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Vivales al ataque: uitilizan el teléfono para cometer fraudes

Por Luis Alberto Morales

Fotografía Jesús Hernández

GÓMEZ PALACIO, DGO.- La familia Medina nunca se imaginó que podría ser víctima de un fraude telefónico. Ahora los estafadores cambiaron su táctica. Sus “clientes” son seleccionados en los avisos clasificados de los periódicos, electricistas, plomeros, albañiles, músicos y hasta payasos, han estado a punto o fueron timados por un par de vivales.

Afortunadamente para los Medina, la estafa no se consumó, un hecho fortuito afectó el plan de los delincuentes, pero inevitablemente, la familia vivió momentos de desconcierto y angustia hasta que todo quedó al descubierto.

El fraude empezó cuando Juan Medina recibió una llamada telefónica a su casa a las 19:00 horas, del viernes 30 de mayo. Su interlocutor lo buscaba para solicitar sus servicios como electricista, le pagaría bien, pero el trabajo se realizaría el siguiente lunes en Cuencamé, Durango.

Animado por la escasez de trabajo, don Juan decidió atender la oferta de un tal “Jaime Romero”. El tipo le dijo que el trabajo sería en la calle General Rubén Mancha 702, en la citada población. En Cuencamé, nadie conoce al supuesto contratista y la dirección no existe.

Todo estaba listo, Juan Medina saldría temprano de su casa en la colonia El Foce para llegar puntual a su trabajo. A último minuto, su hijo Roberto lo iba a acompañar y ambos partieron en la camioneta del segundo.

A las 9:30 horas, “Jaime Romero” habló a la casa de Juan Medina, el teléfono fue contestado por doña Amalia: “Oiga, ya salió don Juan”, dijo el supuesto contratista, -Sí, ya van en camino-; “¿Van?, ¿Quiénes van?”, -mi esposo y mi hijo- contestó la señora.

Mientras tanto, el electricista y su hijo viajaban por la carretera libre a Durango, antes de llegar a Pedriceña, ocurrió el hecho fortuito que al final los libró de caer en el engaño: Se descompuso el vehículo de Roberto.

Ante la falla mecánica y el pendiente de cumplir con el compromiso fijado a las 11:00 horas, Roberto le dijo a su padre que tomara un camión, mientras él trataba de reparar su camioneta.

Solicitud del dinero

En la casa de los Medina, el teléfono volvió a timbrar. Eran las 10:30 horas y ahora una persona desconocida hablaba muy nerviosa y apurada: “Señora, señora, su esposo y su hijo sufrieron un accidente, están en un hospital de Velardeña, necesitamos que deposite cuatro mil pesos para sus curaciones”.

Doña Amalia se alteró y poco faltó para que se desmayara. -¿Cómo que un accidente?, Dígame si está bien-, ¿Dónde los puedo ver?- preguntaba la señora. “Están en un hospital muy pobre, no hay medicinas, por eso queremos el dinero, mándelo a la cuenta 4915661032650876 de Banorte a nombre del doctor Isidro Cedillo”.

El diálogo siguió. –Oiga, ¿pero están bien?-, “Sí, pero están inconscientes”, -¿Cuál es el teléfono?-, “No, aquí no hay teléfono”, -Pero no tengo el dinero-, “Señora, pues júntelo y hágalo pronto”. Doña Amalia se quedó pensando con la bocina en la mano.

En Cuencamé, don Juan buscó la dirección, al no encontrarla acudió a la oficina de Correos, ahí le informaron que el domicilio no existe. ¿A qué venía señor?, Le preguntó un empleado postal, -venía por un trabajo- dijo el electricista.

En la oficina federal le dijeron que no era la primer persona que llegaba al poblado en las mismas circunstancias, albañiles, plomeros, músicos y payasos también buscaron un domicilio para prestar sus servicios, probablemente al regresar a casa se llevaron una desagradable sorpresa.

Ante el desengaño, don Juan tomó un taxi con el fin de auxiliar a su hijo en la carretera, el vehículo sólo llegó a la mitad del camino, don Juan se tuvo que bajar y esperar ayuda, minutos después pasó otro taxi y al llegar a donde estaba su hijo, ya no había nada.

Cuando Roberto reparaba la camioneta, se le apareció un “Ángel Verde” que lo auxilió y remolcó el vehículo al poblado más cercano rumbo a Gómez Palacio. Roberto esperaba llegar para hablar a casa de su madre y contar lo sucedido.

La familia se moviliza

El hogar de los Medina se llenó del resto de los familiares, doña Amalia les contó del accidente, su nuera Mary, esposa de Roberto, no estaba muy convencida de los hechos, “algo no anda bien”, dijo. Mientras cuatro personas irían a Velardeña, otros dos depositarían el dinero en el banco.

Los nervios de doña Amalia la orillaron a apuntar mal un dato, el número de cuenta estaba bien, pero en vez de depositar en Banorte, los dos familiares hacían fila en Banamex a las 11:30 horas.

Roberto llegó a La Loma, de ahí habló con su madre, le dijo que la camioneta se descompuso y su papá se fue a Cuencamé. La señora se tranquilizó momentáneamente, se descubrió el engaño, pero no sabían nada del jefe de la familia, asustados pensaron en lo peor.

Con la llamada se suspendió el depósito, además el banco estaba equivocado, don Juan no aparecía. La familia pensaba que dentro de su ignorancia de la estafa, don Juan se entrevistaría con los timadores, quienes al ver que no se depositó el dinero podrían lastimarlo.

A las 12:15 horas llegó don Juan a su casa, no vio la camioneta de su hijo y se preocupó, al entrar a casa vio a toda la familia reunida, algunos llorando, otros preocupados y de inmediato preguntó por su hijo: “Fue al taller”, contestó la nuera, don Juan se sentó y entonces conoció los detalles de la historia.

Los nombres de la familia fueron cambiados para proteger su identidad, la experiencia fue desagradable y por eso decidieron hacerla pública. Sobre los hechos, manifestaron que no saben si valdrá la pena denunciar el caso al Ministerio Público.

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