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México cuenta con una ancestral tradición de trabajo artesanal, que representa uno de los mejores y más auténticos ejemplos de sensibilidad y dedicación de nuestro pueblo. La riqueza artesanal de nuestro país es tan vasta y variada, que podríamos tener un recinto exclusivo dedicado a la artesanía mexicana de las proposiciones del Museo de Antropología.
Pero a diferencia de las piezas arqueológicas, la tradición artesanal sigue viva, no se ha detenido en el tiempo. Su producción continúa y miles de familias mexicanas dependen de esta actividad, que constituye una fuente de ingresos alterna muy importante.
Desafortunadamente, la gran mayoría de los mexicanos no cuentan con el conocimiento suficiente de sistemas de mercadeo necesarios para la óptima comercialización de sus productos y ni siquiera conocen el justo valor de sus creaciones.
Muchas veces, los mismos artesanos venden sus productos en las calles y otras tantas optan por ofrecerlos a grandes tiendas, en donde el pago que reciben está muy por debajo del valor que tienen piezas que requirieron de muchas horas de trabajo cuidadoso.
La mayoría de los artesanos mexicanos no está en condiciones de firmar un contrato por lo complicadas que resultan las cláusulas legales, ni son capaces muchas veces de establecer una negociación comercial equitativa, lo cual los pone a merced de explotadores y especuladores.
Ante este panorama, es conveniente poner al alcance de los artesanos de nuestro país mecanismos de comercialización para facilitar la venta de sus productos. Habría que pensar seriamente en retomar la figura de los centros de acopio, en donde los artesanos acudan a vender sus mercancías, y en los que exista personal capacitado y con una honestidad a toda prueba, para evaluar el monto justo que debe pagarse a un artesano por su mercancía.