L a manera como se llevó el procedimiento que desembocó en la designación de los consejeros del Instituto Federal Electoral, IFE ha dejado un mal sabor de boca en el ciudadano que el día de los comicios acude a votar. De acuerdo con los datos a nuestro alcance, los nombres de las personas que irían a integrar el organismo se mantuvieron en reserva hasta el último momento, lo que impidió ponderar sus trayectorias. Las agrupaciones políticas que tienen un mayor número de diputados, el PRI y el PAN, con una desfachatez absurda se repartieron las posiciones como si no se tratara de un organismo autónomo. Son nueve miembros a los que les tocará la preparación, desarrollo y vigilancia de los comicios en que se elegirán al hombre o mujer que deberá suceder al actual Presidente de la República, en el cada vez más cercano 2006.
Lo deleznable del hecho es que los consejeros del IFE tengan que iniciar sus funciones con el pie izquierdo. En su elección quizá se cumplió con la ley, puede ser, sin embargo, en el modo de lograrlo se atropelló la confianza de la sociedad. Es ahí donde está el quid del asunto.
Se entiende que era sumamente difícil encontrar ciudadanos químicamente puros, ajenos a cualquier sentimiento partidista, que durante sus largos años de vida biológica nunca hubieran estado relacionados con el mundanal ruido político. Donde surge la sospecha de que algo no anda bien es cuando se sabe que los funcionarios electorales no cuentan con el consenso de las fuerzas políticas del país. Algo huele mal en el ambiente cuando, en este caso en especial, está ausente la unanimidad de los partidos políticos.
Los defensores de la legitimidad arguyen que el procedimiento para escogerlos se efectuó con apego a la Constitución. Eso mismo adujo Victoriano Huerta (1845-1916) al proclamarse Presidente de la República respetando el orden de sucesión. Viene a pelo la conocida anécdota que habla de Julio César (101-44 a. de J.C.) quien enterado de que hay habladurías sobre lo que hace su mujer cuando él se encuentra fuera de Roma, decide despreciarla. Los amigos reclaman su duro proceder, protestando la inocencia de tan recatada dama, a los que el general romano contestó con una frase que se volvería popular: La mujer del César no sólo debe ser honrada sino también parecerlo. -El tergiversado estilo con el que se trajo al escenario político a nuevos consejeros, no se puede calificar como el más correcto-.
No repitió ninguno de los miembros que terminaron su período. A los ojos de los legisladores ninguno mereció ser llamado para su reelección por su probada emancipación partidista, llegando a ser anatematizados en las postrimerías de su encargo. Los analistas indican que los priistas se las sentenciaron cuando fueron multados a raíz de aquellos dineros que, se dice, fueron indebidamente desviados. Aunque, más que la punición económica, la irritación de los priistas, dicen, obedeció a que de esa manera los expusieron al ludibrio público. A la calle consejeros, dijeron a coro, en represalia por el escarnio. Se dice que los priistas cumplieron, con intención aviesa, su amenaza de tomar desquite, tanto por el oprobio como por la actitud independiente de los antiguos consejeros. Había entre esos consejeros, cuyo período se extinguía, personas de valía que por su trabajo hubieran perfectamente encajado en lo que, en los próximos años, requiere el IFE.
Es una lástima se haya desaprovechado su erudición electoral, debido al haber expuesto urbi et orbi como obtuvo ciertos recursos el PRI para cubrir el costo de una propaganda pródiga a favor de sus postulantes.
La negra nube que se cierne sobre los nuevos integrantes puede ser fatal para nuestra incipiente democracia. La renovación total de los componentes del IFE no debe alegrar a nadie, dado que conlleva una siniestra advertencia para los nuevos consejeros. El mensaje entre líneas es: Hagan lo que hagan los partidos que les favorecieron, nada de multas o invalidaciones electorales.
Lo más probable es que en realidad los nuevos consejeros sean unos dechados de virtudes, adalides de la democracia, paladines de la honestidad, perdón por la exageración, pero, la forma como les consiguieron sus asientos, sugiere que bien pudieron ser engendrados en el vientre de una encenagada componenda.
Desde luego, el meollo no es si los llamados son personas impolutas, preparadas e incorruptibles, para eso se requeriría conocer a fondo sus antecedentes, aunque ya hay quien objeta su carencia de conocimientos en materia electoral. El punto en este momento, es: Cómo evitar la suspicacia derivada de saberse que fueron escogidos en los obscuros sótanos de una martingala política.