Por causas que no vienen a cuento, tuve que viajar esta semana a Valle de Bravo, en el estado de México. Es sin duda un lugar hermoso en donde abunda el agua y por ende la vegetación exuberante en un marco de coníferas que le dan al paisaje un aspecto semejante al de los alpes suizos.
Ante ese espectáculo no puede uno dejar de preguntarse por qué la naturaleza opera en forma tan caprichosa, pues mientras que en regiones como la nuestra las lluvias escasean, en otras latitudes (es el caso de este valle) casi todas las tardes caen precipitaciones abundantes, en forma tal que parecería que el cielo tiene un cronómetro.
Pero no hay lugar en el que esté uno exento de enfrentar la cruda realidad de la que con frecuencia desearíamos huir. Para eso, entre otras cosas estaba ahí Pedro Aspe, quien fuera secretario de Hacienda en el sexenio de Carlos Salinas.
Mientras que México crece al 2.5%, los Estados Unidos lo hacen casi al doble y China alcanza la distante cifra del 11% de crecimiento anual. Aspe dijo sólo lo que ya sabemos, pero no por ello deja de ser alarmante que nuestro crecimiento haya ido desminuyendo notablemente en los últimos años, así como que si no hacemos algo en muy poco tiempo nos encontraremos en condiciones aún peores.
Esa visión de la macroeconomía se vinculó sin pretenderlo con otra plática, ésta en realidad grata, que circunstancialmente sostuve con Armando Fuentes Aguirre, mejor conocido como Catón, quien llegó hasta este paraíso para dictar una charla en el estilo que solo él puede hacerlo.
Evadí la comida que ofrecía el gobierno del estado y me quedé en el hotel, por lo que comía solo en el restaurante cuando vi aparecer a Armando que recién llegaba a Avándaro. Nos saludamos con mucho gusto y lo invité para que compartiéramos la mesa, lo que aceptó de inmediato.
Comenzamos por platicar sobre algunos amigos comunes y seguimos hablando de cómo la vida le ha permitido hacer lo que le gusta y que le paguen por ello, pues muy contadas personas pueden lograr.
Armando escribe para 156 periódicos en toda la República y da charlas en muchas ciudades lo que le valió que el año pasado, Aeroméxico le enviara una carta en que le comunicaba que era el mexicano que más veces había viajado con ellos.
En esa forma pasa sus años de pensionado de la Universidad Autónoma de Coahuila y eso le permite también disfrutar de lo que él mismo llama “la paternidad irresponsable”, pues su condición de abuelo le ofrece la oportunidad de serlo sin remordimientos de ninguna naturaleza.
Pero como decía, las venturosas condiciones de Armando son excepcionales. Las personas de la tercera edad no tienen, por lo común, esa gran dicha, lo cual me parece sumamente injusto.
Nuestro sistema se ha ido deteriorando a tal grado, que ya casi ningún jubilado puede vivir con el dinero de su pensión. La inmensa mayoría pasa sus días auxiliados por familiares o desempeñando trabajos informales, porque a los formales muy contados tienen acceso.
Y para colmo se nos anuncia que el sistema se deteriorará aún más, por lo que se puede decir que nuestros ancianos enfrentan una aterradora expectativa de vida.
Seguramente por estas razones, programas como el que ha implementado en la ciudad de México Andrés Manuel López Obrador para los ancianos le han dado tan buen resultado en términos políticos.
Cualquiera de esas personas a la que el gobierno le otorgue una cantidad mensual, por modesta que ésta sea, se debe sentir contenta de recibirla y en no pocos casos debe ser el instrumento de cambio que un anciano tiene frente a la familia dentro de la cual vive.
Sé de ancianos que reciben una pequeña despensa al mes y por eso son tratados bien en sus casas, pues para el resto de la familia ésa es su aportación a la misma y ellos no se sienten como una carga para los demás.
Deberíamos buscar la forma, directa o indirecta, de que las personas de la tercera edad recibieran una asignación económica suficiente para atender a sus necesidades que, por razones obvias, son las básicas.
Es necesario también que se abran espacios para aquellos que, no obstante haber llegado a esa edad, se encuentran en condiciones de desempeñar algún trabajo. Pero resulta que el mismo sistema, lejos de alentar la apertura de esas oportunidades, las cancela.
Hace sólo unos días le escuché decir a Laura Reyes Retana, que tenía la firme intención de impulsar una reforma que les permitiera a las empresas poder contratar a estas personas liberando a los empresarios de la obligación de pagar por ellas las cargas relativas al Seguro Social (que por lo común los jubilados ya disfrutan de él) y el Infonavit.
Me parece una buena propuesta que el Congreso de la Unión debería hacer suya, porque al fin y al cabo qué tanto puede representar de ingreso para el SS o el Infonavit lo que los empresarios tendrían que pagar por la contratación de jubilados y en cambio para ellos el beneficio sería grande, al tiempo que se les dignifica en los últimos años de sus vidas.
Pero quizá para algunos de los neopolíticos esa sea una medida populista. Porque son incapaces de distinguir entre el populismo y la asistencia social.
Sea como sea, considero que algo debemos hacer para lograr que los ancianos tengan una vida digna. Una vida tranquila de la que puedan disfrutar en compensación por todos los años que trabajaron para hacer de este país un lugar en el que nosotros viviéramos mejor.
Porque por ellos no quedó. Y en cambio, nosotros no hemos cumplido con la parte que nos corresponde.