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Variaciones sobre una fábula/Addenda

Germán Froto y Madariaga

Es bien conocida la fábula de la cigarra y la hormiga. En ella se contiene una moraleja en la que se exalta la previsión y laboriosidad de la hormiga y se censura la presunta holgazanería y disipación de la cigarra.

Porque mientras la hormiga afanaba cotidianamente durante el verano allegándose provisiones para tener qué comer durante el invierno, la cigarra se pasaba las horas y los días y las semanas cantando alegremente sin preocuparse del mañana.

Durante la época veraniega, era fácil para la cigarra conseguir algo de comida sólo lo suficiente para subsistir y continuar entregada al canto y otros placeres. Pero en el invierno, cuando los campos se cubren de nieve, encontrar alimento es de por sí tarea ardua para las especies superiores, de ahí que para un insecto resulte casi imposible lograrlo.

Por eso, cuando la cigarra a punto de fallecer por inanición, le suplica a la hormiga que le comparta de sus provisiones para no morir, ésta se niega alegando que muchas veces, en el verano, le dijo que se aprovisionara debidamente y jamás le hizo caso, luego entonces debería pagar el precio de su irresponsabilidad.

Pero esa fábula y su moraleja siempre me han parecido injustas. Porque el comportamiento de la hormiga revela su nula solidaridad, un gran egoísmo y una codicia que es condenada en todos los reinos.

Qué le costaba a la hormiga compartir con aquella cigarra un poco de lo mucho que había logrado almacenar. Creo que nada. Sin embargo, codiciosa, avariciosa como era prefirió dejar que aquel ser que nació para cantar (como Manuela Torres) muriera de hambre antes que compartirle algo del alimento que aquélla poseía en demasía.

¿Solidaridad? La hormiga no la conocía. Es fácil responder al llamado de los seres que son como ella, esto es, con otras hormigas. Pero lo verdaderamente valioso, la esencia de la solidaridad, entraña el responder al auxilio de quienes no son como nosotros; e incluso, llevado al extremo, hacerlo con un enemigo.

Por eso creo que esa fábula admite variantes. De ahí que haya yo ideado ésta que me parece más aleccionadora:

Cuentan que en un viejo bosque vivían, entre otros muchos insectos, una cigarra y una hormiga.

Todos los días, durante el verano, la hormiga iba y venía de un lado para otro, sin descanso, buscando comida que trabajosamente llevaba a su hormiguero y ahí lo guardaba con singular cuidado.

En sus trayectos, la hormiga observaba cómo una cigarra se pasaba los días cantando recargada en un pequeño tronco, al tiempo que disfrutaba de la frescura de la hierba.

Al principio, la hormiga sólo la observaba. Pero después, llena de coraje, se detenía frente a ella sólo para sermonearla y reprocharle su conducta irresponsable y licenciosa.

La cigarra no se daba por ofendida ni respondía aquellos virulentos ataques y seguía cantando, lo que agradaba a muchos otros insectos del bosque que sin dejar de trabajar tomaban algunos ratos de reposo y escuchaban a la cigarra entonar hermosas y populares melodías campiranas.

Los sermones de la hormiga se tornaban cada vez más agresivos, ponzoñosos, mordaces y llegó al punto de acusarla públicamente de holgazana, indolente y perezosa.

Otros insectos del bosque, que disfrutaban el canto de la cigarra, trataron de persuadir a la hormiga para que no la insultara y le explicaban que el cantar estaba en la naturaleza de aquélla, como el trabajar era parte de la suya.

Pero la hormiga no admitía razones y continuaba insultando a la cigarra y la sentenció diciéndole: “Cuando llegue el invierno, ni se te ocurra tocar a mi puerta en busca de ayuda. Porque no la encontrarás; y ni una migaja de pan te daré para mitigar el hambre que sentirás entonces”.

La cigarra, jamás respondió a los insultos de la hormiga y seguía cantando para sí y para los demás insectos que se reunían con ella a fin de deleitarse con las melodías que interpretaba magistralmente.

De vez en cuando, como era natural, algún vecino la invitaba a su casa para que amenizara una fiesta y la cigarra acudía gustosa sin pedir nada a cambio. Se conformaba con comer y beber como cualquier otro invitado, lo que le valió el cariño y la estimación de muchos de los pequeños moradores de aquella fronda.

Cuando la cigarra se ausentaba del bosque para acudir a algún festival de los muchos a los que la invitaban o para asistir a una convención de cigarras, salvo la amargosa hormiga, todos los demás insectos extrañaban su canto y esperaban ansiosos su regreso, el cual era festinado debidamente con rumbosas veladas que se prolongaban hasta el amanecer.

Pero llegó el invierno y todos los insectos se refugiaron en sus escondrijos. Sólo la cigarra no tenía dónde guarecerse porque siempre dormía a la intemperie.

Algunos días anduvo vagando en la superficie expuesta a los vientos fríos y las primeras nevadas, alimentándose de algunas yerbas perennes y de las sobras que habían abandonado otros insectos.

En una salida que por razones de urgencia hizo el ciempiés, se percató de que la cigarra andaba sin rumbo fijo y entelerida de frío, por lo que la invitó a que se fuera con él a su casa, lo que aquélla aceptó gustosa pues no tenía sitio dónde pasar el invierno.

Por los pasadizos subterráneos del bosque se corrió la voz de que en la casa del ciempiés se alojaba la cigarra y muchos insectos, entre ellos los grillos y los cocuyos, se trasladaron hasta allá para pedirle que cantara y aligerara los tediosos días invernales. Cada insecto llevó parte de las provisiones que había logrado reunir durante el verano, de modo que la casa del ciempiés se convirtió en una deliciosa y placentera morada hermosamente iluminada por los cocuyos.

Un escarabajo que recién llegaba al jolgorio comentó que había pasado por la casa de la hormiga para traerla a la fiesta, pero ésta se había negado rotundamente a ir. El escarabajo también les dijo, que la había visto tan triste y deprimida, que no apetecía ninguno de los muchos manjares que tenía acumulados en su hormiguero.

Al escuchar lo dicho por el escarabajo, la cigarra salió en busca de la hormiga y la llevó a casa del ciempiés para hacerla partícipe de la compañía y alegría de los insectos del bosque que ahí se habían reunido.

Fue durante aquel invierno, que la hormiga comprendió el verdadero sentido de la vida.

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