa condición. La verdad es que, en esos días, absolutamente nadie, de los más zorros en estos menesteres políticos, apostaba un céntimo por la candidatura de Vicente Fox, dándose por hecho el triunfo del ex gobernador de Sinaloa. ¿Acaso se elaboró un convenio en que todos metieron la mano, menos el pueblo? ¿El apresuramiento en reconocer que Fox había ganado era parte de un trato previo? ¿Qué fuerzas políticas tuvieron acceso a ese compromiso? Al candidato del PRI, el día de la elección, lo empujaban bruscamente para que saliera a reconocer el triunfo de su opositor, como ¿parte de un plan ranchero de entregarle Los Pinos a Fox? Todas estas preguntas y otras semejantes se antojan como una lógica consecuencia del arrebato de dos protagonistas. O será que, a partir de ahora, las discrepancias entre políticos se escenificarán en lavaderos de antiguas vecindades.