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Une vielle histoire...

guadalupe loaeza

Acerca de la entrevista imaginaria de Douglas Johnson, de la revista Prospect al general De Gaulle con motivo de la guerra de Iraq, se me ocurrió hacer lo mismo pero con el General Porfirio Díaz. Más que hablar de la invasión de los Estados Unidos, le pregunté la opinión que le merecía Vicente Fox y de su relación que solía tener con el país vecino en la época en que era presidente de México. Dada la prontitud con la que el General Díaz apareció y desapareció ante mis ojos, no tuve oportunidad de preguntarle una duda que tengo desde hace muchos años y que precisamente tiene que ver con la fecha que celebramos hoy.

De ahí que haya resuelto recurrir, otra vez, a mis poderes mágicos, y hacer que mi imaginación vuele hasta el panteón Montparnasse para convocar, una vez más, a la persona del General Porfirio Díaz. -Abusando de su confianza mi General, la última vez que tuve el privilegio de verlo, no tuve tiempo de preguntarle a propósito de la Batalla de Puebla que como usted sabe en unos días celebrará un aniversario más. -¡Mon Dieu!, hace tantos años que ya no pienso en eso. Sin embargo le puedo decir que fue una victoria inesperada que nos sorprendimos verdaderamente con ella, y pareciéndome a mí que era un sueño, esa noche del Cinco de Mayo de 1862 salí al campo para rectificar la verdad de los hechos con las conversaciones que los soldados tenían al derredor del fuego y con las luces del campamento enemigo. Nuestro triunfo se debió a una suma de factores muy diversos. Pero en fin... c’est une vielle histoire... -Mi General, quisiera preguntarle si se acuerda de alguno de mis antepasados que participaron en la batalla contra los franceses. Mi padre me hablaba mucho de ellos, pero bien a bien no conozco cuál fue realmente su participación en esta batalla tan importante para los mexicanos. -¿Cuál es su nombre de familia, chere madame? -Loaeza -¿Loaeza? Mais bien sur...Tengo muy presente a Domingo y a Francisco. Eran mexicanos muy patriotas. Ahora verá, el Cuatro de Mayo de ese año el combate había sido sumamente reñido. Lo fue tanto que mi batallón, que era el segundo de Oaxaca, perdió a su abanderado. Si mi memoria me es fiel, se llamaba don Manuel González. Muerto éste tomó la bandera el capitán don Manuel Varela, que cayó muerto también pocos momentos después; entonces la tomó el capitán don Crisófero Canseco, que entonces era general y diputado al Congreso de la Unión, quien por atender a su compañía tuvo que entregarla al subteniente que era precisamente, señora mía, don Domingo Loaeza, en cuyas manos continuó hasta el fin del combate. -No lo puedo creer, mi General. ¿Qué acto tan heroico el de mi tío! . -Pero eso no es nada, mi querida señora. Una vez que el oficial subalterno don Domingo Loaeza la tuvo en sus manos continuó hasta el fin del combate. Pues bien, fue tan seria la refriega que la bandera recibió cinco balazos en el paño y uno en su asta. -¿¿¿¿¿¿¿¿Me lo jura, mi General?????????? Pero, ¡¡¡¡Qué maravilla!!!!. No sabía todo eso. Ahora me explico tantas cosas...

-Pero la historia no termina aquí. Muchos años después su antepasado, ya siendo general, junto al también general don Francisco Loaeza y el general don José Guillermo Carbó y el general don Marcos Carrillo, me presentaron la misma bandera con un acta suscrita. Y ¿sabe qué? Durante muchos años la conservé en la sala de armas de mi casa como un recuerdo honroso y muy grato para mí. Tengo entendido que mi mujer doña Carmelita, quería que me enterraran con ella. Pero no fue así. ¿Qué bueno!, porque imagino que se encuentra en un museo para que todos los mexicanos puedan admirarla. -Le prometo General, que voy a averiguar dónde se encuentra esa bandera que defendió con tanto ahínco mi tío Domingo. Ahora, si no tiene inconveniente y si no le quito mucho su tiempo, platíqueme de mi tío Francisco. Tengo entendido que él participó en la guerra contra la invasión estadounidense y que luchó contra los conservadores durante la guerra de los Tres Años, pero después ya no se nada de él... -Mire usted el teniente coronel Loaeza y el ciudadano coronel Alejandro Espinosa fueron dos actores fundamentales en los batallones primero y segundo de Oaxaca. Ambos formaban una sola columna y siguieron al enemigo con tal impulso, que lo fueron desalojando sucesivamente de las sinuosidades del terreno, que era, recuerdo muy bien, una continuación de parapetos sobre la llanura. Hubo muchos muertos y heridos. Andando el tiempo Francisco fue diputado federal y senador de la República. En otras palabras, señora mía, puede usted sentirse muy orgullosa. Desciende usted de una familia muy patriota... -Ahora, si no le parece un atrevimiento de mi parte, ¿por qué no me platica un poquito alrededor del conflicto que tuvo con el mariscal del ejército francés, Bazaine? Tengo entendido que al finalizar la batalla de Puebla, hubo un intercambio de cartas entre los dos bastante rijosas. ¿No es así? -Oh, la, la, la, voila, encore une histoire...

Lo que sucedió es que el mariscal Bazaine autorizó a don Carlos Thiele, quien fungía como intérprete, para que me propusiera en venta fusiles, municiones, vestuario y equipo, ofreciéndome esos objetos a precios fabulosamente bajos, esto es, a peso por fusil y a peso también por vestuario de lienzo con zapatos, lo mismo que materiales para fabricarlos, caballada, mulada y sus respectivas monturas y arneses. Me negué a comprarlos, pues teniendo que dejarlos me era más barato ocuparlos como propiedad del enemigo que comprarlos aun a vil precio. Pero eso no fue todo, todavía el mariscal me mandó a decir con Thiele que me haría entrega de la capital, y acaso del mismo Maximiliano, siempre que yo accediese en recompensa a sus propuestas de desconocer al gobierno del señor Juárez, con el objeto de que la Francia pudiese tratar con otro gobierno antes de retirar sus fuerzas de México, pues sus palabras textuales fueron: Diga usted al general Díaz que yo pagaré con usura el brillo con que nuestra bandera pueda salir de México. Me negué y así lo manifesté a Thiele para que le comunicara al mariscal Bazaine. -Ay, mi General, pero, ¿cómo es posible que le propusiera algo semejante? Creo que ese mariscal no tenía escrúpulos. Como decimos ahora, era un pésimo bicho... -Me temo que no era un hombre de palabra y así se lo di a entender desde Guadalupe Hidalgo, donde me encontraba en el año de 1867 a don Matías Romero quien fuera nuestro embajador en Washington.

Le escribí diciéndole que Bazaine me había hecho una proposición para la compra de 6 000 fusiles y cuatro millones de cápsulas. Y si yo lo hubiera deseado también me hubiera vendido cañones y pólvora. Pero me negué. Se lo dije muy claro a don Matías: La intervención y sus resultados han abierto nuestros ojos, y de aquí en adelante tendremos más cautela al tratar con las naciones extranjeras, particularmente con las de Europa, y con especialidad con Francia. -Si ya había tenido esa experiencia tan desagradable, mi General, entonces, ¿por qué se exilió usted en Francia? ¿Por qué se fue a vivir a París? Y, ¿por qué siguen sus restos aquí en el Montparnasse? -Oh, la, la, c’est une vielle histoire...

Lo único que le puedo decir, es que extraño mucho a México, extraño a Oaxaca, extraño a mi padre, José Faustino Díaz y extraño a mi madre, Petrona Mory. También me acuerdo mucho de mis primeros maestros de mi escuela “Amiga”. Pero a la que más extraño es a Carmelita... y al mole negro de Oaxaca. -¡Ay, don Porfirio, pues ya regrésese! ¿Qué espera para que lo traigan a su patria? -Ca c’est aussi une tres vielle histoire... dijo el General Porfirio Díaz antes de desaparecer por completo.

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