La historia nunca
nos perdonará el olvido.
“Asumo la responsabilidad ética, moral, jurídica e histórica con relación a los hechos ocurridos el año pasado”.
Gustavo Díaz Ordaz. Quinto Informe de Gobierno (1969)
“No se puede gobernar y tener remordimientos”.
Luis Spota en “El primer día”
La UNAM, máxima casa de estudios, foro de debate y discusión abierta: todas las ideologías, clases sociales. Jóvenes llenos de anhelos que habían sido privados de la autonomía universitaria: tanques del Ejército dentro violando garantías individuales. Javier Barros Sierra (entonces Rector) encabeza una marcha pacífica y silenciosa donde sobran las palabras: la dignidad intrínseca en académicos y alumnos no le era importante a un gobierno autoritario, no creyente: mano dura por encima de la Constitución. ¡Total, el Presidente manda!
Todo México se une a la causa; se trata de luchar en pos de un país diferente, aquél donde quepan todas las ideologías, los caminos y vertientes. Los jóvenes de 1968 eran socialistas o comunistas –en parte- y admiraban al Che Guevara, a Fidel Castro por llevar la defensa de sus ideales hasta las últimas consecuencias. Gustavo Díaz Ordaz fue incapaz de comprender: en su vocablo las frases de los muchachos eran una afrenta, amenaza contra la nación. Hombre que nunca supo escuchar.
Ya en 1977 cuando fue nombrado Embajador en España, el ex presidente ofreció una friolera conferencia de prensa en donde redujo la matanza a “un penoso incidente” y según me cuenta algún conocido suyo: murió creyendo haber salvado al país. Eso jamás lo creeré; al hombre lo persiguieron siempre los demonios, cientos de cadáveres, madres llorando a sus desaparecidos y seguramente el cuestionamiento más importante ¿seré un asesino?
En 1968 crece la necesidad de dignificar a México, de acabar con sistemas autoritarios, impuros. Ahí comienza la caída del sistema: 2 de octubre como parteaguas histórico que nos divide en el antes y el después. Nacimiento de la conciencia colectiva o la paloma negra que voló sobre el Estadio Universitario días después, ya en plena olimpiada.
El Ejército violó, vejó, humilló y golpeó. ¿Los verdaderos responsables? El Estado Mayor Presidencial al mando del general Luis Gutiérrez Oropeza. Enfundados con guantes blancos, dispararon abiertamente sobre la multitud respondiendo a un cinismo, a la sangre fría que es absurda, debe ser condenada y castigada. Ojalá hubiésemos podido aplicar La Ley del Talión: “ojo por ojo, diente por diente”.
Recientemente visité “La plaza de las tres culturas”. A casi cuarenta años de la tragedia se sigue respirando diferente, percibo vibras raras, cuentas inconclusas, olor a muerte, heridas abiertas que calan hondo en la memoria. También siento esperanza, alegría por habitar en un territorio donde nunca jamás permitiremos se repita algo tan fatídico, asqueroso. Tlatelolco inicia la desmitificación hacia el poder, promueve luchar contra tiranías, es el grito, la consigna de despertar de un letargo, del que nos dejen de concebir como el indígena reposando sobre un maguey, durmiendo plácidamente e incapaz para mirar de frente al patrón, enfrentársele con gallardía y decirle: ¡aquí estoy, óyeme! Pues aún estando jodido tengo dignidad y quizá mucho por enseñarte.
A Luis Echeverría Álvarez habría que edificarle un monumento que rezara: “Aquí la ejemplificación del cinismo”. Hoy no se quiere acordar de nada, cuando Secretario de Gobernación “ni se enteró” –hombre que controlaba todos los acontecimientos- y ya como Presidente buscó reconciliarse con jóvenes, intelectuales y académicos. Un día llega a la UNAM y le tiran una piedra en la cabeza; ensangrentado corre despavorido bajo el amparo de sus ayudantes. Hoy descansa en la residencia del barrio de San Jerónimo tan tranquilo como siempre. ¿Dormirá por las noches? Por supuesto: el poder hace que perdamos toda noción de realidad y él se sigue sintiendo redentor del “Tercer Mundo”, ideólogo del sistema y promotor de la mexicanidad.
Muchos ruegan que miremos hacia delante, dejemos atrás un pasado lastimoso donde es difícil señalar culpables. Eso es una franca idiotez: para comprender el presente y vislumbrar el futuro hay que saber de dónde venimos y cómo queremos vivir a la larga. Enseñémosle a nuestros hijos la peligrosidad del olvido pues desgraciadamente y muy a nuestro pesar ciertos eventos se pueden volver a gestar; no conociendo los antecedentes sería muy difícil luchar, reinventarnos, unirnos nuevamente.
Rosario Ibarra De Piedra, mujer excepcional. Sigue buscando a su hijo (probablemente enterrado en el Campo Militar Número Uno) Que no calle su voz jamás: México necesita hablar en plata, líderes sociales comprometidos, reminiscencia histórica, gigantes y no un puñado de mequetrefes al amparo de un sistema judicial arbitrario, sucio, plagado de lagunas, al servicio del poder: el afrodisíaco más codiciado en el mundo.
1968 como lección, enseñanza, oportunidad de renacer de entre la escoria y dignificar el entorno donde vivimos. 1968 como el ocaso de ideologías que si bien eran difícilmente aplicables, en el fondo el dogma resultó fantástico. 1968 olvidado por ciertos jóvenes que conquistados por el sistema dejaron la lucha y cual prostituta se ofrecieron al mejor postor. 1968 o el puñado de sangre vertido injustamente, las lágrimas inconsolables. 1968 muertos que nadie nos regresará.
¡2 DE OCTUBRE NO SE OLVIDA!
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