Muerto novelescamente en el aeropuerto de una ciudad remota, en la que había situado uno de sus libros (Los pájaros de Bangkok), Manuel Vázquez Montalbán es principalmente conocido como autor de novelas, entre las que descuellan las protagonizadas por Pepe Carvalho, un Sherlock Holmes gallego que contaba con su propio Mr. Watson, Biscuter. Los conocedores de esa parte de su obra, sus lectores asiduos, los jurados que lo premiaron una y otra vez, han emitido ya el veredicto sobre su escritura de ficción.
Pero tan relevante como esos trabajos suyos son las vicisitudes de su vida política, su carrera periodística, su temprana reflexión sobre los medios, sus reportajes sobre España y sobre el mundo. Fue un izquierdista que no se ruborizaba de serlo, ni se aferró a convicciones que mostraron su falibilidad. Nacido cuando concluía la guerra civil, vivió durante la plenitud del franquismo, al que combatió con las armas de que se proveyó en la Escuela Oficial de Periodismo de Barcelona.
Graduado en 1960, su juvenil activismo periodístico lo hizo caer muy pronto en prisión. Allí en la cárcel, un año en Madrid y otro en Lérida, escribió su primer libro, tan remoto que no lo veo citado en ninguna de las notas necrológicas que ayer proliferaron, pues a sus 64 años era un personaje de primera plana. Informe sobre la información apareció hace cuatro décadas. El autor tenía 24 años apenas. Cuando hace pocos años, en San Cristóbal de las Casas, le mostré un ejemplar de esa primera edición, él mismo parecía no recordarlo. Lo llamó un “incunable” en la dedicatoria que escribió con tinta roja. Se hicieron por lo menos dos ediciones más, en 1971 y 1975.
Y luego en 1980 sus escritos sobre la materia fueron reunidos en Historia y comunicación social. Inauguró entonces su compromiso con el lector medio: “Extrañarle el hecho informativo, tan inmerso en su experiencia cotidiana, y hacérselo ver como un espectáculo en que desempeña un papel principal, es mi objetivo. Como lector y como periodista considero un deber hacer llegar a lectores y periodistas el tinglado de algunas reflexiones sobre la información”. Cuando el nueve de junio de 1962 apareció la revista Triunfo (Triompf en lengua catalana) fue apenas natural que ese jovencito crítico de los medios se sumara a su redacción. Vázquez Montabán escribió en ese semanario, que terminó siendo mensual veinte años después de su aparición, una “Crónica sentimental de España” que, como la revista misma, fue un poderoso factor en la salida española de la dictadura hacia la democracia.
José Ángel Ezcurra, director de esa publicación, recibió apenas el martes pasado la Creu de san Jordi, máxima condecoración del gobierno autonómico de Cataluña. Vázquez Montalbán no pudo asistir a esa ceremonia, en que era un convidado natural, copartícipe del homenaje, porque viajaba por Nueva Zelanda y Australia, de donde volvía a la hora de su muerte.
A las horas de su vida, le quedaba claro el papel de la revista democrática más difundida (y por ello suspendida más veces) durante el franquismo: “cuando uno iba a dar una conferencia a Zamora o a Cuenca o a Badajoz, te encontrabas con el grupo de lectores de Triunfo que luego con el tiempo se diversificaron desde la UCD hasta el PC y el PSOE, o marxistas-leninistas o lo que quisieran, pero que les unía el vínculo de que cada semana compraban su Triunfo y lo utilizaban como un instrumento de conexión con una cultura crítica y como una posibilidad de identificación, de autoidentificación”.
Al evocar la función de esa revista, en unas jornadas ex profeso, ocurridas en octubre de 1992, Vázquez Montalbán estableció que “una apuesta importante de Triunfo fue por una parte la recuperación de la memoria prohibida, la recuperación del patrimonio heterodoxo y el encuentro de un lenguaje que fuera más allá de lo apostólico y lo convencional del lenguaje crítico”. Como testigo de su tiempo, Vázquez Montalbán realizó grandes reportajes políticos, entreverados con entrevistas ejemplares, como la Crónica sentimental de la transición, Almuerzos con gente importante, Un polaco en la corte del rey Juan Carlos, Y Dios entró en La Habana y Marcos, el señor de los espejos, escrito justo al concluir su Panfleto desde el planeta de los simios, una indagación sobre el sentido de nuestro tiempo.
En la línea del argumento de ese libro, el cinco de abril de 1994 escribió sobre México en El País (del que fue colaborador con tal asiduidad e intensidad que había que ponerle límites, según confiesa su ex director Juan Luis Cebrián, pues Vázquez Montalbán hubiera querido “publicar todos los días, en todas las páginas, sobre todas las cuestiones”):
“Dos hechos distintos y distantes, el atentado de Tijuana contra el tapado del PRI y la victoria electoral de Berlusconi, el tapado de Craxi, han puesto en movimiento el circo dogmático neoliberal. El atentado de Tijuana, dicen, es consecuencia de la mitificación de la violencia justiciera experimentada con la revuelta zapatista de Chiapas. Se empieza exaltando la razón de una protesta armada y se termina perpetrando magnicidios, como si la cultura de la violencia presente en la vida política y social mexicana hubiera necesitado de la revuelta zapatista para salir de la nada o del limbo.
La violencia armada caciquil, el juego sucio represivo de la policía política...las policías paralelas, son vicios presentes en México como razón sine cua non del equilibrio político postrevolucionario conducido por el PRI”.