Espectáculos Rob Reiner Entrevistas FÁTIMA BOSCH Conciertos SERIES

Vive sin rencores Ernesto Alonso

Por Gabriel Bauducco

El Siglo de Torreón

MÉXICO, DF.- Alguien le puso alguna vez el apodo de “Señor Telenovela”. De desde entonces, cada persona que escribió sobre él ha usado y abusado ese sobrenombre. Ojalá sea esta la última. Porque Ernesto Alonso -alguien que nació en Aguascalientes en 1917 y que cuando tenía 20 años salió de ahí para convertirse en actor de cine, más tarde en productor y enseguida saltar a la televisión con ambas facetas-, hizo todo lo posible por no pasar sin huella por este mundo. Y, seguramente, aspiraba a un título mejor.

Algunas personas aseguran que él ha producido por lo menos 250 puestas escena en casi todas las disciplinas de la actuación. Sin embargo Alonso dice que no recuerda con exactitud cuánto trabajó.

Va cada día a Televisa, aunque no tenga ninguna producción en marcha, porque esa rutina se ha vuelto ya parte de su vida, como levantarse todas las mañanas a las ocho y desayunar tranquilo, sin ninguna presión.

Tiene 85 años y el próximo 28 de febrero cumplirá uno más.

Es un hombre cuyo aspecto parece, a primera vista, el de un sujeto indescifrable. Hosco, con una mirada ruda, penetrante. Como si tuviera el cuerpo hecho de una sustancia espesa... una que hace que advertir su presencia en cualquier sitio sea inevitable.

Pero cuando avanza la charla, enseguida se advierte a otra persona que le sale de adentro. Alguien que se expresa con amabilidad y delicadeza, con modales un poco más exquisitos. Sobre todo cuando habla de que nunca se casó y se enternece al mencionar a sus dos hijos adoptivos, sus seis nietos, sus dos bisnietos.

Alonso tiene un halo femenino. No afeminado, sino femenino. Esa parte femenina que tienen muchos hombres y que los vuelve en algún punto elegantes, distinguidos. A su edad, Ernesto lo sabe. Y juega con eso. Porque, en el fondo, ya no le importa.

Como tampoco le importa la insistencia que cualquiera pueda poner en revisar su pasado.

-Una vez la periodista Lucy Orozco dijo que era usted un productor escrupuloso. ¿A que se referiría?

--Pues no sé, al cuidado que pongo en las cosas, supongo.

-¿Cómo se define usted, Don Ernesto?

--Es difícil definirse a uno mismo, ¿no?

-Eso depende de cuán seguro esté acerca de su personalidad. Pero es un buen ejercicio.

--Lo que pasa es que uno no aparenta lo que es. Y, además, no aparenta lo que cree que es.

-¿Y qué es usted?

--Soy un profesional con 64 años de carrera sin interrupciones.

-Aún a pesar de eso, debe haber en su vida muchos puntos insatisfechos.

--¡Qué raro! Yo siempre logré todo lo que quise. Tal vez eso puede resultar vanidoso.

-De hecho, sí.

--Quizás, eso signifique que no ambicioné demasiado. Pero estoy satisfecho con mi carrera, con mis amigos. Para mí, el sentido de la amistad es lo más grande que existe. Incluso en una relación amorosa, con el tiempo, si no hay amistad, se vuelve tediosa o termina, ¿verdad?

-¿Consiguió usted lo que quería en su familia y su intimidad?

--Sí, mis nietos son una maravilla, una felicidad muy grande. Porque uno ya trabaja para ellos. Ahora mi ambición es que ellos puedan ver lo que yo hago. Y, es más, creo que esto me moviliza más que cuando trabajaba sólo para mí. También me interesa dejarles un porvenir.

-Pero, ¿qué ya no tiene más dinero del que conseguirá gastarse?

--Pues... no, porque he gastado mucho dinero viajando, comprando objetos, antigüedades. Aunque, es cierto que gané muy bien.

-No va a decirme que no podría dejar de trabajar hoy mismo si lo quisiera.

--No, sí, gracias a Dios, podría dejar de trabajar. Pero lo que quiero decir es que, después de tantos años de trabajo, tal vez podría tener un capital bastante más fuerte. Pero gasté mucho dinero porque me gusta ser espléndido con las personas que yo quiero, con mis amigos.

-¿Es ostentoso?

--No, no, no.

-Eso opinan algunas personas de usted.

--Mire, para mí, ser ostentoso es una actitud de mal gusto. Y no creo tener mal gusto.

-¿Dice usted que ser ostentoso es ser vulgar?

--Algo así.

-Alonso, a principios del 2001 se rumoreó que estaba usted en una relación muy tensa con Televisa, la empresa para la que siempre trabajó.

--No, no. No es verdad.

-Se llegó a decir incluso que usted ofreció su renuncia.

--No, eso nunca ocurrió. Es lo que dijeron, pero yo nunca ofrecí mi renuncia.

-¿Cómo que no?

--Vea... siempre me han tratado muy bien. De hecho, yo he tenido una maravillosa relación de trabajo y de amistad personal con Azcárraga padre. Y nunca llegué a tener un disgusto.

-El chisme completo habla de que usted presentó su renuncia y que en ese momento no se la aceptaron. Pero algunos meses más tarde le dijeron: “¿sabe qué, don Ernesto? Lamentamos tanto que se vaya...”

--Creo que la confusión vino porque yo quise tomarme unas vacaciones. Entonces les dije “me voy”.

-Parece un chiste. Durante el año pasado usted estuvo coqueteando con televisión Azteca.

--¡No! ¿Con quién?

-Se dedicó sistemáticamente a adular algunas producciones de la competencia de Televisa.

--¿Eh....? (se ríe, sin importarle demasiado lo que cualquiera juzgue de sus actitudes) ¡Yo soy honrado! y puedo decir que hay producciones de Azteca que me gustaron mucho, como Mirada de Mujer, por ejemplo. Hay gente que está haciendo buena televisión.

-¿Ve televisión?

--Sí, veo. Pero últimamente veo Biografias (un programa que se emite por cable en People & Arts), porque me divierte mucho, es interesante. Eso es lo que más veo (se queda un minuto en silencio) Y... ¿sabe qué? Seguramente la gente interpretó mal lo de mi salida de Televisa. Además, no creo que hubieran aceptado mi renuncia.

-¿Porque es usted un mito de la televisión en México?

--Tal vez, yo creo que influyen varias cosas. En primer lugar, los años que tengo de carrera.

-También porque desde su lugar, usted tiene poder. ¿Qué se siente?

--Yo no me siento con poder. Es cierto que han respetado lo que yo he querido hacer. Y que muchas veces me salí del género de la telenovela, pero eso es porque me molesta lo trillado. Pero no creo que eso sea poder.

-¿Qué es el poder?

--Que uno imponga las cosas... yo nunca e impuesto nada.

-Eso, más que poderoso, es ser déspota.

--Pues (se ríe)... si lo miramos de ese lado, sí es poder. Prefiero pensar en que he tenido mucha libertad.

-En tantos años de “libertad” ha de haberse equivocado muchas veces. ¿de qué se arrepiente?

--De nada (se queda viendo, como desafiando a su interlocutor con semejante respuesta)... A mí me pasa una cosa... hace muchos años adopté un sistema: no quiero tener rencor, nunca me han gustado las enemistades. Así es que tengo una especie de pizarra aquí (se toca la frente) y si algo malo me pasa... lo borro.

-¿Y eso es bueno?

--No sé, pero si me pide que yo recuerde algo malo de una situación o de alguien, no sé porque, ya lo olvidé.

-Es esa una postura muy cómoda.

--Ah... ¡ya me agarró! Esa la verdad. Es cierto. Cómoda y egoísta (sonríe, como si fuera él un anciano burlón. Como si jugara por un momento a descuidar esa elegancia con que se mueve).

-¿Dice que jamás, siquiera momentáneamente, experimentó el odio?

--Sí, lo experimenté seguram... (dice esto y, de golpe, se da cuenta de lo que expresa) No, odio no. Pude haber guardado rencor a alguien... antipatía. ¿Es humano no? Lo que pasa es que no recuerdo a quién.

-No le creo.

--Borré de mi vida todo lo malo que me haya pasado.

-Parece una pose.

--No es que quiera hacerme el original. Es un esfuerzo deliberado y lo logré. Recuerdo todo lo bueno que me ha pasado, pero no lo malo. Mire, para ser francos, no me queda mucho tiempo por vivir. Entonces, quiero disfrutar este tiempo sin rencores, porque de lo contrario, no hay nada en la vida de lo que uno pueda gozar.

-Y, ¿cuánto tiempo le queda, don Ernesto?

--Pues (suspira hondo, alargando misteriosamente el tiempo) eso sólo Dios lo sabe... porque yo no tengo edad.

-¿A qué se refiere?

--A que la edad la tiene uno aquí (señala la cabeza otra vez). Cumplo años. Tengo 85, pero soy un joven. A ver, para que se entienda: soy un viejo porque tengo canas, por mis arrugas, mis achaques, porque la vida me ha marcado, pero no me siento viejo.

-¿Y su pizarra borrada le permite recordar cuán feliz ha sido?

--Jé, jé. Eso sí. A pesar de todo lo borrado me quedan las sensaciones. Y tengo la sensación de haber sido en un 80 por ciento feliz.

-¿Cuál fue el dolor?

--No lo recuerdo.

-Vaya, eso sí que es un problema. A alguien que no recuerda el dolor, ¿por qué vamos a creerle la felicidad?

--Bueno... me acuerdo del dolor de la muerte de mis padres, la muerte de un hermano, la gravedad que tengo ahora mismo de otro hermano, que fue torero, pero, no mucho más. Lo cierto es que, a mi edad, eso ni siquiera me da miedo. No tengo temor de nada.

-Eso sí es soberbia.

--Tal vez (se ríe), pero no le temo a nada, de verdad. ¿A qué le voy a temer? ¿A que me asalte un ladrón? Ni modo, ¿qué puedo hacer al respecto? No me voy a defender porque no tengo pistola, ni me interesa tenerla. ¿Debo temerle a un enemigo? No creo tenerlo. Y si tengo no lo sé. Y si lo supe, no me acuerdo. Trato que lo que me quede por vivir, siga siendo como ha sido siempre, amando la vida, llevándome bien con las personas.

-¿No será esto una postura que usted toma porque ya está sobre el final de su vida?

--No, no, no, yo sé que voy de salida en la vida, de eso estoy consciente, el decir que no siento la edad, no quiere decir que yo me sienta joven...

-¿Entonces?

--Entonces... yo sé mi edad; y sé lo que significa tener mi edad, pero no lo siento.

-¿Cómo se imagina la muerte, don Ernesto?

--Yo pienso... que desde que nacemos, o por lo menos desde que tenemos una conciencia adulta, sabemos que vamos a morir. Así es que, si bien no lo deseo, tampoco le tengo miedo. No, decididamente... miedo no.

-Y, ¿se va ir al cielo o al infierno?

--Pues... yo creo que al purgatorio (risas). No creo merecer el cielo, tampoco creo merecer el infierno.

-A ver, juguemos a que usted es sincero y cuenta por qué no se va a ir al cielo.

--Porque, seguramente, hice cosas que no son válidas, ¿no?

-¿De qué está hablando?

--En mi juventud, pues, muchas cosas... en mi juventud (da vueltas. Este hombre que mantuvo todo el tiempo la vista fija en mí, ahora mira hacia otra parte). No fueron pecados, porque no creo que sea un gran pecado, pero...

-No sé de qué estamos hablando.

--Bueno, de tener aventuras, pues, de tener cosas...

-¿Infidelidades?

--Sí, sí, sí, sí pero no creo que eso sea tan grave, ¿no?

-¿No?

--Yo pienso que no, porque es muy humano.

-No todo lo que hacemos los humanos es bueno.

--Lo malo es... matar; robar... Es más, el robo surge por necesidad, muchas veces. Ahora mismo lo estamos viendo. Y no sólo en el país, sino en el mundo entero. Mire, Estados Unidos está mal. Y si ellos tienen catarro nosotros tenemos neumonía. La gente tiene hambre. Y, ¿cómo puede uno juzgar a alguien que sale a robar para darle de comer a sus hijos?

-También la deslealtad es mala. ¿Ha sido un hombre leal?

--Yo sí. Déjeme decirle... que he sido leal en la amistad, en el trabajo. En amores... no muy leal. Bueno... eso en mi juventud, ahora ya... estoy más allá del bien y del mal, jé, jé, jé.

-¿También fue leal con su familia?

--Yo tuve cuatro hermanos, de los cuales dos ya murieron. Desde entonces quedamos sólo tres. Uno mayor y otro menor que yo. No somos de estar viéndonos continuamente. Es más, nos vemos bastante poco. Pero nos llevamos bien y cada uno sabe que puede contar con los otros.

-Usted nunca se casó, ¿verdad?

--No. Nunca. Aunque he tenido alguna relación muy fuerte, sobre todo en mi juventud. Con Andrea Palma, por ejemplo. Era yo muy joven cuando estuve con ella. Y debo reconocer que me ha dado mucho. Le debo buena parte de lo que soy. Vaya, me pulió como persona, me hizo un caballero.

-Mucho tiempo después adoptó usted dos hijos.

--Sí, dos personas que vinieron a mí por la gracia de Dios. Porque... yo tengo la vida tan llena de mi trabajo. Se me fue la vida, sin pensar en los hijos... pero Dios me premió. Digo que se me pasó la vida sin pensar en los hijos, pero tuve amores muy fuertes. Muy fuertes.

-Don Ernesto, muchas personas de este país piensan que sus amores no fueron con mujeres.

(Silencio. Ernesto mira fijo, pero no contesta. Permanece inmóvil, enmarcado por las esculturas de ángeles que pueblan su inmaculada oficina. Como si el aire se volviera espeso por un instante)

¿Qué dice usted?

--Yo tuve muchos amores... con mujeres... pero no con hombres. Aunque... debo reconocer que tuve algunas amistades con hombres que.... casi han llegado a eso.

-¿A un romance?

--Ajá

-¿Si así fuera, lo diría sin pudor?

--Sin pudor. A mí eso no me espanta.

-Porque, a pesar de ser católico, no cree usted que ser homosexual sea pecado, ¿o sí?

--No, para nada, para nada. Hubo una persona con quien tuve una gran amistad... estábamos tan juntos, tan juntos... mucha gente creía que nosotros teníamos mucho más que una amistad.

-Y también usted pensaba que ese afecto era más que una profunda amistad.

--Sí, sí. También yo pensaba que era más que una amistad... Él ya falleció, hace muchos años. Pero esto no me escandaliza, ya le digo. En esta vida cada uno tiene que hacer lo que crea mejor, mientras no sea fallarle feamente a nadie. O matar.

Leer más de Espectáculos

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Espectáculos

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 40873

elsiglo.mx