Entre las campañas y las encuestas, es que no nos dejan tiempo para otra cosa, oiga usted. De todo estamos viendo en nombre de la democracia, pero la encuesta en la que López Obrador se propone medir el grado de felicidad de los capitalinos, ésa sí de plano es ociosa porque ¿quién viviendo en la intensidad que ofrece esta ciudad sin ley podría quejarse? Como todos sabemos, esto es como vivir colgado de un cable de alta tensión, pero pelado. Cada día de vida que logramos escamotearle a los delincuentes y a los minibuseros, es un maravilloso logro. Si cuando nos asaltan y nos roban -no todos pero algunos- hemos tenido la suerte de vivir para contarlo, si por acá tenemos a Martita y a Elba Esther unidas en esfuerzos y desvelos por el bienestar y la calidad de la educación de la infancia mexicana ¿acaso se puede pedir más?
Como ven, no existe duda alguna de que los niveles de felicidad que gozamos los capitalinos están muy por encima de los que tienen los ciudadanos de cualquier ciudad segura y predecible, pero aburrida. Si sucede -es raro pero no imposible- que eventualmente podemos cumplir nuestros compromisos sin que las marchas ni plantones nos lo impidan, si por la noche no falta nadie y pudimos volver a casa sanos y salvos, quejarse sería de vicio como decía mi abuela.
Lo que sí no me queda tan claro como lo de la felicidad, es la campaña con que nos bombardean ahora todos los medios informativos: “Yo no discrimino ¿y tú?” ¿Pues qué no vivimos en un país donde la discriminación y el racismo no existen?
O a menos que se refieran al nacómetro que posee la mitad de los ciudadanos para medir la naquedad de la otra mitad. En cuanto al México mestizo y el indio, pues así están bien, ni modo que se revuelva uno. Todavía hay clases y todos somos del mismo barro pero no es lo mismo bacín que jarro, decían por ahí mis mayores, aunque no creo que eso sea discriminación ¿o será? En todo caso nosotros no tenemos Ku Kux Clan, ni Apartheid y si es que discriminamos será únicamente por un estricto sentido de la estética. No nos gustan los que no son bonitos como nosotros. Ahora que la verdad el color muy oscuro, ése sí no lo toleramos tampoco. También hay que reconocer que no todos tenemos la misma educación y pues, no se va uno a rebajar ¿verdad? Pudiera ser que existiera ¡eso sí! algo de discriminación económica, creo que ya lo he dicho en otras ocasiones, en esta ciudad es mucho mejor ser rico y blanco que pobre y prietito ¿pero dónde no?
Apenas hace bien poco caí en cuenta de que, crecida en las rígidas normas de una buena educación, cuando salía por las mañanas saludaba sonriente a quienes vestidos deportivamente como yo, salían a ejercitarse. A las mujeres que con uniforme de servicio barrían las banquetas, como si no existieran, ni siquiera las veía, aunque tampoco creo que eso sea discriminación y si lo es, es de ambas partes porque ellas tampoco me saludaban a mí.
Pero como decía, esto de la democracia hace maravillas y ahora nos saludamos todos contra todos y la mañana es una alegría. Lo que sí me parece discriminatorio son las ofertas de empleo para mujeres con el requisito indispensable de tener entre veinte y treinta y cinco años y ser muy bien presentadas. Maduritas y gordas no molestar. No nos toman en cuenta ni siquiera por el hecho de que a las mujeres nos pagan salarios inferiores. Eso sí que son hijeces, la verdad. ace@mx.inter.net