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“Zapata”: el sueño (de opio) de Arau

Francisco José Amparán

(Segunda y última parte)

Dejemos de lado docenas de sinsentidos semejantes, como la repetición de la quemada de pies de Cuauhtémoc (de la que el héroe sale bien librado gracias al empleo masivo de tepezcohuite), cómo vuela a Cancún sin avión y la manera ramplona en que se maneja su muerte y resurrección: la cinta no tiene salvación posible. Mi consejo: ahórrese cuarenta pesos y una que otra buena carcajada.

Y como decíamos más arriba, la película falla sobre todo en tres ámbitos cruciales. Echémosles un rápido vistazo. La figura de Zapata nos ha llegado, gracias a esos curiosos procesos de canonización con que el priismo se lavaba la conciencia, como el héroe campesino que reclama la devolución de las tierras que le habían sido usurpadas a las comunidades indígenas y mestizas desde tiempos de Juárez (sí, fue don Benito quien empezó esa política).

Que tal proceso no ocurrió nunca en buena parte del país, que Zapata fue parcialmente responsable del fracaso del primer experimento democrático en dos generaciones (el Plan de Ayala, recuerden, ¡es contra Madero!) y que su lucha culminó con ese absoluto fracaso que es el ejido, no parece importar.

Como el Che, es un derrotado sublimable, muy fotogénico y que sale bien en las camisetas y en las estampitas de Editorial Patria.

Que ahora resulte un Mesías indígena, restaurador de una Arcadia prehispánica (que nunca existió), que lucha no tanto por la tierra sino por defender “nuestras costumbres, nuestras tradiciones” (como le dice a Madero en la entrevista apócrifa de la película) con unos cuatro siglos de retraso y que se deja conducir por una bruja con un sospechoso parecido a Hermelinda Linda, no se lo cree nadie. De hecho, no sabemos si las dudas y hesitaciones de Zapata en la película son las justas y necesarias en el hombre que sería Cuauhtémoc (después de todo, le dan un cáliz de lo que es la quemada de pies), o se deben a lo pésimo actor que es el mentado Potrillo (¡Ahora caigo en lo de la telepatía! ¡Ah, pues sí!)

Para justificar la redención, Arau inventa un complot del México Profundo peor que el de Trespatines Pérez Roque. Resulta, por ejemplo, que la religiosidad del pueblo ha sido un engaño que ha durado medio milenio, ya que en realidad los mexicanos adoramos a la Coatlicue, que está escondida en cruces, santos y copones. Esto queda en evidencia durante una procesión religiosa, acompañada con danzantes aztecas de semáforo, que desafía toda lógica. Lo raro es que en la película los zapatistas siempre enarbolan estandartes con la Guadalupana, como católicos mexicanos bien nacidos… y a Zapata lo bautiza un cura (que eso sí, es tan ignorante y supersticioso como para creer que la marca de nacimiento, un vil lunar, es del diablo).

Los defensores de lo indígena primigenio pasan del náhuatl al castellano con una facilidad pasmosa. ¿Lo hacen para facilitarle al 95 por ciento de mexicanos hispanoparlantes el enterarnos cómo van a liquidar nuestra cultura? Mira, qué considerados.

A fin de cuentas, el máximo daño que le hacen a la cultura occidental cristiana es que en una película dizque mexicana hay faltas de ortografía en los subtítulos castellanos (“estubo”), que traducen del náhuatl.

Si para reivindicar lo indígena Arau tuvo que recurrir al ridículo, mal anda encaminada su supuesta reivindicación. Si para disculpar (la verdad, debería pedir públicas disculpas) la presencia de una Lucero cupletista-de-carpa alega que es “el componente español” de Zapata, entonces ¿para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo?

Total, un auténtico desastre. Que, algo me dice, le va a encantar a los políticamente correctos de siempre, que estarán fascinados con que Zapata ahora tenga rasgos no sólo heroicos sino también místicos. Lo que nos faltaba. ¡Beatifiquemos al sub! ¡Sebastián Guillén es el salvador teosófico de los monolingües del Tercer Milenio que tienen el color de la tierra (siempre que no llueva)!

Como descargo, decíamos, hay algunas actuaciones decentes (Huerta y Villa, curiosamente, son los mejores. En el papel de Eufemio Zapata prefiero unas ochenta veces a Anthony Quinn hace medio siglo); la escenografía es interesante, con ese desprecio a los techos e interiores y la cinematografía a veces nos hacía olvidar lo absurdo de la acción. Pero con todo y todo, “Zapata: el sueño del héroe” resulta intragable.

Lo único bueno que podría salir de este atentado al Séptimo Arte, sería que Ángel Isidoro Rodríguez, ese vivales mejor conocido como “El Divino”, productor de este bodrio, perdiera una millonada. Justicia ahora sí que divina, que se llama.

Consejo no pedido para alejar chamanas que se desvanecen. Vean “¡Viva Zapata!” (1952), dirigida por Elia Kazan, con Marlon Brando en sus meros moles y Anthony Quinn en un papel que le valió su primer Oscar. También vean “El Águila Descalza” (1969) y “Calzonzin Inspector” (1973), dirigidas y actuadas por Alfonso Arau, en donde recreó héroes populares dignos, verosímiles, divertidos y entrañables. O “El rincón de las vírgenes” (1972), donde interpretó un genial Lucas Lucatero. Digo, sí sabe lo que es actuar y hacer las cosas bien. No sabemos qué le ocurrió ahora. Ha de ser el resultado de tantos años pasados junto a Laura Esquivel. Le deseamos pronta (¿Pronta? ¡Urgente!) recuperación.

Provecho.

Correo: francisco.amparan@itesm.mx

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