La diferencia de opiniones surgida en el seno del Partido Revolucionario Institucional, en torno a la postura de los legisladores emanados de dicho partido sobre la Reforma
Fiscal, marca la existencia de hondas fisuras.
El PRI perdió su eje rector junto a la Presidencia de la República y hasta el día de hoy, carece de una herramienta ideológica o siquiera meramente estructural que le permita resolver los desacuerdos internos suscitados entre sus cuadros dirigentes, por la vía del consenso.
Pese a la trillada proclama según la cual existen priistas de buena fe comprometidos con la democracia, lo cierto es que tales elementos no han sido capaces de tomar las riendas de la situación y por ello, el PRI no tiene a mano más propuesta que oponerse de manera ciega y sistemática al Gobierno actual, apostando al fracaso del proceso de transición a la democracia plena en que se encuentra inmerso el país.
Ante su incapacidad para renovarse, el PRI apuesta a la regeneración del viejo régimen de Partido de Estado y para ello, su alternativa consiste en mantener la unidad con un sentido pragmático de corto plazo para recuperar el poder en las elecciones del 2006. En adelante, un nuevo presidente priista retomaría el ciclo sexenal de la Presidencia Imperial que por vía unipersonal electiva, transmite el poder.
El desarrollo de esta estrategia, confirma que la prueba de fuego para el tricolor se encuentra en las próximas elecciones presidenciales y por tanto, será el parteaguas que marque las alterativas extremas que supongan su regeneración o su hundimiento definitivo. Como se advierte, el futuro del PRI en cualquier caso entraña una tragedia para sí y eventualmente para el país en su conjunto.
Sin la democratización del PRI, el regreso de dicho partido al poder no va a significar un renovado ejercicio de la alternancia, sino el fracaso de la transición que tenga como consecuencia no sólo volver al pasado previo al año dos mil, sino al autoritarismo radical, al estatismo y al corporativismo es decir, una vuelta a los años setenta del siglo pasado.
Por ello no es raro que el conflicto entre Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo, se produzca al mismo tiempo en que ocurre la Megamarcha; desfile de la nostalgia encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel Bartlett, que reunió a los restos del viejo corporativismo en una manifestación que se opone a todo intento de cambio y reforma.
Sea cual fuere el desenlace del conflicto que estalló la semana pasada en la bancada priista en la Cámara de Diputados, queda claro que el anacronismo del PRI amenaza la marcha del país y malogra los intentos de Reforma Estructural y del Estado, que se requieren en los rubros fiscal, energético, laboral, etcétera.
Después de haber ocultado sus verdaderas intenciones durante tres años cumplidos, los principales personajes de la oposición priista han terminado por reconocer en forma expresa y de viva voz lo que decían los hechos: Su obsesión es lograr que el Gobierno de Fox fracase al costo social y político que sea y desde luego, su intento de recuperar el poder no tiene por objeto reimpulsar el cambio al que hoy se oponen, sino anclar al país bajo su dominio y control por tiempo indefinido.
A ello obedece la estrategia priista de inmovilidad. Es cierto que el principal responsable de la política nacional es el Gobierno Federal, pero también es cierto que la alternancia es producto de una demanda popular expresada en las urnas, en el sentido de acabar con el viejo régimen y dar vida y vigencia a los principios constitucionales relativos al federalismo y a la división de poderes. Quien ostente la titularidad de la Institución Presidencial, no podrá gobernar en delante solo sin la colaboración de los demás poderes políticos y sociales, a menos que volvamos a los tiempos de la “Dictadura Perfecta”.