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Viajes | Núremberg, ciudad herida

Recuerdos del Siglo XX alemán en la segunda urbe de Baviera.

EL PAÍS

MADRID, ESPAÑA.- En Alemania es difícil no volver la vista atrás. “Fueron bombardeos de castigo’’, dice el señor Baumgärtner en una librería de Núremberg mientras nos observa hojear el último libro del historiador Jörg Friedrich.

La obra, Der Brand (El Incendio), ha reavivado recientemente las cenizas de la II Guerra Mundial en la sociedad alemana. En especial, en ciudades como Berlín, Dresde, Colonia o en esta misma que fue (como las otras) bombardeada por la aviación aliada el dos de enero de 1945.

Núremberg albergaba la sede del partido nazi. Pequeño detalle que hizo que de su centro histórico no quedara apenas rastro (un diez por ciento, dicen). Pero aquí se encuentran ahora, ante nuestros ojos, sus edificios, plazas, fuentes, iglesias, museos, calles adoquinadas, murallas. Todo levantado en piedra nueva de aspecto cansado; todo salpimentado con un aire de tranquilidad y florecimiento económico; con esa mezcla tan alemana que resulta de contemplar aquí y allá los carteles de las citas de ópera, de saborear los tradicionales bizcochos de jengibre (lebkuchen) en las pastelerías, o de oler a salchichas asadas por las calles.

La vieja Núremberg fue levantada piedra a piedra en la postguerra. Hasta 1966 necesitaron para dejarla más o menos como estaba siglos atrás, antes de la herida del nazismo, cuando fue campo fértil de la cultura y la ciencia, cuna de Albrecht Dürer, pintor; de Peter Henlein, inventor del reloj de bolsillo; del aventurero Martin Behaim.

La tesis del historiador Friedrich, por escrito, y del jubilado Baumgärtner, oral, es que los bombardeos aliados fueron un crimen contra la población civil. “De esto apenas se habla’’, se queja dispuesto a polemizar. Él y muchos de sus conciudadanos se entretienen horas y horas paseando a pie o en bicicleta por el corazón de la ciudad, la plaza del mercado (Hauptmarkt). Curiosean escaparates de ropa, de libros y objetos para el hogar; observan fluir el agua por los brazos del río Pegnitz, en los idílicos alrededores del molino, en la zona conocida como Trödelmarkt.

Día de mercado

El sábado es jornada comercial en el Hauptmarkt (mercados y congresos son tradición aquí). Los puestos con toldos rojiblancos, repletos de productos de la tierra (salchichas, flores, licores, dulces, siempre; objetos navideños durante el famoso Kristkindelmarkt, del 28 de noviembre al 24 de diciembre), se desperdigan por esta plaza, de la que nacen calles empinadas hacia el castillo imperial, el Kaiserburg, que domina la parte alta.

Este palacio es de visita obligada. Porque desde arriba se divisa un mar de tejados oscuros inclinados hasta la osadía, casas majestuosas, torres, iglesias de culto diverso y, al fondo, una sucesión de ciudades limítrofes (Fürth, Erlangen, Schwabach, que suman millón y medio de personas) y el verde eterno de Baviera. Núremberg es puro centro de Europa, un eje de contacto con el Este, tan cercana a Praga, a Viena, a Berna.

En verano, por el centro no cabe un alfiler (un millón de visitantes pernocta en los hoteles al año). En invierno quedan los huecos de los que se reprimen ante el frío. Los termómetros pueden bajar varios grados bajo cero (la media anual es de 9º C). El famoso reloj de la iglesia de Nuestra Señora da las horas.

Los presentes levantan la cabeza ante el espectáculo de personajes que entran y salen marcando el tiempo de este lugar milenario. La primera vez que se oye hablar de Núremberg es en 1050, cuando se cita en documento oficial (el nombre viene a significar “colina rocosa’’).

Fue gran centro comercial desde la Edad Media y “ciudad libre imperial’’ desde el Siglo XIII, tal y como la nombró el emperador Frederick II, y un siglo más tarde se produce aquí el primer pogromo: la destrucción del geto judío situado junto al Hauptmarkt, en el hermoso barrio de Sebald, un ovillo de callejas entrelazadas hoy llenas de pequeños cafés y anticuarios.

Núremberg jugó su papel durante la Reforma. Y aunque en el Siglo XIX perdió privilegios y pasó a formar parte del reino de Baviera, en su seno seguían produciéndose hechos relevantes. ¿Sabe nuestro jubilado que aquí, entre Núremberg y Fürth, nació en 1835 el ferrocarril alemán? Quizá no. Nos habla, en cambio, en su papel de guía espontáneo, del Germanisches Nationalmuseum, fundado en 1852, un edificio hoy moderno que encierra la historia alemana con todas sus consecuencias (artísticas, especialmente) desde la prehistoria hasta el XX.

El paseo peatonal del museo se denomina calle de los Derechos Humanos desde 1993. El artista judío Daniel Karavan lo convirtió en símbolo; llenó la calle de columnas con inscripciones en diversas lenguas donde se leen los 30 artículos de la Declaración de la ONU de 1948. “Recorro la calle con mi abuela, asesinada por los nazis y sin una tumba donde descansar, y leo el artículo en su idioma, yídish: ‘Todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos’, escribe Karavan. De chaval, con mis propias manos, ayudé a hacer limpieza de los escombros’’, dice Baumgärtner, y señala la iglesia de San Lorenzo.

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