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26 de julio

Miguel Ángel Granados Chapa

El próximo lunes reiniciarán sus tareas la embajadora mexicana en La Habana, Roberta Lajous y Jorge Bolaños, embajador de Cuba en México. La fecha escogida para la reanudación de relaciones (pues en la práctica se habían interrumpido) parece ofrecer una satisfacción al Gobierno cubano, pues permitirá a su representante en nuestro país encabezar la celebración del asalto al cuartel de Sierra Maestra, que señala en el calendario oficial el comienzo de la Revolución Cubana.

También podría interpretarse en tal sentido el que haya viajado a La Habana el canciller Luis Ernesto Derbez, como reconocimiento implícito de que fue un error llevar las relaciones de los dos países al congelamiento del que ahora se comienza a salir. Sin embargo, más que calcular quién cedió y porqué para iniciar la normalización de los vínculos diplomáticos entre México y Cuba, lo importante es que el diferendo comienza a saldarse con el retorno de los representantes diplomáticos ante el país en que fueron acreditados.

El canciller Derbez estaba de buen humor el domingo en La Habana. O acaso buscaba disimular tras sus bromas la dificultad que implica admitir, aunque no se diga, que su presencia allí procuraba reparar un daño inferido sin causa suficiente a la relación entre los dos países. En la conferencia de prensa comenzó por medir como si fuera un score el número de representantes de medios informativos, (26 mexicanos, 17 locales), en favor de nuestro país. Luego cedió al canciller cubano Felipe Pérez Roque el turno en la respuesta a una pregunta difícil, con ánimo juguetón, casi infantil: “tú primero, tú primero”. Y fingió, también guaseando, que el Gobierno cubano ofrecía su apoyo al mexicano en el partido entre Brasil y nuestro país en la Copa América.

El retorno de los embajadores a sus sedes es una magnífica señal de buena voluntad de ambos Gobiernos pero es apenas el primer paso para que el vínculo diplomático sirva a los legítimos propósitos de los dos países. Deliberadamente se dejaron de lado temas candentes, que carecía de sentido abordar ahora, cuando apenas se sientan las bases para un diálogo que tiene que ser nuevo, por el aprendizaje que deja la amarga experiencia que empieza a disiparse. Aunque la relación es primordial para ambas naciones, en la hora presente Cuba debe haberla recibido con alivio. La crisis económica provocada por la intensificación del bloqueo decretada por el presidente Bush, a que se agrega en otra perspectiva una perturbadora sequía, significan enormes dificultades para la vida cotidiana en la isla. Y si bien sus habitantes están curtidos en la adversidad, causada la mayor parte del tiempo por la inquina del poderío norteamericano, lo cierto es que su resistencia está a prueba una vez más. Y en ese cuadro es una buena noticia el que se camine al restablecimiento de las relaciones con México, que durante largos períodos fue la única liga cubana con el resto del continente.

Un delicado tema pendiente, dejado de lado con toda intención, acaso para abordarlo una vez reconstituidos en sus lugares la embajadora y el embajador, es el relacionado con Carlos Ahumada, el empresario que se refugió en Cuba (dizque porque un abogado ignorante creyó que no había tratado de extradición entre los dos países), que fue deportado y que ahora está preso en la ciudad de México, sujeto a varios procesos. Durante su retención en Cuba, fue sometido a interrogatorios que constan en grabaciones con duración de cuarenta horas. Las procuradurías de justicia de la República y del Distrito Federal las han requerido al Gobierno de La Habana, en relación con averiguaciones y juicios en cuyo centro Ahumada, pero hasta ahora el pedido no ha sido satisfecho.

Es de esperarse que el acuerdo para normalizar las relaciones no implique la abstención cubana en ese punto, pues el documento de que cuya existencia dio cuenta el propio canciller Pérez Roque es de extrema importancia para dilucidar casos políticos y judiciales de enorme relevancia para la vida mexicana.

En previsión de que esas grabaciones se integren a los sumarios en su contra, Ahumada trata de aminorar su trascendencia. Dijo a funcionarios de la PGR y al periodista Ciro Gómez Leyva, a quien recibió en su celda, que las conversaciones fueron previamente ensayadas y resultaron de presiones sicológicas que calificó de tortura. Su actual posición contrasta con lo que dijo en La Habana a la representante consular mexicana, que acudió a ofrecerle garantías. Ahumada se dijo tratado con respeto y rehusó la asistencia que la representante mexicana estaba en condiciones de otorgarle.

Y al llegar aquí tras su deportación, lejos ya de los peligros que según asegura hoy se cernieron sobre él durante su retención, se refirió también al buen trato recibido de las autoridades cubanas que lo interrogaron.

Más allá de la relación entre Cuba y México, nos queda pendiente a los mexicanos el tema de las actividades de agentes isleños que pusieron en riesgo la seguridad nacional, según la magra información del secretario Santiago Creel. Parapetado tras la reserva que para ciertos asuntos hace posible la Ley de Transparencia y Acceso a la Información Gubernamental, el secretario de Gobernación pretende esconderla durante doce años. Ahora que se normalizan las relaciones, acto posible porque sin duda el motivo de la virtual ruptura careció de la grave dimensión atribuida por Bucareli, tenemos derecho a saber qué ocurrió, en vez de esperar el cumplimiento de aquel plazo.

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