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“Prefiero morirme aquí”

JESÚS ANTONIO RODRÍGUEZ

EL SIGLO DE TORREÓN

MÉXICO, DF.- Yo le diría a Fox que está equivocado, o de lo contrario, que me explique qué modelo económico tenemos aquí en México. Porque yo nomás no entiendo de qué se trata, si no de matarnos de hambre a todos. Eso es lo que no se cansa de repetir Gustavo Guerrero Rodríguez, el campesino que lleva más de noventa y seis horas sin probar alimento, encadenado en el asta bandera del Zócalo capitalino. Llegó de la ciudad de Torreón el domingo veinticinco de abril en la mañana, se encadenó al asta y desde entonces no ha comido ni bebido nada, porque, como él dice, ésta es también una huelga de sed. Allí está: rodeado de gente, transeúntes que atrajo a gritos y a quienes les explicaba sus proyectos para reactivar la economía en el sector rural. Sostuvimos una charla con este José Arcadio Buendía mexicano, condenado a gritar adherido al árbol patrio que ondea en la plancha nacional y nos compartió sus memorias en lo que él asegura son sus últimos momentos de vida.

n ¿A qué viene, Don Gustavo?

Yo vengo a luchar para que se ponga en acción la comercialización de los productos del campo en pequeñas tiendas, sin coyotes, intermediarios, ni centrales de abastos que no hacen sino robarle al que más trabaja. Que los productos se oferten en pequeños comercios, pagándole el precio justo a los campesinos. Por eso estoy aquí encadenado y estoy dispuesto a morirme. Sí le reconozco a Fox las mesas de diálogo, pero aquí le traigo un documento donde denuncio la situación actual del campo en la Comarca Lagunera.

Don Gustavo muestra el documento: en él, le recuerda a Fox que el día veintiocho de abril se cumple un año del Acuerdo Nacional para el Campo y el desarrollo de la sociedad rural y que no se ha cumplido con los puntos establecidos. El que más le preocupa, obviamente, es el de la comercialización de los productos. El párrafo dice textual: “Para el presente ciclo agrícola las cosechas ya se están dando, de nueva cuenta están siendo manejadas por intermediarios y coyotes, con lo que al productor rural se le están provocando de nueva cuenta grandes pérdidas y están en graves riesgos de perderse las tierras que sirvieron como garantía para la semilla y trabajos agrícolas ya efectuados. Exigimos que la situación antes mencionada se atienda en forma prioritaria, so riesgo de que los pocos ejidatarios que todavía estamos haciendo el esfuerzo por subsistir lleguemos a la desmoralización total y tengamos que malbaratar nuestro patrimonio ejidal y terminar por emigrar a las grandes ciudades y al extranjero”.

¿Pertenece usted a algún partido?

No, nunca he pertenecido a ninguno. En Tapachula, Chiapas, me tocó votar por primera vez hace muchos años, allí me di cuenta que a la gente la hacen como chin... quieren. Sigo votando, aunque creo muy poco en los políticos. Ahora venimos representando al campo mexicano y a todos los que de él vivimos.

Don Gustavo tiene setenta y un años. Nació en La Laguna, aunque ha vivido prácticamente en todos los estados del país. Perdió a sus padres a los siete años; hoy tiene dos hijos y siete nietos. Desde que empezó con las protestas, sus hermanas ya no me quieren ni hablar. “Mira Gustavo, o le paras a esto, o para nosotras es como si ya te hubieras muerto”, me dijeron. Pero él sabe que hay que soportar eso y mucho más.

—Sabe, yo era velador en una unidad habitacional en Tlatelolco cuando lo del dos de Octubre, me tocó ver la matanza, toda la sangre y los cuerpos. Yo ni sabía qué hacer, entonces me metieron a la cárcel sólo por ser testigo.

El sol cae perpendicular, como taladrando la plancha. Dos empleados del departamento de limpieza del Distrito Federal pasan saludando al campesino, parece que en estos últimos días ha hecho amigos en el rumbo.

Entre más se me vacía el estómago, más llena siento la memoria, dice. Ahora que está a punto de morir, le llegan recuerdos que había olvidado, se le agolpan en la mente y quisiera escribir un libro.

La cascada retrospectiva es incontenible, ya no hay Zócalo, ni bandera, ni siquiera existimos los que estamos escuchando. Don Gustavo se fue ya a otro tiempo: en 1972 me pasé a los Estados Unidos, con el fin de visitar a un hermano que tenía yo en San Antonio, Texas. Aunque tenía pasaporte, lo dejé aquí en México. Un coyote nos trajo dando vueltas cuatro días y al final nos dejó en el mismo Río Bravo. Me fui yo por mi lado. Entonces llegué no sólo a San Antonio, sino que me fui hasta Washington para protestar afuera de la Casa Blanca por una planta nuclear que estaban poniendo en Veracruz. Pero no me conformé con eso. Hasta a la ONU fui a quejarme...

Una señora se acerca a nosotros, bolsa en mano. ¿Por qué protestamos? dice secamente, mientras los reunidos la callan con un shhh, más que definitivo. Don Gustavo voltea y entonces se hace de nuevo la cadena, la bandera, el campo y Fox, la sed y el hambre. El campesino empieza a explicar: no queremos más coyotes, la semilla está muy cara, los pozos de riego están sobreexplota/pero la señora ya se aleja, seguramente ella quería algo más in: algún video-escándalo, Bejarano, algo qué ver con los temas de moda. ¿Todavía hay campesinos? Qué país tan loco. Regresan entonces las memorias, la confesión de don Gustavo: yo y unos compañeros estuvimos a punto de matar a Carlos Salinas de Gortari en Jabonoso, Durango. Tiramos un árbol que debía caerle encima, pero fallamos por poco y por eso todavía anda allí ese jijo. No fue el único, muchos años antes, estuve muy cerca de matar a López Portillo. ¿Y cómo fue esa Don Gustavo? Pues nomás que me metí en un acto donde estaba él, allá en Bellas Artes. Yo compré un traje nuevo, esmoquin de lujo y me quité el sombrero. Debajo de la ropa, llevaba treinta kilos de dinamita, para abrazarme al Presidente y volar los dos juntos. Pero una señorita me pidió la contraseña de mi butaca y entonces yo me salí rápido, asustado...

Lo interrumpe uno de sus amigos cercanos, trae un papel en la mano. Es una propuesta para que se reúnan con algunos funcionarios, aunque al parecer no se ha resuelto nada en concreto. Dos o tres firmas de achichincles, eso no es serio, dice el encadenado. No es suficiente, eso nos lo han firmado ya otros años sin tener respuestas contundentes. Prefiero morirme aquí. El amigo que le trajo el papel me llama aparte, no quiere que Don Gustavo escuche lo que va a decirme. Sabe, comienza a hablar casi en secreto, estamos muy preocupados por la salud de Gustavo. Él no quiere que llamemos a la ambulancia y ya una vez cayó en coma por una protesta igual. Así que si muere, hacemos responsables directos a Vicente Fox y a Javier Usabiaga. Ellos serán los culpables de su muerte.

A los pies del asta, el campesino revisa los papeles que acaban de entregarle. Definitivamente esto no es nada, nada en absoluto, grita molesto. Voltea hacia mí y me dice muy serio: quiero que escriba una cosa, nomás una cosa quiero que escriba allí en su cuaderno. Sé que me voy a morir, así que este será como mi testamento. Me despido pues de mis amigos y de todos aquellos a los que conocí. Quiero que quede bien claro que hice todo lo posible por rescatar al campo y que ahora está en ustedes continuar con el esfuerzo. Inmediatamente después, se acomoda la cadena y comienza con los gritos, señalando a los que pasan y blandiendo en su mano el documento con el que piensa dar la estocada: Fox está equivocado, está equivocado el Presidente...

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