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Y Dios se fue a la guerra.../Hora cero

Roberto Orozco Melo

El jueves 20 de marzo tuvimos en Saltillo un clima ambivalente. Los últimos días del invierno habíamos sentido en las noches y en las madrugadas un vientecillo fresco, cosa de nada pero suficiente para estornudar y echarnos la cobija. En fin -dijimos- calma y nos amanece: Todavía no llega la primavera y aunque hubiera llegado: Siempre queda un rezago de mal clima, alguna revirada inoportuna de las bajas temperaturas o el desfase inesperado de un frente frío.

El 21 día empezó igual: Viento frío, día soleado; total que transcurrió sin novedad y el diario trabajo, aunque rutinario, resultó placentero. Lo malo fue que llegada la noche no resistimos la tentación de hacer clic en el botón de la televisión y jálale que le jalas, fuimos a dar a los noticieros.

Ya estaba en su apogeo el bombardeo de Estados Unidos contra Bagdad, la capital de Iraq. En la pantalla apareció una escena en blanco, a cuya izquierda podía verse un monumento, la torre de una mezquita o un edificio; Dios sepa qué. Una viñeta ubicada en la parte inferior daba cuenta del nombre y rostro del periodista que reportaba los acontecimientos con voz temblorosa. Se escuchaban pianísimos los motores de los aviones que cruzaban el espacio y a los pocos segundos el estallido de una bomba. Luego otra y otra, varias a un tiempo; humo, se veían columnas de humo gris.

El cronista de la televisión afirmaba que el objetivo de aquella andanada de misiles y bombas era el palacio de Saddam Hussein y los edificios del control militar. La escena permaneció, invariable, por dos o tres horas. La suma de muertos y heridos resultaba indescifrable: Quizás al día siguiente el Estado Mayor del ejército aliado daría alguna información sobre ello. Evocamos aquella Tormenta en el Desierto que comandó en 1991 el general Colin Powell, hoy secretario de Estado en el gobierno de George W. Bush, el presidente. Media hora más tarde nos fuimos a dormir.

El sábado fue un día como todos, dado a la fiacca Nos fuimos a visitar amigos y familiares. A la hora de la sobremesa se suscitó una discusión sobre el número de muertos que podrían haber causado los bombardeos. Miles, afirmó con espanto una voz femenina. ¡Falso! dijo alguien más. En realidad hay más mujeres muertas en Ciudad Juárez que víctimas en la guerra contra Iraq. Un sabidillo afirmó: Los gringos han realizado una verdadera acción quirúrgica, destruyendo edificios estratégicos, pero sin tocar a ser humano alguno. ¡Vaya! Dijo otro: ¿Y cómo le han hecho? ¿Acaso son bombas inteligentes, que disciernen: Aquí estallo, allá no estallo? Sea como sea, arguyó alguien más, de lo que se trata es matar a Saddam Hussein. ¡Pues que le hablen a James Bond! gritó un escuincle entrometido. Un adulto sensato cortó por lo sano: ¡Vámonos al beisbol!...

Yo me excusé y retorné a la casa de ustedes; preocupado, sin embargo, por la poca importancia que mi parentela le daba a los acontecimientos bélicos. En una conjunto de cines, cercano a donde vivo, había una larga cola de fans esperando a comprar sus boletos en taquilla. Los almacenes de víveres, constaté en el curso de mi viaje urbano, estaban repletos, a juzgar por los automóviles en los estacionamientos. En las iglesias de mi colonia los fieles entraban o salían de la misa sabatina de la tarde. ¿La guerra? Lejos, muy lejos. Qué bueno es vivir en México...

Llegué a la casa y encendí la televisión, preocupado por la maldita guerra. ¡Demonios! Era la misma escena de la noche anterior, salvo los datos que resultaron muy alarmantes. El ejército estadounidense había tomado Bassora y avanzaba de sur a norte con posibilidades de llegar a Bagdad. Del norte se desprendía otro cuerpo, ayudado por los kurdos. Sin embargo los turcos se preparaban a invadir las tierras vecinas. La sopa estaba revuelta, tenía grumos y aquella guerrita que parecía iba a ser muy breve, según el decir del Pentágono, podría convertirse en un conflicto largo y penoso.

Otro noticiero me rescató del pesimismo bélico: Bush y su esposa se habían ido de fin de semana a Campo David, la residencia de reposo de los presidentes de Estados Unidos. Sus últimas palabras, antes de abordar el poderoso helicóptero que lo trasladaría, fueron: Estamos progresando. Sonrió y agitó su mano para despedirse de quienes estaban en el campo aéreo. Era una semana como cualquier otra.

En Iraq, mientras tanto, ¿qué sucedería? Las fotos que aparecen en los diarios muestran a padres angustiados con sus hijos en los brazos; a madres que lloran ante el cuerpo de su esposo o su hijo; a soldados que humillan su actitud al rendirse ante los soldados invasores; a periodistas desaparecidos, o muertos; y a una hermosa ciudad convertida en ruinas.

¡Que Dios los ayude! digo ante uno de mis nietos quinceañeros. Dios no puede -me responde- “Él anda en la guerra”. ¿Cómo dices eso? le reclamo. Entonces repite a Saddam Hussein: ¡Dios castigará a quienes nos atacan y a Bush: ¡Dios está de nuestra parte! para cavilar finalmente, con sabia inocencia: Va a ser un milagro que Dios salga vivo de la guerra .....

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