La columna de hoy fue escrita deliberadamente tarde. He deseado esperar el momento en que se cumplen las 48 horas fijadas por el presidente Bush a Saddam Hussein para irse de Iraq. No cedió el dictador iraquí a esa conminación y en cualquier momento comenzará el ataque militar que perpetrará el gobierno de Washington, pese a la oposición casi universal a esa letal aventura.
El Presidente Fox, en México, se reunió ayer mismo con los dirigentes de los partidos con mayor presencia electoral y con los miembros de la cúpula empresarial, el CCE. Cosechó así nuevos apoyos, los más significativos, a su proclamada defensa del multilateralismo, a su discrepancia con Estados Unidos. Los líderes empresariales, con crudo pragmatismo (semejante al que mueve las decisiones guerreras en el vecino país, donde no se vacila en trocar vidas humanas por ganancia económica), habían sido partidarios de alinearse con la posición norteamericana, a la hora de votar en el Consejo de Seguridad. No hubo necesidad de hacerlo, porque Washington (y Londres y Madrid) supieron a tiempo que no contarían con los nueve votos necesarios para legitimar su acción guerrera. Según el criterio de los líderes empresariales, el Presidente hubiera actuado bien guardando silencio, pues el agresivo desaire de Bush al órgano principal de las Naciones Unidas (al que de paso descalificó en su discurso del lunes pasado) evitó hacer explícita la posición mexicana.
Pero el presidente Fox decidió que, puesto en sintonía con el sentir mayoritario de los mexicanos, le vendría bien expresarlo, lo que hizo apenas abandonó su lecho en el Hospital Central Militar. Atinó al hacerlo, pues su gesto le suscitó un amplio y nunca antes alcanzado apoyo, incluido el de quienes hubieran preferido lo contrario. Ese respaldo, sin embargo, implica también un compromiso, que consiste en consolidar la posición pacifista de México.
El Presidente lamentó la decisión guerrera de Washington. En rigor, debió condenarla, porque infringe la legalidad internacional y porque de hecho ha destruido o dejado en situación de desastre al Consejo de Seguridad. Pero no nos pongamos tercamente exigentes, para no romper la unanimidad del apoyo a Fox y contentémonos con la lamentación que, aun así de módica decepcionó al gobierno de Washington. Pero Fox debe admitir que no basta haber expresado el lunes su posición. Inició así un proceso en que debe haber congruencia. Y no la ha habido en las horas inmediatamente posteriores al emplazamiento a guerra lanzado por Bush.
El activismo multilateralista de que se ufana el gobierno de Fox debió implicar la gestión inmediata de una reunión del Consejo de Seguridad. Otros lo hicieron y el Consejo fue citado para ayer por la tarde. Dada la gravedad de la situación, algunos países consideraron conveniente hacerse representar por sus cancilleres y no por sus representantes permanentes. Esa debió ser también la actitud mexicana. Pero el secretario Luis Ernesto Derbez permaneció en la ciudad de México. Deseamos que no haya sido porque asaltó al Presidente y a su canciller una especie de rubor ante Washington por la actitud del lunes, que haga necesario disminuir el relieve de la posición mexicana. Sería contraproducente salir con gallardía y luego achicarse ante el riesgo de sanciones de algún género.
El Presidente insistió el lunes y el secretario de Gobernación al día siguiente, en la sana relación bilateral que guarda nuestro país con el del norte. Es preciso hacerla valer, hacer patente que la discrepancia en el virtualmente extinto orden multilateral no se extiende a las relaciones de las dos repúblicas. A México le corresponde resguardar la frontera con Estados Unidos, una función especialmente delicada en esta hora y de cuyo estricto desempeño puede tener seguridad el pueblo norteamericano. De modo que ni siquiera debía haber decepción en ningún círculo norteamericano, pues la amistad efectiva no ha sido lesionada por la parte mexicana.
En una entrevista con el diario madrileño El País, el embajador mexicano en el Consejo de Seguridad Adolfo Aguilar Zínser hizo una crítica al método con que se enfrentó la crisis en el Consejo de Seguridad. Es también una autocrítica aunque no la asuma como tal. Dijo que “hubo mucho más bilateralismo que discusiones en el Consejo”. Es decir, que los jefes de Estado y de gobierno se dedicaron a hablar entre sí, conversaciones en que es inevitable mezclar los negocios propios de cada relación con los temas del debate multilateral, que se tornó así ineficaz. A esa dinámica también quedó sujeto el gobierno mexicano, supongo que a contrapelo del parecer de Aguilar Zínser, pues el Presidente y el canciller no se cansaban de narrar, aunque fuera vagamente, sus ires y venires telefónicos con sus contrapartes, en vez de propiciar la discusión en el Consejo.
Asombra —a mí, por lo menos— el diagnóstico de Aguilar Zínser sobre el estado de salud de la ONU después del virtual abandono que practicó el lunes el gobierno de Washington. Dice que “Naciones Unidas sale fortalecida por su independencia”. Lo mueve a esa afirmación la inverecundia de Bush, que tras declarar inepto al Consejo de Seguridad aseguró que la ONU tendría un papel “en el proceso posterior a la guerra”. Quizá no habla sólo de la reconstrucción sino de la pesarosa etapa previa. ¿Bush quiere que la ONU recoja los cadáveres, remueva los escombros, evite el pillaje y quizá administre los ya licitados contratos de reconstrucción?