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Vamos México o la caridad expropiada

Jorge Zepeda Patterson

Jueves por la noche en el estacionamiento del aeropuerto de Guadalajara. Una mujer con el rostro desencajado y un bulto en brazos sale de las sombras y corta nuestro paso. “Perdí mi bolso y mi boleto de avión, ¿puede darme una ayuda para regresar a Mazatlán?”, solicita en tono lastimoso. De manera automática mi brazo busca la cartera impulsado por la solidaridad casi biológica que inspira una madre y un bebé desamparados. El impulso duró sólo un instante. Casi tan pronto como nació fue reprimido por la inmediata convicción de ser víctima de una puesta en escena. El “uso” o la explotación de un bebé a altas horas de la noche (que incluso podría no ser suyo) me provocan un arranque de indignación. Estoy a punto de recriminarle su engaño cuando percibo, a la luz de un farol, su cara ajada por años de desesperanzas. En realidad la mujer necesita esa ayuda; aunque no para los fines que pretexta (un boleto a Mazatlán). La necesita para estirar un día más la miseria de una vida sin opciones. Al final, mantengo el paso e ignoro su petición. Pudo más en mí el rechazo al engaño que la solidaridad con el caído.

Justamente ese es el dilema en el que se debate todo acto de donación. Por un lado el impulso a compartir, por otro la resistencia a la estafa. El altruismo nace de un principio innato en el ser humano que lleva a extender la mano al desvalido. Las personas se sienten bien, están a gusto consigo mismas, cuando ofrecen algo a un necesitado. En otros países (Estados Unidos pero sobre todo en Europa del Norte) este rasgo de la naturaleza humana ha dado pie a una verdadera industria de la filantropía, dicho en el mejor de los sentidos. Fundaciones e instituciones legítimas y acreditadas recolectan enormes sumas de la sociedad en su conjunto y la canalizan profesionalmente a los segmentos más necesitados, a las causas más apremiantes. Al margen de la burocracia de los ministerios asistenciales, esta ayuda suele ser operada de manera directa y eficiente para hacer una diferencia en la vida de millones de personas. Benefician segmentos que escapan a los programas públicos masivos: ayuda a discapacitados, combate a determinadas enfermedades, apoyo a comunidades específicas.

En México esta es una actividad con enorme potencial. La filantropía no nació con el Teletón; desde hace décadas hay instituciones que conducen programas ejemplares en apoyo a los necesitados. Han puesto algo más que un granito de arena para trasladar recursos de los que tienen a los que no tienen. Pero son fundaciones que requieren más apoyo de parte de la sociedad para alcanzar mayores logros (más difusión, apoyos fiscales y gubernamentales, etcétera).

La organización Vamos México, de Marta Sahagún, lejos de ser un factor a favor de la caridad pública, podría justamente convertirse en lo contrario si termina por desacreditar todo lo relativo a las donaciones. En teoría nadie debería estar en desacuerdo en el hecho de que la Primera Dama conduzca un esfuerzo nacional para ayudar a los pobres. El problema es que introduce una dimensión política que distorsiona el carácter filantrópico y las motivaciones desinteresadas que están detrás de una donación y su canalización a los desvalidos.

En primer lugar, por lo que toca a la recaudación. Lo primero que hizo Vamos México fue una especie de censo de las empresas que hacen donativos importantes en México. Son muchas y desplazan fuertes cantidades (debido a una mezcla de política de relaciones públicas y estrategias fiscales). Acto seguido la mismísima Primera Dama “pasó la charola” a las principales empresas para recaudar lo que antes destinaban a otras fundaciones. La mayor parte de los empresarios accedieron a desviar estos recursos a Vamos México para no contrariar a Los Pinos. Por lo menos esa es la explicación que por “lo bajo” ofrecen a las fundaciones tradicionales. El resultado es que buena parte de los programas en marcha de estas fundaciones están en riesgo de interrupción por la falta de recursos.

Pero el daño a largo plazo puede ser aún mayor. Se necesita ser ingenuo para creer que detrás de esta campaña nacional que conduce la señora Sahagún no existe una finalidad política. El ejemplo de Evita sigue invocando fantasías. Carlos Salinas intentó hacer del programa Solidaridad una plataforma de base social casi personal (recordemos su huelga de hambre cuando fue a refugiarse en un hogar beneficiado por Solidaridad, para pretender un supuesto respaldo social su persona). Pero al menos Salinas no incautó los recursos privados destinados a la caridad, como sí lo está haciendo Marta Sahagún.

En la práctica Vamos México está expropiando políticamente los donativos que surgen de la generosidad de los mexicanos. Hasta ahora había sido un renglón intocado por el Estado. El gran riesgo es que la filantropía quede contaminada por los usos políticos y que la desconfianza termine por cancelar este último bastión de solidaridad hacia los pobres. Es decir, el riesgo es que la sociedad detenga el impulso caritativo de echar mano a la cartera frente a la miseria, por el explicable temor de ser objeto de un engaño. Marta Sahagún está jugando con fuego. (jzepeda52@aol.com)

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