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2004: el problema de las expectativas

Gabriel Castillo

En alguna ocasión, el poeta español Rafael Alberti comentó a un entrevistador que era su costumbre caminar temprano por las mañanas y que al hacerlo le surgía el deseo de escribir poemas a la naturaleza, resultado del contacto con ella, o a la alegría buscando alimentar el necesario optimismo. Lamentablemente al regresar a su casa y encender el televisor o leer el periódico, las noticias sobre guerras, atentados, secuestros, violencia contra niños y mujeres, asaltos, violación de derechos humanos e injusticias, lo llevaban a cambiar de intención y empezaba a escribir textos de protesta o de denuncia respecto del estado de cosas en la sociedad española y en el mundo.

Vino a mi mente el recuerdo de Alberti porque, al iniciar este año, una vez hecho el recuento de lo pasado nos queda la tarea de aproximarnos al tema de las expectativas de la población mexicana para el 2004 y lo quisiéramos hacer desde una perspectiva optimista, pero ello es prácticamente imposible dado el panorama que se vislumbra. Para hablar o escribir sobre esto considero pertinente un acercamiento a la definición de la palabra expectativa, que, según algunos diccionarios, significa “esperanza fundada en una probabilidad” o bien la “posibilidad más o menos cercana o probable de conseguir un derecho, empleo u otra cosa”.

De acuerdo con la significación que tomamos como válida, es posible decir que las expectativas de una gran cantidad de mexicanos son reducidas o limitadas por no irme al extremo de decir nulas o inexistentes, lo cual es lo peor que puede pasarle a una sociedad: que sus miembros dejen de tener expectativas. A pesar de ser un irredento optimista, debo reconocer y aceptar la realidad de que mi país, está junto a Venezuela y la República Dominicana, entre los que tendrán peores resultados económicos en el año que comienza, por debajo de Brasil, Chile, Argentina, Colombia, Perú y Nicaragua, según las estimaciones de los centros financieros internacionales y los pronósticos de los propios empresarios mexicanos que dan por hecho un bajo crecimiento del Producto Interno Bruto, una escasa creación de empleos y una igual o mayor inflación en comparación con el año que terminó.

No se trata de asumir una actitud pesimista por el mero gusto de hacerlo; lo que hay es una genuina preocupación por las posibilidades reales de hacer efectivo el derecho de la población a la salud, a la seguridad social, al empleo, a la educación. Existen alrededor de 25 millones de personas con ingresos de 500 pesos mensuales o menos y sigue creciendo el número de desempleados, que este año llegará a niveles peligrosos si se cumple la advertencia hecha por el presidente Fox de despedir a decenas de miles de burócratas. Seguirá cancelada la posibilidad de reactivar en forma efectiva la producción en el campo, manteniéndose por lo tanto el deterioro del nivel de vida de los campesinos, aunado a esto se percibe que continuará el desencanto respecto al sistema político, lo cual hará que continúe el bajo nivel de participación de la ciudadanía en las elecciones, que se concreta en el llamado fenómeno del abstencionismo y en la actitud displicente hacia los temas políticos.

Pese al complejo y adverso escenario de futuro que aquí se ha esbozado, debo señalar que aún somos un país con enormes posibilidades para que se generen o cambien favorablemente las expectativas de los mexicanos. Lo que ha fallado y ya quedó demostrado en otras partes del planeta que empezaron a cambiar el rumbo, es el modelo económico que el equipo gobernante con el presidente Fox a la cabeza, se empeña en mantener. Lo que ha fallado es la capacidad de convocatoria para el diálogo y la concertación por parte del Gobierno. Lo que ha fallado es el gabinetazo, que ha dado sobradas muestras de ser ineficiente y carecer de buenos operadores políticos. No obstante, este país tiene grandes reservas en muchos sentidos y seguirá resistiendo, pero no debe tensarse excesivamente la cuerda. Su gente es lo mejor que tiene, especialmente la mayoritariamente castigada por las malas políticas, pues pese a esto no ha perdido su sentido de solidaridad. No olvidemos que en este país la gente que menos tiene es la que más comparte o mayor disposición tiene para ello. Tampoco ha perdido del todo, afortunadamente, su espíritu festivo, su alegría, que la hace buscar cualquier pretexto para festejar. Es esa reserva que existe en la gente la que debe ayudarnos a evitar el colapso de las expectativas, que significaría el colapso de la sociedad. Tenemos que resignificar entonces la esperanza y salir de la mera resistencia para pasar al movimiento, la lucha, la organización, la participación.

No es fácil, como algunos han expresado ya, luchar por la dignidad en una sociedad indigna. No basta haber conquistado la democracia formal representativa, cuando paralelamente se ha venido consolidando un fenómeno que ya se conoce como fascismo social, resultado de un capitalismo salvaje alejado de todo humanismo. Por ello ante el abandono de las responsabilidades sociales del Estado y la incapacidad de los gobernantes, hoy se propone repolitizar y radicalizar los instrumentos de la democracia y los derechos humanos, pues la gente que ha perdido la confianza en sus representantes políticos o en sus autoridades, debe recuperar la autoestima, la confianza en sí misma, para pensar, analizar, buscar soluciones, tomar decisiones en la familia, en la colonia, en la comunidad, para salir de donde estamos, para construir nosotros mismos escenarios más favorables. A la falta de comunicación entre políticos y ciudadanos opongamos la comunicación horizontal entre ciudadanos, recuperando nuestros espacios y nuestros derechos. No podemos permitir que nos secuestren la esperanza y nos cancelen las expectativas.

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