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Ya hace dos años

Patricio de la Fuente González-Karg

“La multitud, como el mar, es por sí misma inmóvil, es tranquila o procelosa, según sean los vientos o las auras que las conmuevan” Tito Livio.

El hombre parece no haber entendido que en las diferencias ideológicas radica la mayor de sus fortalezas.

La religión, cuyo efecto debiese ser unificador, tristemente hoy representa un fenómeno de desunión cuando es llevada a niveles de fanatismo dignos de un pasado condenable.

El 11 de septiembre de 2001 fue un golpe maestro en todos los niveles. Rompió de forma estrepitosa con un mito: el territorio yanqui (salvo Pearl Harbor) era intocable, invulnerable y protegido por sistemas de seguridad que en apariencia funcionaban correctamente. El norteamericano promedio, conocedor de los peligros inherentes en cualquier nación estratégica –robos, asaltos y ocasionales secuestros- nunca imaginó ataques tan sofisticados, barrocos, lo suficientemente contundentes como para reescribir el Apocalipsis mismo.

Hazaña catastrófica de Bin Laden y secuaces. Derribar las Torres Gemelas equivalía a hacer sucumbir el orgullo capitalista, el poderío económico intocable. Por su parte, bombardear al Pentágono era una abierta burla a los sistemas de defensa yanquis: el hecho demostró la constante histórica de que si Imperios romanos y griegos sucumbieron, ¿qué le otorgaba a Estados Unidos el rango de excepción a la regla?

Nueva York perdió algo de su encanto. Sus ciudadanos transitaban entre esperanza hacia un clima más seguro y la paranoia ante nuevos e inminentes ataques. También recuperaron algo de humanidad, empezaron a ser comprensivos ante las necesidades ajenas, apartándose por momentos de ese halo de individualismo y cerrazón tan característico en una metrópoli donde la convivencia suele estar marcada por un nivel impersonal, frío.

Se coartó la libertad de libre tránsito y movimiento. Actualmente nadie viaja con aquella vieja despreocupación y hasta la abuelita en silla de ruedas bien puede ser sospechosa. Ello al final no importa: transitar por parajes lejanos es un placer, casi una necesidad a la que muchos jamás renunciaremos si bien implique fajoneos en la terminal aérea.

Es injustificable el terrorismo en cualquiera de sus formas. La práctica de actos violentos imposibilita armonizar entornos y amalgamar conciencias, sin embargo, Estados Unidos recibió severo castigo en represalia a los abusos cometidos durante tantos años. Dejémonos de rollos, hablémonos de frente y sin tapujos admitamos que los yanquis también cometen actos criminales, sí, por más que pretendan disfrazarlos bajo elaborados términos diplomáticos poco creíbles, absurdos.

Bush tuvo un efímero momento de gloria por aquellos días. Similar al caso de Salinas de Gortari durante las elecciones de 1988, el mandatario norteamericano se encontraba debilitado en lo político gracias al dudoso proceso (recuérdese Florida) pero los atentados hicieron subir estrepitosamente sus bonos: se le vio solidario, firme, decidido, conmovido con el sufrir mundial. Lamentablemente el efecto tuvo poca duración: invadido por una paranoia preocupante, ansias y vendettas personales hoy el Presidente muestra su verdadera cara al invadir Iraq impulsado por motivos vergonzosos.

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Pasando a los ámbitos laguneros deseo felicitar al Congreso del Estado de Coahuila. Gracias a una muestra de sensatez y madurez política se revisan y desechan una serie de puntos de la “ley mordaza” que pretendía impulsar el Gobernador Martínez. Lo anterior es sintomático de que en la tierra de Carranza se pueden enmendar las inexactitudes de ciertos documentos. Ojo: El Siglo de Torreón tiene autoridad moral si de pugnar por causas justas se trata, además seguirá recordándole al Ejecutivo Estatal el fin de tiempos donde ciertos políticos hacían y deshacían como si la entidad fuera propiedad particular.

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Apreciada amiga nos hace llegar a una serie de personas su opinión sobre la página “Web” de la Presidencia Municipal de Torreón. Comparto el análisis: seguramente fueron niños de kinder los arquitectos encargados de su construcción. Es loable el esfuerzo pero acuérdense de que las cosas se hacen bien o se hacen con las patas.

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Y hasta la capital nos vamos. El Partido Verde es un negocio familiar, su Presidente (“El Niño”) se pasea en autos descapotables del orden de los cien mil dólares y en centros nocturnos es conocido por sus excesos. Ardidos por no haber conseguido huesos ministeriales rompieron con el blanquiazul y ahora establecen acuerdos “con el mejor postor”. Prostitución política pura.

Correo electrónico: pato1919@hotmail.com

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