Estamos a seis días contados para que culmine el proceso electoral para la renovación de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión. Los comicios del seis de julio definirán la integración de la siguiente diputación federal y por lo tanto nadie desconoce la importancia de elegirla bien, pues de la nueva composición del pleno legislativo dependerá que el país avance en los cambios estructurales que necesitamos; que cambiemos de rumbo en busca de mayor justicia social; o que nos asfixiemos permaneciendo en las arenas movedizas de una transición largamente anhelada y jamás concretada.
Como se pueden ver las alternativas son simples: O se elige a una legislatura que apoye el proyecto del Presidente Fox y a ver cómo nos va..O se respalda a los partidos que proponen que la nave del Estado mexicano corrija su rumbo y privilegie el bienestar inmediato de la mayoría social depauperada. O nos quedamos tal y cual estamos: inmóviles y desempleados, en espera de que se concrete el milagro de las santas oferta y demanda, según han prometido los gurús del libre mercado.
Lo que no podremos hacer, en definitiva, es dejar de expresar nuestra opinión por medio del voto. La indiferencia de los ciudadanos ante el proceso electoral puede resultar criminógena. Nunca como ahora el país ha estado en condiciones de tanta invalidez, a expensas de la codicia de los países ricos y poderosos de la Tierra. Hoy debemos tomar un camino que sea claro, tanto en rumbo como en destino.
Ya terminaron las campañas de los candidata y por desgracia la generalidad de los partidos políticos que compiten, nada especial tuvieron que decir a los ciudadanos, dentro de un medio riquísimo en temas para el debate político. En Coahuila, como en el resto de la República, la discusión entre los candidatos a diputados federales se focalizó en el ataque innoble, en vez de abordar los asuntos públicos que interesan a la ciudadanía. El chisme de barandilla se privilegió sobre la discusión acerca de nuestro destino como país, tan dudoso en estos momentos. Y esto, a pesar de que todos coincidimos en apreciar la importancia de elegir democráticamente a nuestros funcionarios.
En un evento igual, hace tres años, el pueblo eligió por mayoría de votos al presidente de la república Vicente Fox Quesada y además a 128 senadores y 500 diputados que representan respectivamente a las entidades federativas y a los ciudadanos ante el Congreso de la Unión. Evidencia indubitable de la limpieza del proceso electoral, cinco partidos obtuvieron el número de representaciones de acuerdo a su influencia electoral y política: el Partido Revolucionario Institucional, el Partido Acción Nacional, el Partido de la Revolución Democrática, el Partido del Trabajo y el Partido Verde Ecologista, que se organizaron en bancadas o grupos legislativos. ¿Y para qué? Igual como si continuaran en el vórtice de una campaña política, los legisladores rechazaron la oportunidad de pasar a la historia mediante acciones positivas, y se auto-condenaron a ser recordados por sus omisiones negativas.
El Poder Ejecutivo del Gobierno Federal tiene la característica de estar depositado en una sola persona: es un poder unipersonal y deviene casi siempre en autocracia, a pesar de los límites que impone la Constitución Política;. pero el Poder Legislativo debe ser esencialmente democrático. Su integración recae en cinco centenas de personas de la más compleja y diversa extracción social. En la actual Legislatura destacan selectos miembros de cinco de los once partidos que funcionan en la República y constituyen, por lo tanto, una extraña, vario pinta colección de individualidades, culturas, intereses, pretensiones, tácticas políticas, etc. de personas que de alguna manera llegaron a ser electas.
Consensar decisiones entre tantos y tan distintos resulta fácil cuando los partidos políticos quieren: imponen el sentido colectivo del voto. Por esa proclividad a votar por los intereses del partido, no por los de la nación, hasta hace poco conocimos el “voto en conciencia”, que es la decisión individual y responsable de un diputado sobre cualquier acto que competa a sus facultades legales. De hecho, en los últimos tres años sólo un par de representantes populares sostuvieron un criterio personal independiente y contrario a la opinión gregaria de su grupo legislativo. Así que los votos en el Congreso son montoneros y generalmente acríticos. Votar en contra del criterio establecido por el líder de la bancada es optar por una especie de muerte civil y una disminución en los ingresos económicos.
Los diputados y los senadores votan en grupo compacto, y esto hace que las decisiones más importantes de la República sean tomadas finalmente por otro más pequeño grupo de legisladores que lideran a los demás. Eso sucede en todos los países democráticos avanzados; de modo que uno debe terminar preguntándose en qué consiste entonces la democracia...Bueno, pues nosotros creemos en que no hay una democracia perfecta; pero las que existen no fueron consecuencia inmediata de una elección, sino de una práctica constante de elegir aquello que parezca mejor para la comunidad; es también el desarrollo, comicios tras comicios, de un hábito gubernamental que consulte a los ciudadanos el sentido de las decisiones públicas; ya sea la designación de los gobernantes, la aprobación de las leyes o el rumbo económico, político y social para la República.
Con tal sentido de esperanza democrática, debemos votar el domingo.
Sabemos los errores, conocemos las lacras, nos indignan las injusticias y nos inconforman los abusos de los políticos; y sin embargo cada vez que hay elecciones tenemos la opción de probar otras expectativas, aún a riesgo de sufrir nuevas decepciones. El camino es largo, as nunca acabaremos de recorrerlo si nos paralizamos en el lamento en vez de dar pasos firmes y constantes...