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Una paloma en el camino de Bush

Jorge Zepeda Patterson

En los próximos meses el mundo va a ser testigo de una competencia tan intensa y espectacular como trascendente. La economía del planeta, la paz de los pueblos y la vida de millones de personas dependerá del resultado de esta contienda: la carrera presidencial en Estados Unidos. Basta con imaginarse cuan distinta sería la vida si Al Gore hubiese sido el ocupante de la Casa Blanca hace dos años, cuando cayeron las Torres de Nueva York, para darnos cuenta del impacto decisivo que puede llegar a tener un estilo de gobernar u otro en la Casa Blanca.

Si Al Gore fuera presidente el museo de Bagdad seguiría intacto, la ONU sería un organismo más sólido y la reunión de la OMC en Cancún habría terminado con mucho mejor saldo para los países pobres. Eso, entre otras muchas cosas.

Pero además de decisiva, la competencia que veremos desde aquí hasta diciembre de 2004 podría ser espectacular, gracias a la súbita aparición de un caballo negro: Howard Dean. Se trata de un médico, ex gobernador del minúsculo estado de Vermont, que tiene meses machacando con la misma cantaleta: “Bush está equivocado y más equivocados están los demócratas que lo han apoyado”. Desde hace unas semanas cada vez más personas parecen coincidir con él.

No siempre fue así. Cuando le dijo a su madre que iba a contender por la presidencia de Estados Unidos, ella simplemente respondió “es la cosa más tonta que yo haya oído”. Y como dirían los Beatles, su madre tendría razón. Dean carece de fortuna personal o del apoyo financiero, o de liderazgo en la cúpula del partido demócrata. Y sin embargo, su popularidad comienza a subir como la espuma y en esa medida la preocupación de la Casa Blanca.

Dean, de 54 años y estatura media, es el hijo mayor de una familia pudiente de Nueva York. Estudió en Yale y se había dedicado a la bolsa en Wall Street y a pasar largas temporadas esquiando en Aspen Colorado, cuando un hecho trágico cambió su vida. Su hermano fue asesinado en Laos en 1974 por la guerrilla durante una visita turística. Dean se inscribió en la escuela de medicina y terminó trabajando en Vermont, un estado rural liliputiense de la Unión Americana. Su preocupación por los problemas de la gente lo llevó a ser elegido vicegobernador y un paro cardiaco del titular lo convirtió en mandatario de Vermont. Inesperadamente ahora quiere ser presidente.

Lo que hace de Howard Dean un candidato interesante es su vehemencia. Él se presenta como miembro del “ala demócrata del partido demócrata”. No sólo no es republicano, sino que es anti-republicano. Es el candidato anti-Bush. Dean está indignado por la manera abusiva en que un presidente ha usado la tragedia de Nueva York para imprimir un giro ilegítimo hacia la derecha.

“Bush tiene una agenda oculta: desmantelar el New Deal, pero eso significa quitar la red de seguridad que hace que Estados Unidos funcione”. Pero lo que lo tiene en campaña es su oposición a la guerra en Iraq. Y no porque sea una pacifista por naturaleza (tiene categoría A en la conservadora Asociación Nacional de Rifle) sino porque “no había evidencia para legitimar la Guerra”. A diferencia de la gran mayoría de políticos demócratas, que apoyaron a Bush en su ofensiva en contra de Iraq, Dean estuvo en contra desde el principio y asumió el costo de una posición tan impopular. Hoy los vientos soplan a su favor. No podemos derrotar a George W. Bush tratando de parecernos a él, afirma en un claro ataque a sus compañeros de partido. “Los demócratas tenemos que dejar de disculparnos por no ser republicanos”, es una frase de su discurso de campaña. El mensaje ha provocado que muchos jóvenes se enamoren de la mera posibilidad de un candidato diferente. Muchos demócratas que se sentían a la zaga de la iniciativa de los republicanos comienzan a ver en Dean el líder que puede recuperar una verdadera plataforma democrática contrapuesta al discurso conservador dominante. Su lema de campaña lo dice todo: “Una política basada en el miedo no puede derrotar a una política basada en la esperanza”.

Cientos de jóvenes, la mayoría de ellos universitarios, se han volcado en las últimas semanas a apoyar la campaña de Dean. Su participación se ha notado, entre otras cosas, en el enorme peso que tiene Internet tanto en la búsqueda del financiamiento como en la organización de la propia campaña. 300,000 cibernautas colaboran a través de la Web con el equipo de Dean.

Ello contrasta fuertemente con el tipo de financiamiento que caracteriza la campaña de Bush, obtenido mayormente de las corporaciones. El estilo Dean para financiar la candidatura se ha convertido en parte de la nueva imagen que vende.

Es muy temprano para saber si Dean tiene una verdadera oportunidad para evitar la reelección de un presidente que opera con toda la maquinaria pública y privada del stablishment. Peor aún, muchos dudan de que estos tiempos de terrorismo haya espacio para las palomas. Es muy probable que Dean logre obtener la candidatura oficial del partido demócrata, por encima de rivales más tibios, pero los analistas consideran difícil que su radicalismo sobreviva en el mar abierto del electorado general. Después de todo, es más fácil concitar el miedo que la esperanza. (jzepeda52@aol.com)

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