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Votar y no votar/Plaza Pública

Miguel Angel Granados Chapa

Difícilmente sabremos con exactitud por qué no votaron los mexiquenses que el domingo desertaron de las urnas. Sería conveniente que una vez concluidas sus tareas inmediatas, el Instituto Electoral de esa entidad estudie el tema, mediante encuestas que permitan al menos una aproximación a las causas del ausentismo electoral. Si éste se asienta, si se repite en los comicios federales de julio o en los de otras entidades, la sociedad mexicana estará dilapidando un capital civil que costó mucho esfuerzo acumular.

La política va a la baja. Casi nadie la aprecia, no obstante ser la argamasa que hace posible la convivencia, el funcionamiento de las instituciones. Sujeta a su propia espontaneidad, la vida social sería un caos y hasta un infierno, impredecible y sujeta a arbitrariedades irreductibles a la razón y al orden. Si la gente puede realizar, mal que bien, sus actividades cotidianas, es en función de la política, que organiza las instituciones y las hace funcionar. De mala calidad si se quiere, pero la política está presente en cada minuto. Más valdría que los ciudadanos participaran en ella para mejorarla.

No lo creyeron conveniente seis de cada diez mexiquenses en edad de votar. Es probable que la mayor parte de ellos jamás hayan votado, que vivan en el analfabetismo político, que estén asediados por urgencias tales que carezcan de interés y tiempo para ejercer el acto mínimo de presencia ciudadana que es acudir a la urna a votar. La existencia de una masa empobrecida y despolitizada es uno de los mayores lastres que el pasado priista ha dejado a la nación. A ella se añade la franja desencantada de la política en general, víctima de los mensajes superficiales y desesperanzadores, que aseguran que es inútil participar en los procesos electorales porque todos los partidos son iguales. Y también aportaron su cuota de ausencia los desilusionados, los que votaron por el cambio en el ámbito federal y suponen o comprueban que el cambio no ha llegado o no ha sido para bien.

Junto a la enorme abstención, dos fenómenos más merecen atención. Uno es el descenso de la votación panista y el otro la celebración sólo parcial de los comicios en Atenco. Aunque señalarlo parece sólo un mero recurso de propaganda priista, es verdad que Acción Nacional perdió más de un millón de votos. En el dos mil votaron por Fox 2.2 millones de personas y en cambio este lunes, al concluir el PREP, cuando sólo faltaban por computar unas novecientas casillas, de más de catorce mil, el PAN sobrepasaba apenas los novecientos mil votos. El argumento del PRI para subrayar la disminución panista es retórico, porque las campañas y las circunstancias del 2000 no son estrictamente comparables con las del domingo pasado. Y él mismo sería víctima de una comparación semejante, pues perdió medio millón de votos de aquel julio a este marzo. Siempre las elecciones legislativas intermedias concitan un menor interés que las que incluyen comicios para gobernador o coinciden con las federales. Pero no es un descenso menor ni que permita la autocomplacencia.

Aunque no se empleó a fondo, la pareja presidencial quiso ser factor de persuasión en favor de su partido, en la elección mexiquense. No tuvieron éxito. El resultado en esa entidad no necesariamente prefigura lo que ocurrirá en otros comicios locales y en los de julio próximo para renovar la Cámara de Diputados, en todos los cuales se prevé la participación propagandística del señor y la señora Fox. Pero la pareja hará bien en preguntarse, o su partido en plantearlo, si el demérito de la institución presidencial causado cuando el Ejecutivo desciende a la arena de la lucha partidaria es un precio pagadero, ante una baja rentabilidad electoral. Es mal negocio que el Presidente resulte perdedor en una contienda en que no participa.

En el municipio de Atenco (al que pertenece el ejido de San Salvador Atenco, mismo nombre de su cabecera) se instalaron sólo 16 de las 36 casillas previstas. La mayor parte de las restantes ni siquiera se montaron por la acción de una turba compuesta o convocada por activistas que el año pasado consiguieron evitar que se construyera allí el aeropuerto internacional de la ciudad de México. En una terrible paradoja, el Frente de Pueblos Indígenas en Defensa de la Tierra se convirtió en ariete contra la legalidad electoral, en una inadmisible deformación de su origen.

Durante la movilización del año pasado, los activistas cometieron delitos, como privación ilegal de la libertad, daño en propiedad ajena y otros que, no obstante su origen político (o por eso mismo) fueron perseguidos por el gobierno estatal. Desde que finalizó con éxito su lucha se han propuesto cerrar el capítulo judicial adverso a su movimiento. Buscaron que los procesos y las órdenes de aprehensión quedaran canceladas y creyeron encontrar una ocasión propicia para conseguirlo condicionando a ese resultado la celebración de los comicios. Cuando sus instancias para suprimir todo acto de persecución legal fracasaron, determinaron que no había en el municipio condiciones para realizar la elección del domingo.

Airados por que la autoridad electoral no se amilanó con esa percepción, se apoderaron de documentación electoral y el mobiliario requerido, y lo destruyeron.

Eso no obstante, en varias comunidades del municipio la gente votó. Si el 20 por ciento de las casillas no se instala puede decretarse la nulidad de la elección, lo que será una abierta incitación a la violencia futura.

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