Durante la segunda quincena de julio y primeros días de este mes destacó la repentina atención que pusieron el Presidente Fox, políticos, gobernadores, líderes sindicales y empresarios en el tema del empleo en México. El inusual interés tuvo su origen, como es costumbre, en otra de las desatinadas incursiones del Presidente Fox en el terreno económico. En esta ocasión fue una notable y peculiar metamorfosis en sus opiniones sobre el empleo en el transcurso de un mes. Pasó de una posición donde la desocupación no era un problema hasta un llamado urgente para proponer ?fórmulas? para combatir el desempleo.
Sus declaraciones en uno y otro sentido propiciaron reacciones inmediatas de políticos, obreros y empresarios. Ahora todos tienen propuestas para disminuir la desocupación en el país, dando la impresión que espontáneamente aparecieron mecanismos ?innovadores? para enfrentar dicho problema. La realidad es distinta, por lo que son pertinentes algunas reflexiones sobre la materia.
El punto de partida es hacer una distinción fundamental entre el desempleo cíclico o coyuntural, por un lado, y la desocupación con raíces estructurales, por el otro.
El desempleo coyuntural tiene que ver con el ciclo de la actividad económica. Los períodos de auge se acompañan de un aumento en la ocupación, mientras que en los episodios de atonía y recesión se da una pérdida de empleos. Un ejemplo está en las experiencias de México en los años 1995 y 2000. El primero fue un año de crisis donde la economía se contrajo y se perdieron muchos empleos, mientras que el segundo fue la culminación de varios años de crecimiento económico, donde en prácticamente todo el país escaseó la mano de obra calificada y fue común una mayor rotación de personal.
Desde principios del 2001, la economía mexicana entró, junto con Estados Unidos y el resto del mundo, en una fase descendente del ciclo económico, la cual ha resultado bastante complicado superar. Es de esperarse, por tanto, que con la caída en la actividad económica disminuyera también el nivel de empleo en el país.
La solución a la desocupación coyuntural no está en la retórica política, sino en que se materialice la recuperación de nuestra economía, la que a su vez depende, en gran parte, del repunte económico de Estados Unidos. Esto es así porque las autoridades mexicanas no tienen, en la actualidad, márgenes de maniobra para estimular de manera independiente la reactivación de la producción y el empleo en el país.
La fase descendente del ciclo económico ha elevado la desocupación coyuntural no sólo en México sino en todos los países, incluidos Estados Unidos, las naciones europeas y Japón. No obstante, el nivel de desempleo es distinto entre ellos por las diferencias institucionales de sus mercados laborales. La mayor flexibilidad del mercado estadounidense explica, en gran parte, porqué la tasa de desocupación en Estados Unidos es de 6.2 por ciento, mientras que en las naciones europeas supera el 9 y 10 por ciento. Dicho contraste hace que estos países no sólo busquen reactivar el empleo coyuntural, sino que también traten de flexibilizar sus legislaciones laborales, disminuir el poder sindical y reducir los beneficios para los trabajadores, con el fin de hacer más dinámicos sus mercados de trabajo y facilitar la incorporación de más personas a labores productivas.
En México lo poco que hoy puede hacerse en materia de empleo coyuntural contrasta con las amplias oportunidades que pueden crearse para reducir la desocupación estructural, que es demasiado elevada.
El problema estructural del empleo en México tiene dos dimensiones. La primera se relaciona directamente con los aspectos legales e institucionales que rigen el mercado de trabajo y elevan el costo de la mano de obra; mientras que la segunda se vincula indirectamente con el mercado laboral pero tiene repercusiones importantes sobre la creación de empleos productivos.
La primera dimensión se entiende mejor cuando vemos que la demanda y oferta de trabajo, como las de cualquier producto o servicio, responden a los niveles y movimientos de los precios en el mercado. En este sentido, a pesar de que la retórica política expresa una preocupación por el empleo, las autoridades nada hacen para reducir los costos que desalientan la contratación de personal, como sería flexibilizar la legislación laboral, acotar los abusos sindicales, hacer fiscalmente deducible el reparto de utilidades, reducir o eliminar los impuestos a la nomina, el impuesto sustitutivo del crédito al salario, las cuotas del seguro social, del Infonavit, etcétera.
La otra dimensión del problema estructural del empleo está relacionada con la ausencia de reformas estructurales distintas a las laborales. Por un lado se prohíbe la participación de la inversión privada en diversas actividades, como es la de energía, o se inhibe con regulaciones y trabas excesivas para abrir y operar un negocio. Por otro lado, existen millones de personas que no están incorporadas en la fuerza de trabajo porque carecen de educación o capacitación básica, ya que los recursos públicos que se destinan a la educación se orientan, por presiones políticas, a las universidades.
En síntesis, no se crean suficientes empleos en México porque nos encontramos en la fase recesiva del ciclo económico y porque la ausencia de reformas estructurales limita las posibilidades de que más personas se integren a la fuerza de trabajo. Toda la verborrea política no mejorará las perspectivas del empleo en México mientras no se recupere Estados Unidos y nuestros gobernantes no acepten los costos políticos de las reformas estructurales.
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