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VIOLENCIA

Arturo Brizio Carter

Una vez más los estadios mexicanos se tiñeron de rojo; el problema radica no sólo en el acontecimiento, de suyo lamentable, sino en la frecuencia con que se presenta en un espectáculo que hasta hace pocos meses podíamos presumir de familiar.

Estamos de acuerdo en que el futbol, como manifestación del quehacer humano, no puede quedar al márgen de la descomposición del tejido social cada vez más evidente en nuestro país, pero de ahí a admitir que grupúsculos de vándalos secuestren nuestro pasatiempo favorito impidiendo la asistencia de mujeres, ancianos y niños, convirtiendo en jungla sin ley el graderío, media una distancia considerable.

Uno de los peligros que esta indignante situación conlleva es la cotidianeidad; es decir, se vuelve tan usual observar en el estadio o por la televisión eventos de violencia que nos llega a parecer normal o hasta chistoso y eso simplemente no se puede permitir.

Una sociedad como la mexicana que ha perdido el asombro ante situaciones límite como ser representados por personajes como "Pancho cachondo", “La Tigresa" o Félix Salgado Macedonio; Que permite que ex presidentes paseen su figura y su impunidad por todo el mundo sin reclamar devaluaciones, crímenes de Estado y errores de diciembre; Que puede pagar de su bolsillo que pillos disfrazados de políticos funden partidos que son verdaderos negociazos familiares, en fin, una sociedad sin memoria, parece el caldo de cultivo ideal para esta epidemia del caos y el descontón.

Lo sucedido el sábado pasado en las afueras del estadio "Mariano Matamoros" en Xochitepec, Morelos, al término del encuentro entre Colibríes y Atlante es un triste botón de muestra respecto de lo que la barbarie y el alcohol puede hacer: convertir en ring el estacionamiento de un estadio de futbol.

Ahora bien, las autoridades federativas también tienen su buen grado de responsabilidad pues autorizar para jugar en un estadio que carece de la mínima infraestructura, comodidad y seguridad para los asistentes es como activar una bomba de tiempo, y si a esto le juntamos las "barras bravas" financiadas por las directivas pues la cosa está que arde.

La pregunta sería ¿qué esperamos para tomar cartas en el asunto? Porque si la respuesta es que haya un muerto, no debe tardar. Creo firmemente que aún estamos a tiempo de prevenir, corregir y sancionar a los culpables pero debemos hacerlo todos aquellos que decimos integrar la "familia futbolística". Autoridades de la Federación y de los ayuntamientos, propietarios de equipos, prensa y público debemos embarcarnos en una cruzada nacional pro recuperación de la paz en los estadios.

De lo contrario, pronto no se llorarán las derrotas sino a los muertos.

Por supuesto que hay otros factores que inciden para agravar este problema y uno de ellos es la imitación que se ha hecho de los violentos grupos de animación sudamericanos. Hoy escuchamos en nuestros estadios cánticos majaderos que además nada tienen que ver con nuestra idiosincrasia. Pobrecitos. Y otro sería la venta excesiva e indiscriminada de cerveza que hace que al término de los encuentros los "aficionados" anden peor que apaches marihuanos. Algo hay que hacer.

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